La luz de la luna me recibió a través de la ventana cuando desperté. No era el calor familiar del sol, sino un frío destello que iluminaba la habitación. Mi primer "día" en el internado había comenzado. Evanie ya estaba levantada, vistiéndose en silencio. Me uní a ella y juntas nos dirigimos al gran comedor. Las puertas, tan masivas como el resto del lugar, se abrieron para revelar un espectáculo que me dejó helada.
El comedor, a pesar de su tamaño, se sentía pequeño, dividido por una barrera invisible de animosidad. A la izquierda, en las primeras mesas, se sentaban los licántropos, susurrando y riendo con una energía cruda y salvaje. Sus ojos, en su mayoría ámbar o miel, brillaban en la penumbra. A la derecha, en las mesas opuestas, los vampiros se sentaban con una elegancia gélida. Sus posturas eran perfectas, sus rostros pálidos e inexpresivos, como estatuas de mármol.
— Así es como funciona aquí—, susurró Evanie. — Lobos a la izquierda, vampiros a la derecha. La Alianza es solo un nombre para la hipocresía.
Mis ojos se detuvieron en la mesa principal de los lobos. Un chico alto y musculoso, con piel olivácea y cabello negro, destacaba del resto. Evanie siguió mi mirada. — Ese es Derek. Es el hijastro del director, un miembro respetado en el Clan Luna Nueva—. Su voz era un susurro de admiración y cautela a la vez. El simple hecho de ser el hijastro del director lo convertía en una figura de poder.
Luego, mi mirada se desvió a la mesa de los vampiros. Allí, entre los hijos de dignatarios y nobles, me encontré con un rostro familiar, aunque nunca lo había visto en persona. Christoff Von Carstein. Piel pálida, cabello negro como el ébano y ojos rojizos. Había escuchado su nombre muchas veces. Un pariente lejano de mi padre con el que la familia no tenía una buena relación. La frialdad de su mirada me hizo saber que el rencor era mutuo.
Evanie me sacó de mis pensamientos. — Ven, nuestra mesa está aquí, al final de la derecha—. Me guió hacia una mesa donde ya estaban sentados dos chicos y una chica.
Uno de los chicos, con cabello rubio que le caía sobre los ojos, me sonrió con una familiaridad que me incomodó. — Por fin conocemos a nuestra princesa—, dijo con una voz burlona.
La chica a su lado, de cabello negro y ojos penetrantes, le dio un codazo. — Ella no es tu princesa, Viktor. Ten un poco de respeto—. Se volteó hacia mí. — Mi nombre es Tatiana. Disculpa a mi hermano, no tiene filtro.
Asentí, un poco aliviada por su sinceridad. — Anne Marie—, dije, tomando asiento junto a ella, con Evanie al otro lado.
El segundo chico, de cabello castaño y ojos amables, me sonrió cálidamente. — Soy Adler. ¿Qué te parece el lugar? ¿Sobreviviste a la primera noche?.
— Sobreviví—, respondí, con un atisbo de una sonrisa.
— Eso es lo importante—, continuó Adler, volviendo al tema que habían estado discutiendo antes de que llegáramos. — Supongo que este año será lo mismo. Muchos discursos de paz, mucho odio escondido, y todos tratando de no matarse unos a otros en los pasillos.
Los otros asintieron, y me di cuenta de que, a pesar de las apariencias, no todos los vampiros eran iguales. Aquí, en esta mesa, parecía haber un atisbo de autenticidad. Al menos, eso era lo que esperaba. Me senté, escuchando a mis nuevos compañeros, y por primera vez desde que llegué, sentí que tal vez, solo tal vez, podría encontrar mi lugar en esta extraña y sombría escuela.
El resto de la noche transcurrió entre las aulas y los pasillos. Nuestra primera clase fue de Historia, donde el Tutor Malachai nos dio un repaso de las guerras entre vampiros y licántropos, lo cual, para la sorpresa de nadie, terminó en un debate acalorado. Después, pasamos a una clase de Aritmética, seguida de Literatura, donde analizamos los antiguos mitos de nuestros pueblos. No fue diferente a mis clases en el palacio, solo que, esta vez, las caras que me rodeaban eran nuevas.
A la hora del "almuerzo", la tensión en el comedor había aumentado. Cada uno de nosotros se dirigió a una estación de servicio para recoger nuestra ración de suplemento sanguíneo. Desde el Pacto, los vampiros no habíamos vuelto a beber sangre humana, y aunque el suplemento nos mantenía, no tenía el mismo sabor ni la vitalidad de la sangre fresca.
Regresé a mi mesa con mi ración en la mano, conversando animadamente con Tatiana. Estaba tan inmersa en nuestra plática que no me di cuenta de que un grupo de vampiros bloqueaba el camino. Choqué de lleno con uno de ellos. Mi vaso se inclinó y unas gotas de mi suplemento salpicaron su impoluto uniforme negro.
— Ten más cuidado, primita—, dijo Christoff Von Carstein con una voz que destilaba burla. Lo miré a la cara. Sus ojos rojos brillaban con una malicia que me revolvió el estómago. — Creerás que estás en tu palacio, pero aquí no eres la dueña del mundo.
No comprendía por qué me atacaba, ni el rencor que su voz guardaba hacia mí. Estaba a punto de responder, de preguntarle qué le pasaba, cuando una voz profunda se interpuso.
— Déjala en paz, Christoff. Es su primer día.
Me volví y vi a Derek, el hijastro del director, parado detrás de él. Su mirada era de advertencia. Christoff soltó una carcajada sarcástica.
— ¿Desde cuándo el líder de los lobos defiende a una vampira?.
— Puedo defender a un vampiro sin problemas, siempre y cuando no sea un imbécil—, respondió Derek, su tono tranquilo no ocultaba la amenaza.
Christoff se acercó a él de forma desafiante. — Parece que a tu padre se le olvidó enseñarte a quiénes debes odiar y a quiénes no.
— Y al tuyo se le olvidó enseñarte modales, o eso o que los vampiros no son la especie superior—, respondió Derek, y yo, por primera vez, sentí una pizca de aprecio hacia él. No tenía miedo de enfrentarlo. La tensión era insoportable, pero justo en ese momento, el Tutor Malachai se apareció entre ellos.
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Editado: 18.09.2025