El viaje fue largo y desolador. Vanessa, prisionera de Tomas Holler, sentía la tensión del aire en la cabina privada del avión, un lujo cruel que contrastaba con su cautiverio. Holler, con una calma escalofriante, la observaba de vez en cuando, sus ojos fríos transmitiendo una amenaza latente. Habían dejado atrás las mazmorras y la muerte de Borja, un recuerdo que pesaba sobre Vanessa como una losa.
Llegaron a Londres, una ciudad envuelta en una bruma persistente, tan opresiva como el ambiente que rodeaba a Vanessa. Holler la condujo a una de sus propiedades, una mansión antigua y grandiosa en un barrio exclusivo, donde la opulencia se mezclaba con una atmósfera sombría. Las paredes de terciopelo oscuro, las antigüedades y los retratos de antepasados severos parecían guardianes silenciosos de su prisión.
–Bienvenida a tu nuevo hogar, Vanessa– dijo Holler, con una sonrisa desprovista de calor, mientras la empujaba suavemente hacia una lujosa habitación. –Espero que encuentres la comodidad que te mereces. Aunque, claro, siempre bajo mi atenta supervisión–
La habitación era espaciosa, con una cama imponente y ventanas que daban a un jardín cuidado, pero la belleza era un velo que no lograba ocultar la realidad de su encarcelamiento. La puerta estaba cerrada con llave desde fuera, y los guardias de Holler, imperturbables y eficientes, custodiaban el exterior.
–No esperes que te trate mal, Vanessa– continuó Holler, paseando por la habitación como si fuera suya, lo cual, para ella, lo era. –Te valoro. Y tengo planes para ti. Planes que incluyen tu cooperación. Y tu silencio–
Vanessa lo miró, el desafío luchando contra el miedo en sus ojos. –Nunca cooperaré contigo, Holler. Y nunca me callaré–
Holler se detuvo, una ceja arqueada. –Ya veremos. El tiempo, y la paciencia, son herramientas poderosas. Y yo tengo ambas en abundancia–
Se dio la vuelta, dejando a Vanessa sola en la opulencia de su jaula dorada. Se sentó en el borde de la cama, sintiendo el peso de la impotencia. Cada sombra, cada crujido de la madera antigua, parecía amplificar su aislamiento. Recordaba la promesa de Gael y Hugo, la esperanza de un rescate, pero ahora, tan lejos, tan atrapada, la duda comenzaba a cernirse sobre ella.
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Mientras tanto, en la bulliciosa ciudad de Nueva York, Gael y Hugo se encontraban inmersos en una carrera contra el tiempo. La información sobre Donatella y la confesión de Ronaldo había sido una pieza crucial, pero la siguiente pista los llevaba a Jerard , un antiguo colaborador de Borja, cuya información podría ser vital para desentrañar la red de Holler.
–Jerard era el siguiente en nuestra lista– explicó Gael, revisando unos documentos en una cafetería discretamente alejada de las calles principales. –Tenía acceso a información financiera muy sensible. Si alguien sabía cómo se movía el dinero de Holler, era él–
Hugo asintió, su mente analítica trabajando a toda velocidad. La captura de Vanessa lo atormentaba, pero la urgencia de la misión lo mantenía enfocado. La conexión con Denmet, aunque significativa, no había logrado disipar la preocupación que sentía por Vanessa.
–¿Tienes una dirección?– , preguntó Hugo.
–Sí. La última que teníamos antes de que desapareciera por completo– respondió Gael, señalando un punto en un mapa digital. –Es un almacén en los muelles. Parece que se escondía allí–
Se dirigieron hacia la zona portuaria, un laberinto de contenedores y edificios industriales cubiertos de grafitis. El aire olía a salitre y a una decadencia industrial. Encontraron el almacén indicado por Gael. La puerta estaba ligeramente entreabierta, un signo de que algo no estaba bien.
–Esto no me gusta, Gael– murmuró Hugo, su instinto de advertencia activado. –Demasiado silencioso–
Entraron con sigilo, sus pasos resonando en el vasto espacio. El interior estaba desordenado, cajas apiladas sin orden, polvo cubriendo cada superficie. No había señales de vida, pero tampoco señales de lucha.
Entonces, lo vieron.
En el centro del almacén, tirado en el suelo, yacía Jerard. Su cuerpo estaba inerte, su rostro pálido y tenso. Tres impactos de bala, limpios y certeros, habían acabado con su vida. La escena era desoladora, un testimonio silencioso de la brutalidad que rodeaba a esta guerra clandestina.
Hugo se acercó, su corazón latiendo con fuerza. Observó las heridas, la posición del cuerpo. –No fue una pelea– dijo, su voz baja. –Lo eliminaron. Rápido y sin testigos–
Gael se arrodilló junto a Jerard, con la expresión sombría. –Holler, sin duda. No quería que hablara. No quería que revelara nada más–
El hallazgo de Jerard muerto era un duro golpe. Era una pieza clave perdida, otra víctima de la red de Holler. La esperanza de obtener información directa se desvanecía, reemplazada por la sombría realidad de que sus enemigos estaban dispuestos a todo para mantener sus secretos enterrados.
–Esto significa que Holler está limpiando su rastro con una eficiencia aterradora– dijo Hugo, levantándose, su mirada endurecida. –Y cada vez que nos acercamos, él elimina las pruebas. Tenemos que ser más rápidos. Tenemos que encontrar a Vanessa–