Luna Sangrienta

Capitulo 7

La pesadilla se quedó conmigo. La imagen de mi madre, mi gélida madre, con el corazón roto y los ojos llenos de lágrimas, era un fantasma que no podía sacudirme. Me la imaginaba de pie, con su vestido de novia negro, esperando a alguien que nunca llegó. Mis sirvientas, mi nana e incluso mi padre, siempre me decían que mi madre, en su vida humana, era un alma llena de bondad y amor. Pero yo, la Anne Marie de dieciocho años, solo conocía a una mujer fría, que me miraba con desprecio y desaprobación.

No pude dormir el resto del día. Estaba atormentada por las preguntas. ¿Quién era esa persona? ¿Y por qué el dolor de mi madre era tan profundo? ¿Y por qué no recordaba a mi abuela? Mis pensamientos eran un torbellino de incertidumbre que me ahogaba.

La noche llegó, y apenas Evanie se despertó, notó mi inquietud. Se levantó de su cama y se sentó en la mía, mirándome con una mezcla de preocupación y curiosidad.

―¿Qué te pasa, Anne Marie?―, me preguntó, su voz un susurro que no rompería el silencio del internado. ―Te ves... atormentada―.

―Solo tuve una extraña pesadilla―, le dije, mi voz apenas un suspiro.

Evanie asintió, su mirada de comprensión me hizo sentir un poco más tranquila. ―Escucha―, me dijo, ―quiero disculparme por lo que te dije el otro día. Te reproché tu reacción en la fiesta, pero tienes razón, no sabes cómo son las cosas aquí.

―Evanie, no te preocupes, no es tu culpa―, le dije. ―Tenías razón en lo que me dijiste.

Ella me sonrió, su rostro se iluminó con una calidez que me hizo sentir que no estaba sola. ―No, Anne Marie, no tenía razón. Como tu amiga, mi deber es ayudarte a adaptarte, no cuestionarte ni reprocharte. Soy nueva en esto de tener una especie de hermana menor.

Me quedé en silencio por un momento, la sinceridad en su voz me conmovió. Me sentí vulnerable, y por primera vez en mi vida, me atreví a hacer algo que nunca había hecho antes. La abracé. Mis brazos la rodearon, y por un momento, me olvidé de quién era. Me olvidé de la princesa, del vampiro y del internado. Solo era una chica que necesitaba un abrazo.

Evanie, aunque sorprendida, me correspondió al abrazo. Sus brazos me rodearon con fuerza, y por primera vez en mi vida, no sentí el vacío que sentía cada vez que me abrazaba mi madre. Sentí un calor que me inundó por completo. La sensación fue tan reconfortante que me hizo darme cuenta de que el mundo no era solo odio y resentimiento. Había un rayo de esperanza, y ese rayo era Evanie.

El resto de la noche se sintió diferente. No fue algo que pudiera señalar con el dedo, como un cambio en el aire o una luz distinta, sino una quietud dentro de mí. El abrazo de Evanie no había sido un gesto de cortesía; había sido un ancla. Por primera vez en mi vida, no me sentí como un fantasma en mi propia piel. Alguien me había visto, y en lugar de huir, se había quedado.

A la mañana siguiente, en Historia, esa quietud se transformó en una serena expectación. Me deslicé en mi asiento y Evanie, con una sonrisa pequeña pero genuina que no necesitaba palabras, tomó el suyo a mi lado. Fue un simple contacto de hombros al guardar su mochila, un roce fugaz, pero suficiente para recordarme que ya no estaba sola.

El Tutor Malachai inició la clase con su tono pausado y grave, el que reservaba para los temas más pesados. La pizarra detrás de él se llenó de los nombres de los tres grandes reinos que todos conocíamos: Carpacia para los Vampiros, Luna Nueva para los Hombres Lobo, y las Tribus Mortales para la humanidad. Eran las líneas divisorias de nuestro mundo, las que nos mantenían a raya unos de otros.

Pero entonces, Malachai hizo una pausa dramática, limpiando las lentes con un pañuelo. La sala, que antes susurraba, se sumió en un silencio absoluto.

―Sin embargo―, dijo, dejando caer las palabras con cuidado, como si pesaran demasiado, ―la historia oficial es, con frecuencia, un relato incompleto. Existe... existió... un cuarto grupo.

El crujido de su tiza al escribir fue estruendoso. Brujas .

―No las busquen en los mapas―, advirtió, como si alguno de nosotros fuera a irrumpir en la biblioteca para hacerlo. ―Su reino no era de tierra y fronteras, sino de conocimiento y sangre. Vivían entre los humanos, escondidas a plena vista, en una pequeña aldea que ni los mortales más ancianos podrían señalaros hoy.

Un murmullo de incredulidad recorrió el aula. Evanie y yo intercambiamos una mirada de intriga.

―¿Escondidas? ¿Por qué?―preguntó un chico desde atrás, su voz cargada de escepticismo.

Malachai esbozó una sonrisa amarga. ―Por la misma razón por la que un zorro se esconde del cazador, muchacho. Por miedo. Hace siglos, las últimas de su estirpe pronunciaron una profecía. Una sola. La conoció como "La Profecía del Hijo del Sol y la Luna"―.

Se acercó a los primeros pupitres, bajando la voz, forzándonos a inclinarnos hacia delante para no perder ni una sílaba.

―Decía que de la unión antinatural, del vampiro y el lobo, nacería un ser de poder incalculable. Un poder que no estaría atado a la luna ni a la noche, sino a algo más primitivo. Y que ese poder no construiría, sino que arrasaría. Traería el fin del mundo tal y como lo conocemos.

La clase estaba tan quieta que se podía oír el zumbido lejano de la calefacción. La descripción era demasiado vívida, demasiado específica. Un nudo de hielo comenzó a formarse en mi estómago.

―¿Y por creer en unas palabras... las cazaron?― preguntó Evanie, su voz era clara y firme, desafiando la lógica macabra de la historia.

Malachai se volvió hacia ella, con una mirada de aprobación lúgubre. ―No por creer, señorita Evanie. Por miedo. El miedo es el arma más antigua y efectiva. Los reinos de la noche, vampiros y lobos, decidieron que la profecía misma era la amenaza. Que si eliminaban a los profetas, la predicción moriría con ellas. Así que se aliaron, brevemente, en una cruzada de exterminio. Las cazaron hasta dar por hecho que no existía ni una. Se convirtió en... ¿cómo lo dicen los humanos?... una leyenda.




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