Luna Sangrienta

Capitulo 12

El silencio de la madrugada en la biblioteca era algo sagrado. Después de que la vida en el internado se ralentizaba hasta el punto de la quietud—es decir, cuando los demás se retiraban al «sueño diurno», Derek y yo comenzábamos nuestro inusual castigo. Habían pasado ya varios amaneceres desde que convertimos la penitencia en una excavación arqueológica, buscando la verdad entre volúmenes y pergaminos. La inmensidad de la tarea era desalentadora; miles de libros nos observaban desde estantes que rozaban el techo, pero yo sentía que la clave de mi existencia inexplicable se ocultaba en algún índice, esperando a ser descubierta.

Esa noche nos habíamos adentrado en el Ala de Ciencias Antiguas, donde el aire era más pesado, saturado de polvo y el olor a cuero rancio. Estaba sentada en una mesa de roble macizo, rodeada de pilas de textos cuyo contenido había sido considerado obsoleto o, lo que es más probable, demasiado revelador. Yo estaba absorta en un mamotreto sobre Biología Comparada de Especies Míticas y Mundanas. Los diagramas detallados ilustran la anatomía paralela de humanos, vampiros y licántropos, explicando la funcionalidad de sus distintos núcleos energéticos y sistemas de autocuración.

Mi mente se había acostumbrado a filtrar la retórica académica, buscando las anomalías, cuando un término en bastardilla en la sección de habilidades licantrópicas saltó de la página y me clavó la respiración en el pecho.

Levanté la mirada, sintiendo la punzada familiar de la curiosidad. Derek, alto y ágil, estaba a unos metros de mí, encaramado en una escalera de madera que crujía bajo su peso. Estaba forcejeando con una pila de pergaminos sellados, intentando catalogarlos sin desintegrarlos.

―Derek―, llamé, manteniendo la voz baja para no perturbar el silencio sepulcral. ―Tengo una pregunta. ¿Qué es el 'Sifón de Dolor'?.

El pergamino se deslizó de sus manos, pero él lo atrapó a mitad de camino con un reflejo felino. Bajó de la escalera con la fluidez que solo poseían los licántropos, acercándose a mi mesa. Sus ojos dorados se posaron primero en el tomo abierto y luego en mí. Vi una sombra de cautela cruzar su rostro, como si esa información no debe estar al alcance de cualquiera.

―Se llama SifónPain ―, corrigió, aunque el significado era el mismo. Se inclinó sobre la página, susurrando. ―Es una habilidad que tenemos los lobos, sí. Un don, supongo que lo llamarías. Podemos tomar el dolor físico de otra criatura, absorberlo en nuestro propio sistema. Le da al otro un alivio instantáneo. Es... una forma de mitigar el sufrimiento ajeno.

El silencio que siguió se llenó con el rápido latir de mi corazón.

―¿Y eso… no los auto lastima a ustedes?― preguntó, pensando de inmediato en lo que había arriesgado al fusionar su mente con la mía, en la facilidad con la que parecía cargar con tensiones que no le pertenecían.

Él se enderezó, apoyándose en el borde de la mesa. ―No en el mismo grado. Sentimos el dolor, claro, pero es atenuado. Como un eco distante, un pinchazo en lugar de una puñalada. Es manejable para la mayoría. Sin embargo, si el dolor es muy intenso, o si el lobo no ha aprendido a controlar el sifón, sí puede ser peligroso. Podría causar un abrumamiento sensorial o desorientación total. Por eso es una habilidad que se entrena con mucho cuidado.

La sangre se me heló. La información se encajó en el vacío de mis recuerdos con una precisión escalofriante.

El dolor ardiente. El dolor del mapache herido que sentí como si fuera mío en el comedor. El dolor que me había paralizado, que había gritado en mi cabeza y luego… se desvaneció. No disminuyó lentamente, como la curación normal, sino que se desvaneció de golpe, como si alguien hubiera apagado un interruptor.

Mis ojos se clavaron en Derek, pero él solo vio la explicación biológica en el libro. Yo estaba viendo aquel día, el caos, el miedo.

Alguien me había sifonado el dolor. Un lobo había estado lo suficientemente cerca como para absorber mi sufrimiento. ¿Quien? ¿Y por qué?

Mi mente giraba como un torbellino. No era solo que la verdad estuviera cerca; era que había estado conviviendo con ella. El dolor que sentí no era mío en primer lugar, era un reflejo. Y la ausencia de dolor que vino después tampoco era mía, sino un acto deliberado.

Me puse de pie, sintiendo el peso de la medianoche y la fatiga física y mental. Tenía que detenerme. Esa nueva pieza del rompecabezas era demasiado pesada para asimilarla en medio de un archivo polvoriento.

―Suficiente por hoy―, le dijo a Derek, cuya expresión me indicaba que entendía la urgencia detrás de mi agotamiento.―Gracias por la explicación. Creo que necesito descansar.

Me despedí con un asentimiento breve, dejando la biblioteca cargada con el peso de la revelación. Me fui a dormir con una certeza abrumadora: el misterio de mi dolor y de mis habilidades no era un fallo biológico. Era una huella. Una huella de la intervención de alguien más, la clave para entender lo que realmente era yo, o lo que me estaban obligando a ser. Y ahora, tenía que averiguar quién era el lobo que me había encontrado.

La noche siguiente asistí a clases como de costumbre, la información sobre el SifónPain de los lobos aún rondaba en mi cabeza. Últimamente, la tensión con Aleska había disminuido notablemente, un respiro en el constante asedio de su animosidad. La rubia, antes una fuerza magnética de hostilidad, ahora se movía con una cautela que me pareció casi antinatural. Sus miradas furtivas aún se posaban sobre mí, como pequeños dardos envenenados lanzados desde la distancia, pero se mantenía siempre fuera de mi alcance, a una distancia prudencial que no me permitía relajación total, pero sí un alivio bienvenido. Al parecer, el castigo del Director, sumado al miedo que le había infundido mi inexplicable fuerza «esa que me había sorprendido a mí misma», había funcionado como un potente veneno contra su agresión. Era una victoria agrícola; no era la amistad que nunca busqué, sino una tregua forzada por el temor.




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