La noche había sido una tortura. El mensaje enviado a Emma, la falsa tranquilidad que se vio obligada a proyectar, la pesaba como una losa. Cada vez que pensaba en la posible decepción de Emma, o peor aún, en la desesperación que podría estar sintiendo al saber que su mensaje no había sido creído, se sentía una criminal.
Los días siguientes fueron un torbellino de actividad simulada. Vanessa se movía por la mansión como un fantasma, su sonrisa cada vez más forzada, sus respuestas a Holler cada vez más vacías. Pero bajo la superficie de obediencia, una nueva determinación germinaba. No podía seguir esperando ser rescatada. Tenía que encontrar una forma de luchar, de escapar, de revelar la verdad.
Una tarde, sintiendo una mezcla de aburrimiento y desesperación, decidió que era hora de dejar de ser una prisionera pasiva. Se propuso explorar cada rincón de la mansión, cada pasillo, cada habitación, buscando algo, cualquier cosa, que pudiera ser útil. Holler, confiado en su control, rara vez la observaba de cerca, asumiendo que su voluntad estaba quebrada. Era el error de un tirano.
Vanessa comenzó su expedición en las alas menos frecuentadas de la mansión, aquellas que, según había oído, se utilizaban para almacenamiento o como oficinas auxiliares. Recorrió pasillos oscuros, empujó puertas polvorientas, examinó tapices antiguos y estanterías repletas de volúmenes olvidados. El aire en estas zonas era más denso, cargado de historias no contadas.
Fue en un pasillo particularmente sombrío, detrás de una pesada librería de roble que parecía anclada a la pared, que Vanessa sintió una corriente de aire inusual. Al pasar la mano por el intrincado tallado del mueble, sus dedos tropezaron con una leve hendidura, apenas perceptible. Con una oleada de adrenalina, empujó con más fuerza. La librería cedió con un chirrido sordo, revelando una abertura oscura.
Un pasadizo secreto.
Su corazón latía con fuerza en su pecho. Con cautela, encendió la pequeña linterna que había logrado sustraer de una mesita de noche y se adentró en la oscuridad. El pasadizo era estrecho, el aire frío y húmedo. Olía a moho y a encierro. Avanzó lentamente, sintiendo las paredes ásperas bajo sus dedos. El pasadizo desembocaba en una serie de puertas de metal macizo, frías al tacto. Eran celdas.
Sus ojos recorrieron las placas de identificación sobre cada puerta, pero la mayoría estaban desprovistas de nombres, solo números grabados. Al llegar a la última celda, una placa de bronce desgastada se distinguió de las demás. En ella, grabadas con letra elegante pero desvaída, había un nombre: "Grace".
La curiosidad, mezclada con un temor que le helaba la sangre, impulsó a Vanessa a intentar abrir la puerta. Sorprendentemente, la cerradura estaba defectuosa, como si hubiera sido forzada y mal reparada. Con un esfuerzo considerable, logró hacerla ceder.
La celda era pequeña, apenas un espacio para moverse. La oscuridad era casi total, rota solo por el débil haz de su linterna. Al enfocar la luz en el rincón más alejado, Vanessa vio una figura acurrucada, una mujer encorvada sobre sí misma, envuelta en harapos.
—¿Hola?—, susurró Vanessa, su voz temblando.
La figura se estremeció. Lentamente, levantó la cabeza. El rostro que se reveló ante Vanessa estaba marcado por el tiempo y el sufrimiento, pero la chispa en sus ojos, a pesar de su debilidad, era inconfundible. Era el rostro de una mujer consumida, pero no completamente rota.
—¿Quién... quién eres tú?— la voz de la mujer era rasposa, apenas un susurro.
—Me llamo Vanessa— respondió, acercándose con cautela. —Estaba... explorando. Encontré este lugar—
La mujer parpadeó, su mirada escrutando a Vanessa con una intensidad sorprendente. —Explorando... Nadie explora aquí. Aquí solo se viene a morir—
—No voy a dejarte morir— dijo Vanessa, sintiendo una repentina y profunda conexión con esta desconocida. —Soy... soy la prometida de Tomás Holler—
La mención del nombre de Holler provocó una reacción violenta en la mujer. Sus ojos se abrieron con furia y dolor. —¡Holler! Ese monstruo...—
—¿Lo conoces?— , preguntó Vanessa, la voz llena de asombro.
La mujer se incorporó un poco, apoyándose en la pared fría. —Conocerlo... Yo era su esposa. Antes de todo esto. Me llamo Grace. Grace Holler—
Vanessa sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Grace Holler. La ex esposa de Tomás. La mujer que había desaparecido de la vida pública hacía años, de quien se rumoreaba que había muerto o se había recluido voluntariamente. Y estaba aquí, prisionera en su propia mansión, oculta en las entrañas de la casa que ella una vez llamó hogar.
—¿Tú... tú eres Grace?— , logró decir Vanessa, su voz llena de incredulidad. —Holler te ha mantenido aquí... encerrada todo este tiempo—
Grace sollozó, una risa amarga escapando de sus labios. —Encerrada... Es mi destino. Él me quitó todo. Mi nombre, mi vida, mi libertad. Ahora está a punto de quitárselo a otra... a ti, me imagino. Ha mencionado una prometida—
La conexión era innegable. Dos mujeres, atrapadas en la red de Tomás Holler, cada una a su manera. Vanessa vio en los ojos de Grace no solo el dolor de la prisionera, sino también una fuerza latente, una sabiduría forjada en el sufrimiento.
—No voy a permitir que eso suceda— dijo Vanessa, su voz firme. —Tengo que sacarte de aquí. Tenemos que encontrar una forma de detenerlo—
Grace la miró, una chispa de esperanza, débil pero presente, encendiéndose en sus ojos cansados. —Es un hombre poderoso, Vanessa. Peligroso. Pero... quizás, juntas...—
Y así, en el frío y húmedo pasadizo secreto, entre las celdas olvidadas, Vanessa encontró una aliada inesperada. La ex esposa de su captor, una mujer que había sufrido en silencio durante años, ahora se convertía en una pieza clave en la incipiente resistencia de Vanessa contra el monstruo que las había destruido...