La noche londinense se extendía como un manto de terciopelo estrellado sobre la ciudad. Las luces de los rascacielos brillaban como diamantes dispersos, y el aire vibraba con la energía de la metrópolis. Tomas Holler había elegido un lugar de prestigio para su cena con Vanessa: un restaurante de alta cocina, con vistas panorámicas de la ciudad, donde la elegancia y la discreción eran moneda corriente. Vanessa, vestida con un elegante vestido que Holler le había proporcionado – una ironía cruel de su cautiverio lujoso – se sentó frente a él, sintiendo una mezcla de aprensión y desconfianza.
Holler, impecable en su traje a medida, irradiaba una confianza que bordeaba la arrogancia. La conversación fluía de manera superficial, sobre la ciudad, sobre la calidad de la comida, sobre trivialidades que solo servían para enmascarar la tensión subyacente. Vanessa respondía con monosílabos, su mente calculando cada palabra, cada gesto, buscando alguna grieta en la fachada de su captor. Sabía que esta cena no era por cortesía, sino por algún propósito, algún juego retorcido que Holler estaba a punto de desplegar.
—Vanessa— comenzó Holler, deteniéndose en medio de un bocado de su plato, sus ojos fijos en ella, intensos y calculadores. —Hemos compartido muchos momentos juntos, ¿verdad? A pesar de las circunstancias—
Vanessa asintió lentamente, su corazón latiendo un poco más rápido. —Hemos estado... juntos, sí—
—Y has demostrado ser una mujer de gran fortaleza— continuó Holler, su voz adquiriendo un tono más grave. —Resiliente. Inteligente. Atractiva, por supuesto. He llegado a apreciar esas cualidades en ti. Más de lo que quizás esperabas—
Un escalofrío recorrió la espalda de Vanessa. No le gustaba hacia dónde se dirigía esto.
Holler se inclinó un poco más, sus ojos nunca apartándose de los de ella. Sacó una pequeña caja de terciopelo negro de su bolsillo interior. Con un movimiento deliberado, la abrió, revelando un anillo deslumbrante, un diamante que brillaba con una luz propia, reflejando las luces de la ciudad.
—Vanessa— dijo Holler, su voz ahora baja y cargada de una solemnidad fingida. —Sé que nuestra relación ha sido... inusual. Pero he llegado a la conclusión de que no puedo imaginar mi vida sin ti. Así que, te lo pregunto. De la manera más formal y sincera que puedo ofrecerte—
El momento se detuvo. Las luces de la ciudad parecían desvanecerse. El sonido de las conversaciones a su alrededor se atenuó.
—Vanessa— repitió Holler, con el anillo extendido hacia ella. —¿Te casarías conmigo?—
Vanessa sintió que el aire se le escapaba de los pulmones. ¿Matrimonio? ¿Holler? La propuesta era tan absurda como aterradora. Sabía, instintivamente, que esto no era un acto de amor, sino una jugada maestra de Holler. Un matrimonio le daría control total sobre ella, la integraría aún más en su red, la convertiría en su posesión de una manera irrevocable.
Su mente se aceleró, buscando una salida, una negación, una excusa. Pero al mirar los ojos de Holler, vio la advertencia. Vio la frialdad, la determinación implacable. Si rechazaba, sabía las consecuencias. Borja había sido un ejemplo de lo que ocurría con aquellos que se oponían a él. La mansión, las mazmorras, el poder absoluto de Holler… todo se cernía sobre ella.
La supervivencia. Era la única palabra que resonaba en su mente. Su vida, la posibilidad de encontrarse con Hugo, de reunirse con Gael y Emma, todo dependía de su capacidad para jugar este juego perverso.
Luchó contra el pánico que amenazaba con ahogarla. Respiró hondo, tratando de componer su rostro, de ocultar el terror que la consumía. Miró el anillo, el diamante cruelmente hermoso, y luego miró a Holler, a su sonrisa expectante, a su autoridad inquebrantable.
—Tomas— comenzó Vanessa, su voz temblando ligeramente, pero logrando un tono de deliberación. —Esta propuesta... es una sorpresa—
Holler asintió, paciente. —Lo sé. Pero te doy mi palabra de que será un matrimonio por conveniencia, Vanessa. Y te ofreceré protección. Y un lugar seguro—
La ironía de "un lugar seguro" en manos de su captor no se le escapó. Pero la promesa de supervivencia, por precaria que fuera, era lo único que podía ofrecerse a sí misma en ese instante.
Con el corazón martilleando en su pecho, y la imagen de Hugo cruzando su mente como un faro distante, Vanessa tomó una decisión. Una decisión forzada por las circunstancias, por la crueldad del hombre frente a ella, pero una decisión que, esperaba, le daría una oportunidad.
—Acepto, Tomas— dijo finalmente Vanessa, su voz sonando extrañamente apagada, como si viniera de un lugar muy lejano.
Holler sonrió, una sonrisa de satisfacción que heló la sangre de Vanessa. Cogió la mano de ella y, con un gesto posesivo, deslizó el anillo en su dedo. El frío metal y la gema incrustada se sintieron como una marca, el símbolo de su nueva y aterradora prisión.
—Excelente, mi querida Vanessa— dijo Holler, levantando su copa. —Por nuestro futuro. Juntos—
Vanessa levantó su propia copa, el líquido brillante reflejando su rostro pálido y sus ojos llenos de una determinación silenciosa. Había aceptado la propuesta, no por amor, sino por la cruda necesidad de sobrevivir...