Los ojos de Hugo destellaron. La mención de Gael lo había encendido. No iba a caer sin luchar. Su mente se puso en marcha, calculando distancias, movimientos. No tenía el elemento sorpresa, pero sí la ventaja de conocer su propio terreno.
—Te lo diré una vez, Alistair —dijo Hugo, su voz tensa pero firme—. No me llevarás. Y si intentas forzarlo, te arrepentirás.
El rictus de indiferencia en el rostro de Alistair se mantuvo, pero los dos hombres de negro detrás de él comenzaron a avanzar lentamente. Hugo se preparó, sus músculos tensos, el corazón latiendo al ritmo de un tambor de guerra. El juego había terminado. La confrontación era inminente.
🦋
En el lúgubre corazón de la mansión Holler, donde el aire era pesado con el olor a humedad y desesperación, Vanessa se movía como una sombra. La inconsciencia de Magda le había otorgado una ventana de oportunidad, un respiro en la asfixiante presión de su cautiverio. Había tomado las llaves del manojo que Magda siempre llevaba consigo, llaves que sospechaba abrirían mucho más que las despensas de la cocina.
El pasillo era más largo de lo que recordaba, las paredes de piedra goteando humedad. El silencio era casi total, roto solo por el eco de sus propios pasos y el débil, casi imperceptible, sonido de un lamento ahogado que venía del fondo. Su corazón se encogió, pero su determinación no flaqueó. La visión de las "cajas ventiladas" en el almacén subterráneo la había perseguido, y ahora, armada con una linterna, se dirigía hacia la fuente de esos sonidos.
Al llegar al final del pasillo, encontró una pesada puerta de hierro, oxidada y con un pequeño pestillo. La cerradura era grande y antigua. Con manos temblorosas, Vanessa probó varias de las llaves de Magda hasta que una giró con un chirrido metálico. La puerta se abrió, revelando una celda oscura y minúscula, apenas iluminada por una rendija de luz proveniente del exterior.
Dentro, acurrucada en un rincón sobre un lecho de paja sucia, estaba Grace. Su cabello estaba pegado a su rostro por el sudor y las lágrimas, su vestido, antaño elegante, estaba desgarrado y sucio. Sus ojos, cuando se encontraron con los de Vanessa, estaban llenos de un terror animal, pero también de una chispa de incredulidad.
—Grace... —susurró Vanessa, arrodillándose ante la mujer, con la linterna apuntando al suelo—. Soy yo, Vanessa. Vengo a sacarte de aquí.
Grace la miró fijamente, sus labios temblaban, incapaces de formar palabras. Parecía no confiar en lo que veían sus ojos.
—No tengas miedo —continuó Vanessa, su voz suave y tranquilizadora—. Magda está... dormida. Tenemos poco tiempo.
La mención de Magda pareció romper el trance de Grace. Una lágrima resbaló por su mejilla.
—¿Vanessa? Pensé... pensé que lo habías dejado.
Vanessa la ayudó a levantarse, sintiendo la debilidad en el cuerpo de Grace.
— Pero no te preocupes, te sacaré de aquí. ¿Puedes andar?
Grace asintió con la cabeza, aunque con dificultad. Sus rodillas temblaban.
—Sí... sí, puedo. Pero... ¿y Tomás?...
—Tomás es un monstruo —dijo Vanessa, su voz gélida—. Y Magda es su cómplice. Lo descubrí todo. No hay nadie en esta mansión en quien pueda confiar, excepto en ti, si me ayudas.
Grace miró a Vanessa, y en sus ojos, el terror comenzó a mezclarse con una nueva emoción: la esperanza.
—Haré lo que sea, Vanessa. Lo que sea para salir de aquí y para ayudarte. Él... él es un demonio.
—Necesito que huyas —dijo Vanessa, su plan tomando forma—. Discretamente. No llames la atención. Ve a la ciudad, busca a la policía, a quien sea. Cuenta lo que has visto, lo que has sufrido. Yo me encargaré de lo demás.
—Pero, ¿y tú? —preguntó Grace, la preocupación palpable en su voz.
—Yo tengo que quedarme. Por ahora. Tengo que saber más, tengo que... desmantelar esto desde dentro. Pero necesito que tú seas mi voz. Que cuentes lo que sabes...