Capitulo 56

La mansión Holler se sentía más grande y vacía que nunca. El eco de los pasos de Vanessa resonaba en los mármoles pulidos mientras Tomás, con su habitual aire de imponente control, le anunciaba un cambio de planes. Estaban en el gran salón, donde el sol de la tarde se filtraba a través de los ventanales, arrojando largas sombras que parecían devorarlo todo. Tomás, impecablemente vestido, sostenía una pequeña maleta de mano.

—Mi querida Vanessa —dijo, su voz tan suave como el terciopelo, pero con un matiz de frialdad que helaba la sangre de ella—, ha surgido un asunto de negocios de última hora. Es imperativo que viaje.

Vanessa lo miró, el corazón dándole un vuelco. Una parte de ella, una parte desesperada, sintió un resquicio de alivio. ¿Un aplazamiento? ¿Más tiempo? Pero la otra parte, la que ya conocía la verdadera naturaleza de Tomás, sabía que esto no era una liberación, sino otra pieza en su macabro juego.

—¿Un viaje? ¿Justo ahora, Tomás? La boda es en pocos días —preguntó Vanessa, intentando que su voz sonara con la preocupación de una prometida, no con el miedo de una prisionera.

Tomás se acercó, y con un gesto que a cualquier observador externo le parecería de afecto, le acarició la mejilla. Sus dedos eran fríos.

—Lo sé, mi amor, y me duele profundamente dejarte, aunque sea por tan poco tiempo. Pero este es un trato que no puede esperar. Es un cierre vital para el futuro de nuestro imperio, para *nuestro* futuro.

Él sonrió, una sonrisa sin calor.

—No te preocupes. Volveré la víspera. Nos veremos el día de la boda, en el altar. Te prometo que valdrá la pena la espera. Disfruta de estos días de calma, de tus últimos momentos como soltera.

Las palabras "últimos momentos como soltera" se clavaron en Vanessa como dagas. Era una condena. Tomás se despidió con un beso breve en la frente, un gesto de posesión más que de cariño. Luego, desapareció por la puerta principal, subiendo a uno de los Mercedes de cristales tintados que lo esperaban. La mansión quedó en un silencio opresivo.

Vanessa se quedó de pie, observando el lugar donde Tomás había estado, sintiendo cómo el aire se volvía más denso. La idea de que esos días de "calma" eran en realidad un lapso de tiempo antes de su sentencia la asfixiaba.

Más tarde, mientras deambulaba por la mansión, Vanessa buscó a Magda. La ama de llaves, con su rostro arrugado y sus ojos bondadosos, había sido su único consuelo en aquel infierno. Pero algo había cambiado. Magda no era la misma.

La encontró en la cocina, ordenando con una meticulosidad inusual. Cuando Vanessa entró, Magda dio un pequeño respingo, como si la hubiera tomado por sorpresa.

—Magda, ¿estás bien? Te veo... diferente —preguntó Vanessa, intentando sonar casual.

Magda se giró, y sus ojos, que antes irradiaban calidez, ahora parecían turbios, esquivos. Había una sombra de miedo en ellos, un nerviosismo que no había visto antes.

—Sí, señorita Vanessa. Estoy perfectamente. Solo... hay mucho que hacer para la boda.

—Pero no es solo eso. Pareces preocupada, Magda. ¿Ha pasado algo? —insistió Vanessa, acercándose, su instinto de supervivencia activado.

Magda evitó su mirada, sus manos temblaban ligeramente mientras acomodaba unas tazas. Su voz era baja, casi inaudible.

—No, señorita. Todo está bien. No hay nada. No se preocupe por esta vieja.

Pero la evasión de Magda, el temblor en sus manos, la forma en que sus ojos se desviaban, contaban una historia diferente. Vanessa sintió un nudo en el estómago. Magda sabía algo. Algo que la aterrorizaba, algo que no podía o no se atrevía a revelar. La complicidad silenciosa que habían compartido se había roto, reemplazada por una barrera invisible de temor. Vanessa se dio cuenta de que no estaba sola en esta jaula. Magda también era una prisionera, quizás incluso más asustada. La ausencia de Tomás no traía libertad, solo un nuevo tipo de incertidumbre, una que envolvía a la que había sido su única aliada...