Luna Roja

Capítulo 52

El aire de Londres, denso y húmedo, le golpeó el rostro a Hugo apenas puso un pie fuera de la terminal de Heathrow. No era el calor sofocante y pegajoso de su tierra natal, ni el aroma salino del mar que había dejado atrás, sino una mezcla de lluvia reciente, diésel y la inconfundible fragancia de una ciudad antigua que respiraba modernidad. Había dejado el sol de Ciudad Esmeralda atrás, sumergiéndose en un cielo plomizo que prometía la típica llovizna londinense.

Un hombre alto y esbelto, con un impecable traje gris oscuro y un paraguas negro plegado bajo el brazo, lo esperaba discretamente entre la multitud. Llevaba un cartel con un nombre genérico, "Sr. Blanco", una medida de seguridad que Hugo agradeció. Sus ojos, fríos y penetrantes, lo escanearon de pies a cabeza antes de asentir con una profesionalidad casi robótica.

—Sr. Hugo —saludó el hombre con un acento británico impecable, extendiendo una mano firme—. Soy Alistair Finch. Ronaldo me envió. Bienvenido a Londres.

La voz de Alistair era baja, autoritaria, sin asomo de calidez. Hugo le estrechó la mano, sintiendo la dureza de un apretón que no invitaba a la familiaridad.

—Gracias, Alistair. El viaje fue... largo.

—Lo entiendo —respondió Finch, ya dándose la vuelta y señalando hacia una salida—. Su equipaje ya está siendo cargado. El coche espera.

El vehículo, un Mercedes-Benz de lujo con los cristales tintados, se deslizó por las concurridas calles de Londres con la suavidad de un fantasma. Hugo observó el paisaje urbano transformarse: los suburbios se rindieron a la elegancia de los barrios centrales, los autobuses de dos pisos, los taxis negros, los edificios históricos que se erigían con una dignidad pétrea al lado de la arquitectura más vanguardista. La ciudad era un organismo vivo, pulsante, ajeno a los oscuros propósitos que lo habían traído hasta allí.

El penthouse de Ronaldo, ubicado en el último piso de un rascacielos acristalado en Canary Wharf, era una declaración de poder y opulencia. Las puertas del ascensor se abrieron directamente a un espacio que parecía flotar sobre la ciudad. Un ventanal inmenso ofrecía una panorámica de 360 grados, con el Támesis serpenteando bajo un cielo crepuscular y las luces de la urbe encendiéndose como un collar de diamantes. La decoración era minimalista, pero cada pieza de mobiliario, cada obra de arte, irradiaba un costo exorbitante y un gusto exquisito.

Alistair lo guio a través del vasto salón hasta una de las habitaciones con vistas.

—Su equipaje ya está aquí —dijo, señalando una maleta ya sobre un banco en la base de la cama king-size—. Tiene un baño privado, un vestidor y acceso completo a la cocina y las áreas comunes. Hay personal de servicio si necesita algo, pero son discretos y ya han sido informados de su presencia.

Hugo asintió, admirando el despliegue. Era un nivel de vida al que no estaba acostumbrado, un mundo ajeno a su anterior existencia.

—¿Ronaldo se ha puesto en contacto?

Alistair se detuvo, sus ojos volviendo a posarse en Hugo con esa mirada escrutadora.

—Aún no directamente. Pero ha dejado instrucciones muy claras. Debe permanecer aquí, no llamar la atención. Tenemos algunas reuniones organizadas para usted en los próximos días, principalmente para que se familiarice con ciertos activos y contactos. Su seguridad es primordial. Cualquier cosa fuera de lo ordinario, repórtelo inmediatamente.

—Entendido —dijo Hugo, sintiendo el peso de la expectativa.

—Bien. Cene lo que desee. Hay un chef si lo prefiere o puede ordenar de fuera. Mañana por la mañana, a las ocho, pasará a buscarle uno de nuestros chóferes para su primera reunión. Tómese su tiempo para descansar.

Con esas palabras, Alistair se retiró, dejando a Hugo solo en el inmenso y silencioso penthouse, con la ciudad de Londres desplegándose a sus pies como un mapa de secretos y oportunidades. La misión de Ronaldo comenzaba, y con ella, una nueva fase de su vida. El aire en sus pulmones se sintió pesado, cargado de la promesa de algo grande y peligrosamente incierto.

🦋

Mientras Hugo se adaptaba a la fría magnificencia de Londres, en la mansión Holler, a miles de kilómetros de distancia, Vanessa libraba su propia batalla silenciosa. La luna llena se filtraba a través de las cortinas de seda de su habitación, proyectando sombras alargadas que danzaban con el tenue resplandor de su lámpara de lectura. Sentada en el profundo sillón de terciopelo, con una manta ligera cubriendo sus piernas, sus oídos recorrían una y otra vez la grabación que Grace le había entregado en el infierno de las mazmorras.

La información era un torrente oscuro y repugnante: detalles, fechas, nombres, ubicaciones. Grace, con la lucidez desesperada de quien no tiene nada que perder, había desgranado el principal negocio de Tomás Holler: la trata de mujeres blancas. No era un rumor, no era una especulación. Eran hechos crudos y brutales. Lugares de captación en Europa del Este, rutas de transporte clandestinas, compradores adinerados en los rincones más oscuros del mundo, la red de contactos corruptos que protegía a Tomás.

Vanessa sentía un nudo frío en el estómago. La maldad de Tomás Holler superaba cualquier cosa que hubiera podido imaginar. No era solo un traficante de armas o drogas; su imperio se construía sobre la carne y el sufrimiento de almas inocentes. Las palabras de Grace resonaban en su mente: *“Es su pasión, su obra maestra. Les quita todo, las anula. Para él, son solo mercancía, ganado exótico.”*

El dispositivo temblaba ligeramente entre sus dedos. La evidencia era abrumadora, el detalle escalofriante. Había anotado nombres de barcos de carga, direcciones de propiedades en paraísos fiscales, incluso el nombre de un oscuro sindicato que operaba bajo la fachada de una empresa de importación-exportación. El alcance de la operación de Tomás era global, metódico, y cruelmente eficiente.

—Esto es... monstruoso —murmuró para sí misma, su voz apenas un susurro en el silencio de la noche.



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En el texto hay: mafia, romance, venganza

Editado: 18.12.2025

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