El ambiente en la Galería Saatchi, en el corazón de Chelsea, era un torbellino de elegancia y susurros discretos. Obras de arte contemporáneo de vanguardia adornaban las paredes blancas, mientras la élite londinense desfilaba entre ellas, copas de champán en mano y sonrisas forzadas en los labios. Hugo, con un traje oscuro impecablemente cortado que había vaciado su ya mermada cuenta, se sentía como un impostor entre los verdaderos lobos de este mundo. Pero su determinación era más afilada que cualquier crítica de arte.
Sus ojos escanearon la multitud, buscando una figura familiar. Y la encontró. Anthony McBeen, inconfundible con su porte relajado y su sonrisa contagiosa, estaba de pie junto a un enorme lienzo abstracto, conversando animadamente con una pareja mayor.
Hugo se acercó, su ritmo lento y deliberado, una confianza forzada en su andar. Esperó el momento oportuno, el final de la conversación de Anthony. Cuando la pareja se despidió, Hugo se acercó, extendiendo una mano firme.
—Anthony McBeen, si no me equivoco —dijo Hugo, su voz grave y segura, con un matiz de familiaridad que insinuaba una conexión previa—. Soy Hugo Márquez. Me temo que ha pasado un tiempo.
Anthony lo miró con curiosidad, una arruga de confusión en su frente.
—¿Hugo Márquez? Disculpe, pero su nombre no me resulta familiar...
Hugo sonrió con una afabilidad cuidadosamente calculada, casi una disculpa.
—No me extraña. Mi trabajo con Tomás solía ser... discreto. Nos conocimos hace años, en un par de los cierres de Holler. Cosas que ocurrieron en los Balcanes, y luego en ciertas inversiones inmobiliarias en el Mediterráneo. Tomás y yo teníamos una forma muy particular de entender los negocios en aquellos días. Recuerdo que usted estaba con él en Niza, justo antes de que se cerrara la adquisición de las viñas Corsas. ¿Se acuerda?
La mención de Niza y las viñas Corsas pareció encender una chispa en la memoria de Anthony. Sus ojos se abrieron ligeramente.
—¡Los Balcanes! ¡Y Niza, claro! ¡Por supuesto! ¡Márquez! ¡Qué memoria tengo, qué vergüenza! Tomás siempre ha tenido un equipo de gente extraordinaria, y usted era uno de los más... efectivos. Un placer volver a verle, de verdad. ¿Qué le trae por aquí?
Hugo asintió, su sonrisa manteniéndose.
—Un viaje rápido. Vengo de Miami, con un asunto pendiente. Y al ver la prensa, me enteré de la feliz noticia de Tomás. ¡Su boda! Me sorprendió gratamente. Después de tanto tiempo sin contacto, me gustaría, si fuera posible, saludarlo. Me parece un momento excelente para reestablecer viejas conexiones. Digamos que tengo algunos... intereses que podrían alinearse perfectamente con los nuevos proyectos de Tomás. Siempre pensé que éramos el tándem perfecto para ciertas situaciones.
Anthony asintió, visiblemente complacido por la familiaridad y la implícita adulación.
—Sí, sí, la boda es el evento del año. Estoy seguro de que Tomás estará encantado de verle. Es un hombre que valora sus antiguas alianzas. Permítame, por favor. Déjeme su tarjeta. Yo mismo me encargaré de que le llegue una invitación. Es lo mínimo que puedo hacer por un "viejo lobo" del equipo de Tomás.
Hugo sacó una tarjeta de presentación que había mandado imprimir a toda prisa, con un nombre de empresa ficticio y un número de teléfono desechable. Se la entregó a Anthony con un gesto de agradecimiento.
—Se lo agradezco, Anthony. Es usted un caballero. Y por favor, manténgalo en discreción. A Tomás le gusta sorprender, ¿sabe? No quiero adelantarme.
Anthony sonrió, asintiendo con complicidad. Hugo había sembrado la semilla. La puerta al infierno de Tomás Holler se estaba abriendo, y él estaba a punto de cruzarla...