Me levanté la noche siguiente con una determinación férrea. La revelación de Derek, por incompleta que fuera, había encendido una chispa en mí. El lugar de mis sueños, esa frontera prohibida, era real. Estaba tan absorta en mis pensamientos sobre la fusión mental y la mujer que se parecía a mí, que por un momento incluso olvidé el humillante incidente del mapache en el comedor.
Pero el internado no permite el olvido.
Al dirigirnos a las primeras clases, los murmullos y las risas cesaron momentáneamente al vernos pasar. El grupo de Aleska era el más ruidoso, con la rubia dedicándome una mirada que prometía venganza.
―No deberíamos permitir que esto se quede así―, me comentó Evanie, con la mandíbula tensa. ―Lo que Aleska te hizo con ese mapache fue horrible y merece una lección. Es hora de devolverle el favor.
Viktor, que caminaba junto a nosotras, soltó una risa burlona. ―Deberías romperle la nariz de nuevo, Anne. Eso la mantendrá callada por un mes.
―Haremos algo mejor que eso―, dijo Tatiana, con una mirada conspiradora que me hizo dudar, pero al mismo tiempo, me llenó de una oscura satisfacción.
Las primeras clases transcurrieron con la lentitud habitual. Tan pronto como sonó el timbre que marcaba el descanso, Tatiana y Evanie desaparecieron sin dar explicaciones. Adler, Viktor y yo fuimos al comedor, tomando asiento en nuestra mesa habitual. Yo estaba nerviosa, preguntándome qué tramaban.
Pocos minutos después, Aleska y su séquito entraron en el comedor. Se sentaron en su mesa con su habitual arrogancia. Un par de minutos más tarde, regresaron Evanie y Tatiana, con expresiones de inocencia mal disimuladas. Se sentaron a nuestro lado, y Evanie me dio un codazo. ―Observa―, me susurró.
Aleska se sirvió su ración de suplemento sanguíneo y, con un gesto teatral, se la llevó a los labios. Pero en lugar de sangre, lo que bebió fue algo espeso y con un olor repugnante. Su rostro se contorsionó en una mueca de horror y asco. Lo escupió de inmediato, y la sustancia—un espeso y maloliente menjunje de jugo de tomate, vinagre y esencia de ajo concentrado (un terror para los vampiros)—salpicó el suelo.
La reacción fue inmediata. Los vampiros alrededor, al oler el ajo y el vinagre, se retorcieron con asco. Aleska soltó un grito histérico, y toda la mesa de Christoff se levantó.
―¡Tú! ¡Fuiste tú, princesa de segunda!―, gritó Aleska, señalándome con el dedo. Aunque no me había movido, era obvio que pensaba que yo era la responsable.
―Yo no hice nada―, respondí, sintiendo un nudo en el estómago, a pesar de la satisfacción de verla humillada.
―¡Claro que fuiste tú! ¡Esto es venganza por tu asqueroso mapache!―, gritó, y se abalanzó sobre mí. Esta vez, Aleska no quería pelear, quería humillarme. Me tomó del cabello, intentando arrastrarme de la silla, y yo reaccioné instintivamente, empujándola con la fuerza que no sabía que tenía.
La mesa de Christoff se unió a la refriega. Christoff se puso de pie, su expresión una mezcla de furia y diversión. Antes de que el caos se desatara, una voz de trueno resonó en el comedor, una voz que no pertenecía a ninguno de los tutores.
―¡Fue suficiente!.
El Director Edolf Bellannoba estaba de pie en la entrada. Su presencia era imponente y su furia, palpable. Con su mirada fría, recorrió el comedor.
―¡Princesa von Karpata y Señorita Ravnos! ¡A mi oficina, ahora mismo!.
Evanie y Tatiana palidecieron. Yo sentí que el mundo se me venía encima. Aleska me miró con una promesa de muerte en sus ojos, pero no se atrevió a desobedecer. Ambas fuimos arrastradas fuera del comedor, dejando el caos tras de nosotras, y siendo la prueba viviente de que, a pesar de los pactos, la guerra entre especies aún se libraba en los pasillos de ese internado.
El trayecto a la oficina del director fue tenso. Aleska caminaba a mi lado, bufando con cada paso, y sus murmullos eran promesas veladas de dolor. Yo mantenía la vista al frente, intentando ignorar la rabia que emanaba de ella. Sabía que, aunque no había sido la autora de la broma del ajo, la culpa recaería al menos en parte sobre mí.
Al entrar en la oficina, el Director Edolf Belladonna nos indicó que tomáramos asiento. El ambiente era austero, con grandes libreros y una mesa de caoba que parecía absorber la luz. Nos sentamos, y él nos miró por encima de sus lentes, su expresión imperturbable y fría.
―El Internado de la Alianza es un lugar que busca la unión de ambas especies y la preservación de la paz―, comenzó Edolf, su voz profunda resonando en la sala. ―El hecho de que dos de las figuras más notables de este lugar, ambas vampiras de familias prominentes, se estén agrediendo física y públicamente en cada oportunidad, no deja una buena impresión en nadie. Mucho menos cuando una de ellas es la hija del Rey.
Aleska intentó defenderse, girando la cabeza hacia mí. ―¡Ella empezó! ¡Fue por su culpa que el mapache...
El director levantó una mano, silenciándola de inmediato.―Lamento si la hice creer que estaban aquí para alegar, Señorita Ravnos. No es así. Las acciones que he presenciado son más que suficientes. Ambas están castigadas.
El rostro de Aleska se contrajo de indignación. ―Usted no puede..
Edolf la interrumpió con una mirada de hielo. ―Usted, Señorita Ravnos, por el incidente del mapache, tendrá la tarea de limpiar las mazmorras por el resto de la semana. Una labor que, estoy seguro, le enseñará algo sobre la humildad.
Aleska intentó quejarse de nuevo, pero el director simplemente le indicó que ya podía retirarse. Ella se levantó de un salto, me lanzó una mirada asesina que prometía una venganza futura y salió de la oficina, cerrando la puerta con un golpe seco.
#788 en Fantasía
#485 en Personajes sobrenaturales
vampiros, vampire academy, hombres lobo mate vampiros drama romance
Editado: 10.10.2025