El chalet en Suiza, que días antes había sido un santuario, se había transformado en una prisión invisible para Vanessa. La ausencia de Hugo era un eco constante en cada habitación, cada silencio una reproche, cada mirada al paisaje alpino un recordatorio de lo que había perdido. El peso de sus decisiones, especialmente la sangre derramada por orden de Tomas Holler, la oprimía. Dormir era un lujo que su conciencia le negaba, y las sombras de la noche se poblaban de los rostros de sus enemigos y, ahora, del hombre que había ejecutado.
Una mañana, mientras intentaba encontrar algo de calma en la solitaria mesa del comedor, Vanessa encontró una pequeña nota doblada meticulosamente sobre su taza de té, junto a la revista que solía leer. Era una caligrafía impecable, en tinta negra, pero no reconocía la letra.
Desplegó el papel con una punzada de inquietud. El mensaje era breve: "Las montañas pueden ocultar mucho, Vanessa, pero no todo. Él vio lo que hiciste."
El aliento se le atascó en la garganta. "¿Él vio lo que hiciste?" La frase resonó en su mente, trayéndole de vuelta el rostro de Hugo, su mirada de decepción, el instante en que sus caminos se habían bifurcado. ¿Era Borja? ¿Cómo lo sabía? La paranoia comenzó a tejerse alrededor de ella como una telaraña fría.
Al día siguiente, otra nota. Esta vez, la encontró pegada en el espejo de su baño, entre sus cosméticos. Más personal, más perturbadora: "Tu lealtad es un arma de doble filo. ¿Sientes el peso de su partida? Él no es el único que observa."
Un escalofrío le recorrió la espalda. Las notas no solo hablaban de sus acciones, sino también de sus sentimientos, de su soledad. Era como si alguien viviera dentro de su cabeza, conociendo sus miedos más íntimos. La sensación de ser observada era insoportable. Cerró las cortinas, revisó las ventanas, los sistemas de seguridad, pero no encontró nada. La amenaza era invisible, omnipresente.
Las notas continuaron, cada vez más frecuentes, más directas, casi burlonas. Una apareció en su almohada, otra en su coche, una más incluso en el bolsillo de su abrigo. Cada una era una punzada, un recordatorio de su vulnerabilidad, un veneno lento que minaba su ya frágil estabilidad.
"Tu imperio se desmorona, pieza por pieza. Y tus nuevos amigos no podrán detener lo inevitable."
"Un amor roto, una vida manchada. ¿Vale la pena la corona, Vanessa?"
Vanessa se encontró comiendo menos, durmiendo aún menos, su mente en un torbellino constante. Su mirada se volvió errática, sus nervios a flor de piel. Cada sombra, cada ruido, era una posible amenaza. Se sentía atrapada, el depredador invisible apretando el cerco. Finalmente, la tensión se volvió insoportable. Necesitaba ayuda.
Con la desesperación marcando cada uno de sus movimientos, llamó a Tomas Holler. La conversación fue tensa, pero su voz, aunque quebradiza, destilaba una urgencia que Holler no pudo ignorar.
–Tomas– dijo Vanessa, su voz apenas un susurro. –Estoy recibiendo mensajes. Anónimos. Saben... saben todo. Están desestabilizándome–
Al otro lado de la línea, Holler guardó silencio por un momento, sopesando la situación.
–¿Qué dicen estas notas, señora Robles?– preguntó con su voz grave, sin rastro de emoción.
Vanessa le relató el contenido de los mensajes, la sensación de ser vigilada, el conocimiento que el autor tenía de sus acciones y de sus emociones más íntimas.
–Esto no es un simple acoso– concluyó Vanessa, la voz subiendo un poco de tono. –Es una guerra psicológica. Y necesito que me protejas, Tomas. Necesito que averigües quién está haciendo esto y que lo detengas. Prometiste tu ayuda–
Holler reflexionó. La vulnerabilidad de Vanessa era un riesgo, pero también una oportunidad para consolidar su control. Si la protegía, su lealtad sería absoluta.
–Entiendo, señora Robles– dijo Holler. –Esto cambia las cosas. Si alguien está jugando estos juegos, debemos responder con fuerza. Enviaré a mis mejores hombres. A partir de ahora, usted estará bajo mi protección directa. Pero recuerde, la protección tiene un precio. Y este precio acaba de subir–
Vanessa apretó el teléfono, una mezcla de alivio y una nueva capa de servidumbre en su corazón. La red de Holler se cerraría a su alrededor, una jaula dorada que le daría seguridad, pero a un costo inmenso.
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Mientras Vanessa se hundía en la paranoia, Hugo se encontraba en un avión, cruzando el vasto océano hacia los Estados Unidos. El dolor por la ruptura con Vanessa era una herida abierta, pero la inactividad lo había carcomido. No podía simplemente abandonarla a su suerte, a pesar de sus acciones. Necesitaba encontrar una manera de ayudar, de protegerla de la sombra de Borja, sin tener que comprometer sus propios valores.
Su destino era un pequeño pueblo en la costa de Oregon, un lugar remoto y de apariencia insignificante que ocultaba una mente brillante: Jonas Williams. Jonas había sido su amigo en la universidad, un genio de la informática con una habilidad casi sobrenatural para desentrañar los secretos del ciberespacio. Después de un incidente delicado que lo había puesto en el punto de mira de varias agencias gubernamentales, Jonas había desaparecido del radar, eligiendo una vida de reclusión.
El viaje fue largo, un mosaico de aeropuertos, conexiones y, finalmente, un coche alquilado que lo llevó por sinuosas carreteras costeras. El aire salado y el rugido del Pacífico ofrecían un contraste brutal con la tranquilidad alpina. Hugo se sentía como un náufrago, arrastrado por las corrientes del destino.
Después de varias horas de conducir, llegó a una casa modesta, casi camuflada entre los pinos y la densa vegetación costera. No había timbre. Hugo llamó a la puerta de madera, el sonido hueco resonando en el silencio. Nadie respondió.