A la noche siguiente, una calma tensa se había instalado en el internado. Por suerte, los tutores no se habían enterado del incidente en el sótano, o al menos no lo demostraron. Pero la tensión entre las especies era más que palpable en las clases. Las miradas de desprecio se multiplicaban y el aire estaba cargado de una hostilidad silenciosa que hacía difícil concentrarse.
Esa noche, la clase de historia captó mi atención de una manera que ninguna otra lo había hecho. El tema eran los conflictos entre vampiros y licántropos, y no pude evitar sentir que el tutor Malachai hablaba de mi propia historia. El profesor se detuvo en un capítulo en particular: la tregua que se había sellado con el matrimonio de mi padre y mi madre, el Pacto de la Sangre. Me sentí extraña, como si fuera un fantasma viendo una obra de teatro en la que yo era la protagonista.
La medianoche llegó envuelto en una tensión palpable, un manto invisible que se ceñía a mi cuello y me asfixiaba. El comedor, un vasto espacio donde la camaradería debería florecer, se sentía ahora como un tribunal. Al entrar con mi grupo, la cacofonía de voces cesó por un instante, un silencio incómodo que dio paso a un coro de miradas. Ojos de todas las formas y tamaños, de pieles de mil tonalidades y texturas, se clavaron en mí. Eran evaluadoras, inquisidoras, y cada una de ellas resonaba como una cruel acusación.
Un rubor violento me ascendió por el cuello, quemándome las mejillas y tiñéndolas de un carmesí que delataba mi mortificación. Desea con todas mis fuerzas tener la capacidad de fundirme con el mármol del suelo, de evaporarme en el aire, de convertirme en humo y escabullirme por alguna rendija oculta. Cada mirada era un recordatorio punzante de lo ocurrido en el sótano, de mi intento fallido por detener algo que me superaba, de las palabras que se me escaparon en un torrente de impotencia.
Tatiana, siempre atenta, captó la interrupción en mi respiración, la rigidez de mis hombros. Su mano, sorprendentemente firme, se posó en mi brazo, un ancla en medio de la tempestad.— Oye — , su voz, un bálsamo suave, cortó el aire denso. Sus ojos, profundos y comprensivos, se encontraron con los míos. — No te castigues así. No tienes por qué sentirte avergonzada por lo que pasó en la fiesta. Tu reacción... fue impulsiva, sí. Pero eso es normal, eres una chica de dieciocho años, es la primera vez que te enfrentas a una situación así, conviviendo con gente tan diferente.
Un nudo en mi garganta me impidió responder de inmediato. Luchaba por articular las palabras mientras la culpabilidad me corroía. — Pero... yo intenté detenerlos, Tatiana. De verdad que lo intenté y...
Ella presionó ligeramente mi brazo. — Y lo hiciste— , me interrumpió, su tono firme pero gentil. "Lo intentaste, y eso basta. No es tu responsabilidad si ellos no quisieron escuchar. Tienen muchísimos más años que tú... algunos te doblan la edad, y aún así no han aprendido a controlarse, no han madurado lo suficiente. Su comportamiento es el reflejo de su propia im madurez, no una falla tuya. La culpa, si es que la hay, es de ellos.
Sus palabras eran un consuelo bienvenido, chispas de luz en la oscuridad que me envolvía. Sin embargo, el peso de las miradas persistía, una presión constante en mi pecho. Me senté en mi lugar habitual, pero la comida me sabía a ceniza. El hambre había desaparecido, devorada por una angustia que se alojaba en el estómago.
Me di cuenta, con una claridad dolorosa, de que la verdadera lección de esa noche no se encontraba en los libros de historia o las conferencias académicas. La lección más dura la estaba recibiendo ahora, en la forma en que los demás me percibían. Había creído que ser una princesa, o simplemente una joven de dieciocho años, me otorgaba algún tipo de inmunidad, o al menos, una comprensión básica. Pero me equivocaba. A los ojos de muchos, yo no era una víctima ni una observadora. Era la instigadora, la fuente del conflicto, la culpable a la que debían señalar. Y la vergüenza que me consumía, esa sensación de ser juzgada y encontrada deficiente, era la prueba irrefutable de que, para ellos, mi culpabilidad era un hecho consumado, independientemente de la verdad. La imagen de sus ojos fijos en mí, esa constelación de juicios silenciosos, se grabó a fuego en mi memoria, un recordatorio perpetuo de la fragilidad de la reputación y la implacabilidad del prejuicio.
Las palabras de Tatiana me dieron un poco de consuelo, pero no borraron por completo la incomodidad que sentía. El almuerzo pasó sin incidentes, o al menos no más de los habituales. Después, nos dirigimos a nuestras respectivas clases, y el silencio de los pasillos me permitió volver a mis pensamientos.
Mi mente regresó al sótano, al momento en que corrí para interponerme entre Derek y Christoff. Por primera vez, no me centré en la vergüenza de mi intervención, sino en un detalle que me había pasado desapercibido en el caos. Me había tardado. Mis movimientos no habían sido lo suficientemente rápidos, no había llegado hasta ellos en nanosegundos como lo habría hecho un vampiro normal. Mi velocidad era la de una humana.
Un escalofrío me recorrió la espalda. Pensamientos como esos me habían atormentado durante años. Siempre había visto que mis padres tenían cualidades vampíricas que yo no había desarrollado. Mi padre, con su fuerza sobrehumana y su agilidad sobrenatural. Mi madre, con su piel pálida y sus ojos de un rojo intenso que brillaban en la oscuridad. Yo, en cambio, tenía la piel pálida, pero no la agilidad. Mis ojos eran un gris azulado, no un rojo brillante.
Mi madre, cada vez que la confrontaba con mis dudas, simplemente me decía que era parte de ser "novicia". "Cuando mueras y te conviertas realmente en una vampira, todo eso cambiará", me decía, con una indiferencia que me hacía sentir que no era más que un experimento fallido.
Pero ahora, esa explicación no tenía sentido. Se suponía que yo había nacido con el gen vampírico. Entonces, ¿por qué mis habilidades eran tan deficientes? Me pregunté si mis padres me estaban mintiendo. Si había algo que no me estaban diciendo. Y el rostro de la chica del bosque, tan parecida a mí, volvió a mi mente. ¿Era ella la respuesta? ¿Y por qué sentía que la verdad me llevaría a un lugar mucho más oscuro de lo que jamás había imaginado?.
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Editado: 10.10.2025