El teléfono de Donatella sonó una y otra vez, la pantalla parpadeando con el nombre de Tomas Holler, un nombre que ahora le traía más que un vínculo de negocios: una amenaza. Había intentado contactarlo desde su fuga, desde la emboscada policial en su mansión, pero él la había ignorado. El silencio de Holler era ensordecedor, más amenazador que cualquier palabra.
La emboscada había sido rápida y brutal. Los informes que Ronaldo le había dado sobre la participación de Gael y la policía eran precisos. Cuando los vehículos policiales rodearon su mansión en Milán, el pánico se apoderó de ella por un instante. La imagen de Atilio, enterrado en su jardín, cruzó su mente como un relámpago, un recordatorio de la oscuridad que la envolvía.
–¡Maldición!– , había mascullado, su voz apenas un susurro. La traición la hería más que la amenaza de la captura. Había confiado en Holler, y él la había dejado a merced de sus enemigos.
Logró escabullirse por una salida de servicio justo cuando los agentes forzaban la entrada principal. Se lanzó a su coche deportivo, un deportivo de alta gama que rugió con la potencia de una bestia desatada. El sonido de las sirenas la perseguía, un coro de advertencia que la impulsaba a la velocidad.
–No me atraparán– se dijo, la adrenalina corriendo por sus venas. –No tan fácil–
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Una Idea paso de forma rápida por la mente de Vanessa , era un riesgo, pero tenía que llevarla a cabo si quería sobrevivir a Holler.
Antes de que Borja pudiera protestar o cuestionar la locura de su plan, Vanessa se lanzó a la acción, tomó el combustible de los escasos suministros que habían encontrado, rociando la madera seca de la cabaña. Con un encendedor, las llamas cobraron vida, crepitando con voracidad, devorando la estructura abandonada. El fuego se alzó rápidamente, proyectando sombras danzantes sobre los rostros tensos y el grupo de hombres armados que observaban desde el exterior.
Holler, cegado por la furia y la aparente captura de sus presas, se centró en la conflagración.
Mientras el fuego consumía la cabaña, Vanessa y Borja, aprovechando la distracción, se deslizaron por la parte trasera, un acceso que Vanessa había descubierto al llegar. La oscuridad del bosque los envolvió, un manto salvador. Corrieron, tropezando con raíces y ramas, el crepitar del fuego y los gritos de los hombres de Holler detrás de ellos. El humo se elevaba al cielo, una señal de humo que, irónicamente, los había ayudado a escapar.
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La persecución de Donatella se convirtió en un espectáculo aterrador. Su coche deportivo rugía por las carreteras secundarias, las sirenas de la policía resonando implacablemente detrás de ella. Los focos de los vehículos policiales la acosaban, creando un juego de luces y sombras en la oscuridad de la noche. Donatella conducía con una furia desesperada, cada curva un desafío, cada recta una oportunidad para escapar.
–¡No me van a atrapar!– , gritó al aire, su voz ahogada por el rugido del motor. Las luces la envolvían, las sirenas parecían burlarse de ella.
En una curva pronunciada, intentó un giro arriesgado. El coche patinó en la grava suelta. Los neumáticos chirriaron salvajemente, pero ya era demasiado tarde. Perdió el control. El vehículo se salió de la carretera, su trayectoria fatal hacia un barranco oscuro.
Donatella gritó, un alarido de terror y desafío que se perdió en el rugido del motor al caer. El coche se precipitó hacia la oscuridad, hacia el mar que rompía con fuerza contra las rocas en el fondo. Hubo un destello cegador, seguido por un estruendo sordo y el sonido del agua engullendo el metal.
Las luces de la policía se detuvieron en el borde del barranco, sus focos apuntando a la oscuridad donde el coche de Donatella había desaparecido. La persecución había terminado...