< Capítulo 29 >

–Gael– dijo Hugo, su voz sonando grave a través de la distancia. –Soy Hugo. Tengo información sobre Borja. Mucha información–

Al otro lado de la línea, Gael, que estaba en su apartamento con Emma, se tensó. –Hugo, me alegro de oírte. ¿Estás bien? ¿Qué pasa con Borja?–

–Estoy bien, en la medida de lo posible– respondió Hugo. –Pero Borja no. Lo importante ahora es que he estado investigando sus operaciones financieras. Con la ayuda de un amigo, hemos encontrado una red masiva de lavado de dinero a través de fundaciones caribeñas. Es su punto débil, Gael. Sus finanzas son la columna vertebral de su poder–

Gael guardó silencio por un momento, asimilando la magnitud de la revelación. –Lavar dinero... eso explicaría muchas cosas. ¿Tienes pruebas concretas? ¿Algo que podamos usar para atacarlo legalmente?–

–Sí– dijo Hugo con firmeza. –Tenemos registros de transacciones, nombres de testaferros, incluso algunas comunicaciones internas que sugieren su implicación directa. Es suficiente para una investigación en toda regla, si la dirigimos a las autoridades correctas. Podemos golpearlo en su cartera, Gael, y cortar sus raíces sin derramar más sangre–

La voz de Gael sonó con una nueva esperanza, una determinación renovada. –Esto es enorme, Hugo. Mucho más de lo que podríamos haber soñado. Es el tipo de golpe que podría derribarlo de verdad. ¿Por qué haces esto? Después de todo...–

Hugo suspiró, el dolor de la separación de Vanessa aún fresco. –Porque, a pesar de todo, sigo creyendo que hay una forma de hacer las cosas bien. Y porque Vanessa, a su manera, estaba tratando de proteger a todos. No puedo permitir que Borja gane, ni que ella se pierda por completo en esta guerra. Te enviaré todos los datos. Busca a Emma. Ella sabrá cómo mover esto con discreción y efectividad. Confío en ustedes–

La conversación terminó, dejando a Gael con una avalancha de información y un renovado sentido de propósito. La red de la verdad tejida por Hugo comenzaba a extenderse, ofreciendo una alternativa a la oscuridad en la que Vanessa se había sumergido.

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Para Vanessa, los días que siguieron a la captura de Borja fueron una mezcla extraña de alivio y una profunda desazón. Holler estaba satisfecho, su dominio sobre la situación era innegable, y la alianza se había cimentado con la sangre de la traición. Pero Vanessa se sentía más vacía que nunca. La victoria no le traía la paz, solo un cansancio existencial.

Un día, mientras intentaba volver a una especie de "normalidad" y se aventuraba a hacer unas compras en un supermercado de lujo en Zúrich, sintiendo el escrutinio de los guardaespaldas de Holler que la seguían discretamente, la vio.

Donatella Bossi.

Estaba de pie junto al mostrador de los quesos, su figura elegante y su presencia imponente, incluso en el contexto mundano de un supermercado. Sus ojos, fríos y calculadores, se encontraron con los de Vanessa. Un escalofrío le recorrió la espalda. Donatella esbozó una sonrisa lenta, sin alegría, que no llegó a sus ojos.

Vanessa apretó el carrito de compras, su corazón latiendo con fuerza. Había una guerra silenciosa entre ellas, un odio profundo y una rivalidad que iba más allá de Borja. Donatella, con su impecable abrigo de lana y su bolso de diseñador, se acercó a ella con la calma de un depredador.

–Vanessa– dijo Donatella, su voz suave y melódica, pero con un filo apenas perceptible. –Qué sorpresa encontrarte aquí. Pareces... más pálida de lo habitual. ¿Agotada, quizás? La guerra es un negocio agotador, ¿no es así?–

Vanessa se irguió, su mirada firme y desafiante. No iba a mostrar debilidad ante esta mujer. –Donatella. Y tú pareces disfrutarla, como siempre. Supongo que los problemas de Borja te traen felicidad–

La sonrisa de Donatella se amplió, revelando una chispa de malicia en sus ojos. –Borja es un peón. Un peón defectuoso, al parecer. Pero el juego continúa, querida. Y las piezas, a veces, cambian de bando. O simplemente... desaparecen–

Su mirada se detuvo un instante en la mano de Vanessa, donde no había un anillo. La referencia a Hugo, aunque sutil, era clara. Vanessa sintió una punzada de ira.

–Te equivocas si crees que he perdido– espetó Vanessa, su voz baja pero llena de acero. –Y si crees que mis 'aliados' son tan maleables como los tuyos, también te equivocas. Holler tiene a Borja. Y eso te deja a ti en una posición mucho más precaria de lo que crees–

Donatella rió, un sonido hueco que resonó entre los estantes de delicatesen. –Oh, Vanessa. Ingenua hasta el final. Los aliados de hoy son los enemigos de mañana, especialmente cuando se trata de hombres como Tomas Holler. Él es un hombre de negocios, y yo le hice una oferta que tú nunca podrás igualar–

La sangre de Vanessa se heló. La oferta de Donatella a Holler. ¿Cómo sabía ella? ¿Holler había... considerado? La posibilidad de una doble traición, la idea de que Holler pudiera venderla después de usarla, la golpeó con la fuerza de un rayo.

–No sé de qué hablas– mintió Vanessa, intentando mantener la compostura, pero el shock se reflejó en sus ojos.

Donatella se acercó un poco más, su voz bajando a un susurro gélido que solo Vanessa pudo escuchar.

–Oh, lo sabes. Y pronto lo sabrás con certeza. Solo te daré un consejo, Vanessa. Cuida tu espalda. Porque a veces, la caída más grande no viene de un enemigo frontal, sino de una traición silenciosa–

La mirada de Donatella se desvió por un instante hacia los guardaespaldas de Holler, que observaban desde la distancia, con una expresión de calculada advertencia. Luego, con una última sonrisa victoriosa y un guiño, se dio la vuelta y se alejó por el pasillo de los postres, dejando a Vanessa de pie, inmóvil, el supermercado ahora un escenario de intriga y peligro. Las palabras de Donatella resonaban en su mente, sembrando una semilla de desconfianza. ¿Holler la traicionaría? La victoria sobre Borja se sentía hueca, y la sombra de una nueva amenaza, quizás la más peligrosa de todas, se cernía sobre ella...