La petición pareció congelar a Derek. Se levantó de golpe, su expresión de preocupación se transformó en una de negativa rotunda. ―No puedo hacerlo―, dijo, y se dio la vuelta, dispuesto a irse.
―Derek, por favor―, lo detuve, mi voz cargada de desesperación. ―Eres el único que puede ayudarme a entender lo que me está pasando.
Se detuvo, pero no se dio la vuelta. ―No es tan simple, Anne Marie―, dijo, con la voz baja.
―Lo sé―, dije, poniéndome de pie. ―Pero tengo que saber. Lo que pasó con el mapache... ¿crees que es normal? Una vampira no debería sentir que se le hierve la piel por la sangre de un animal. No debería sentir su dolor. No debería tener sueños que no puedo explicar, que me atormentan. Tienes razón, soy diferente. Y necesito saber por qué.
El silencio se apoderó del aula. Derek suspiró, y se volteó para mirarme. Había una mezcla de resignación y preocupación en sus ojos. ―No será sencillo―, dijo. ―Lo que tengo que hacer podría ser muy doloroso. Mucho más de lo que sentiste con el mapache.
―Estoy dispuesta a todo―, le dije, mi voz llena de determinación.
Él asintió.―Entonces hazlo. Búscame en este mismo salón durante el día, mientras todos duermen. Te ayudaré a encontrar la verdad.
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Apenas la luz del sol comenzó a filtrarse por las ventanas del internado, indicando que el mundo vampírico se disponía a dormir, yo estaba lista. La urgencia de saber la verdad superaba el miedo a la advertencia de Derek. Pero antes de que pudiera deslizarme fuera de la habitación, Evanie se despertó.
―No te atrevas a ir sola―, me dijo, sentándose en la cama con una expresión seria.―Si lo que van a hacer es peligroso, no voy a dejarte ir sin mí.
Su preocupación me conmovió. Sabía que Evanie, con su conocimiento del internado, sería un apoyo crucial. Le sonreí, agradecida, y accedí.
Juntas nos dirigimos al aula vacía. Derek ya estaba allí, de pie junto a la ventana. Su silueta se recortaba contra la luz pálida del día que intentaba colarse en la habitación. Al vernos, su rostro se contrajo en una mueca de desagrado al ver a mi amiga.
―¿Qué hace ella aquí?―, preguntó, su voz baja.
―Solo me acompaña―, le dije, poniéndome entre él y Evanie.
Derek asintió, la tensión entre ellos palpable. Tomó una de las sillas del aula y la colocó en el centro, asegurándose de que no hubiera nada alrededor. Luego me indicó que me sentara.
Dudosa, lo hice. El corazón me latía con fuerza. Derek se inclinó, apoyando sus manos en mis rodillas, su mirada ámbar fija en la mía.
―Antes de empezar, debes saber a qué nos estamos enfrentando―, me dijo con seriedad. ―Esto no es un juego, y lo que vas a ver puede ser muy difícil―. Asentí, sintiendo el peso de la seriedad en su voz.
―El ritual se llama fusión mental―, continuó.―Introduciré mis garras en la nuca, justo donde la espina se une al cráneo. Esto me permite ver tus pensamientos, tus recuerdos, tus emociones. Y si así lo quisiera, también podrías ver los míos―. Hizo una pausa, y su expresión se endureció. ―Pero hay un problema, Anne Marie. Un error podría dejarte paralizada, incluso matarte. Y lo más importante...―, se acercó más, susurrando,―Nunca lo he hecho con una vampira.
Evanie se alertó con esa confesión. Abrió la boca para refutar, para exigirme que parara. Pero antes de que pudiera emitir un sonido, me incliné hacia Derek.
―Lo haré―, le dije, mi voz firme, sorprendiéndome incluso a mí misma. ―Confío en ti.
Derek asintió lentamente, una mezcla de admiración y miedo en sus ojos. Él era mi única esperanza, y yo estaba dispuesta a pagar cualquier precio por la verdad.
Narrador Omnisciente
El aire en el aula se había vuelto tan denso que parecía vibrar. Fuera, la vida bullía en el campus, pero en ese pequeño espacio, solo existía el silencio tenso de una operación peligrosa. Anne estaba sentada en una vieja silla de madera, ofreciendo su nuca sin resistencia, su fe puesta ciegamente en el lobo que se cernía sobre ella.
Derek se irguió justo detrás de Anne, la expresión de su rostro concentrada, desprovista de la habitual arrogancia de su especie. Esta no era una demostración de poder, sino un acto de extrema intrusión. Sus ojos dorados, por un instante, se volvieron lechosos mientras sintonizaba su propia energía con la conexión espiritual que requería el procedimiento.
Con un movimiento rápido e imperceptible para el ojo humano, sus garras de lobo, largas, curvas y de un blanco nacarado, operaron de sus dedos, rasgando el tejido fino de sus guantes.
Le indicó a Anne que respiraba profundamente. "Aguanta", susurró con una voz grave que rara vez usaba.
Apenas las garras de Derek tocaron la piel de Anne, rasgándola levemente con la precisión de un escalpelo, ella se tensó. El dolor fue agudo pero superficial. Pero no fue hasta que las introdujo por completo en el punto exacto de la nuca, buscando la conexión con el nervio espinal—la autopista de los recuerdos y la esencia del alma—que Anne soltó un grito corto y agudo. Un sonido que parecía romper la tela del silencio. Su cuerpo se desplomó de inmediato, quedando inerte en la silla, como una marioneta a la que le cortan los hilos.
Derek sintió el zumbido de la conexión. Era doloroso, como si un rayo lo hubiera alcanzado, pero efectivo. Al abrir los ojos de su mente, se encontró inmerso en un bosque espeso y denso.
El contraste era brutal. Un segundo estaba en un aula iluminada por fluorescentes; al siguiente, la humedad lo envolvía. El sol brillaba alto, pero solo unos pocos rayos lograban colarse por el tupido dosel de los árboles, creando manchas brillantes en el suelo cubierto de agujas de pino. El aire era pesado, con el inconfundible aroma a tierra mojada y musgo, mezclado con la dulce resina del pino.
No había sonidos de pájaros ni el crujido de ramas. Solo un silencio opresivo que le indicaba que este lugar no era natural, sino una proyección mental profunda. Instintivamente, comenzó a caminar. Sus pasos no estaban guiados por la vista, sino por la punzada constante de la confusión y la duda que emanaban de las emociones de Anne, atrapadas y cristalizadas en ese paisaje onírico.
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Editado: 10.10.2025