Me desperté aquella noche con una sensación de paz y alivio. Por primera vez en mucho tiempo, no había sido atormentada por visiones ni por el recuerdo del dolor. El silencio en mi mente era un regalo que atesoré. Me levanté de la cama con una energía renovada. El misterio de mi pasado, aunque abrumador, ahora se sentía como una misión que compartía con Derek, y esa complicidad me daba fuerzas.
Me vestí rápidamente, preparándome para la noche que tenía por delante. Era la recta final de la semana de exámenes, y solo me quedaban las pruebas de las materias más complejas: Aritmética Avanzada y Estrategia de Combate.
Al salir de la habitación, el aire en el internado se sentía cargado de tensión, no por la rivalidad, sino por la presión académica. Caminé con mis amigos hacia las aulas, concentrándome en la información que había estudiado. Gracias a las horas pasadas en la biblioteca, organizando y ojeando los tomos antiguos, sentía una confianza que antes no poseía.
Pasé las siguientes horas rindiendo los exámenes. Aunque la Aritmética Avanzada era un tormento incluso para los vampiros, logré concentrarme. En cuanto a Estrategia de Combate, la teoría no me era difícil, pero la ironía de estudiar tácticas de lucha mientras yo misma luchaba por controlar una fuerza desconocida no se me escapaba.
Al terminar, sentí el cansancio, pero también la satisfacción de haber cumplido. La noche de estudios había terminado, pero la verdadera investigación, la que llevaba a cabo en secreto con Derek, estaba a punto de comenzar. Y sabía que las respuestas que buscábamos no se encontrarían en ningún manual, sino en los rincones olvidados de la historia de mi propia familia.
Al terminar los exámenes y salir de las aulas, el ambiente del internado había cambiado. La tensión se había liberado de los estudiantes por el fin de las pruebas, pero fue reemplazada por una nueva ansiedad. Durante el almuerzo, la atmósfera en el gran comedor era palpable. Esa noche, se anunciarían las notas finales de los exámenes y, lo más importante, se formarían los grupos para la competencia en la Arena.
Mis amigos, Viktor y Adler, no paraban de hablar de sus posibilidades de quedar entre los diez mejores, mientras Evanie y Tatiana los miraban con una mezcla de burla y apoyo. La Arena era el evento más importante del año, el único momento en que la rivalidad se hacía oficial y sangrienta, y la emoción era casi eléctrica.
Sin embargo, a mí, el tema de la competencia realmente no me interesaba. Me mantuve tranquila, asintiendo a mis amigos y bebiendo mi suplemento sanguíneo. Mi mente estaba en otra parte, mucho más preocupada por todas aquellas incógnitas que habían surgido con respecto a mi vida.
La imagen de mi madre convertida, el collar lobuno, el nerviosismo de Edolf y el misterio de mi fuerza. Esas eran las verdaderas batallas que me importaban. La Arena era solo un juego de niños comparado con la posibilidad de descubrir quién o qué era realmente y por qué mi pasado estaba tan deliberadamente oculto. Dejé que mis amigos se emocionaran por sus duelos, mientras yo me preparaba mentalmente para el mío: la inmersión en los secretos más profundos de Carpacia, junto al lobo que se sentía obligado a protegerme.
La noche avanzó, y al finalizar la última clase, una tensión palpable arrastró a todos los estudiantes hacia el gran salón central. Allí estaba la inmensa cartelera de informaciones, donde se publicarían los promedios finales, los nombres de los diez alumnos más destacados y los equipos correspondientes para la competencia en la Arena.
La multitud se aglomeró rápidamente frente al tablero. Era imposible acercarse. Tatiana, Evanie y Adler intentaron colarse, pero la marea de cuerpos los rechazó. Tuvimos que conformarnos con escuchar los gritos y los murmullos.
A lo lejos, escuché a dos chicas lobo, una llamada Lena y otra, Aysha, celebrar ruidosamente que habían quedado entre los diez primeros. Por los comentarios que flotaban en el aire, supimos que la élite vampírica mantenía su posición: Christoff y Aleska estaban, por tercer año consecutivo, entre los destacados. Inevitablemente, Derek también había asegurado su puesto.
Yo me quedé atrás con Viktor, que se quejaba en voz baja sobre la injusticia de las matemáticas antiguas. El torneo no me importaba en absoluto, y mi mente seguía en el secreto de mi madre y el collar.
Finalmente, la multitud comenzó a dispersarse, dejando un claro frente a la cartelera. Mis tres amigos corrieron hacia ella.
No pasó mucho tiempo antes de escuchar un grito de felicidad de mis amigas que resonó en el pasillo.
―¡Sí! ¡Lo logramos!―, gritó Evanie.
―¡Las dos quedamos!―, exclamó Tatiana, con una alegría desbordante.
Pero la alegría se cortó cuando Adler suspiró con profunda decepción.―Yo quedé de número once. Por un punto.
Fue entonces cuando Evanie se giró, localizándome en la distancia. Corrió hacia mí con una sonrisa radiante, pero sus ojos tenían una pizca de asombro.
―¡Anne Marie! ¡Lo hiciste! ¡Quedaste de número diez! ¡Vas a participar en el torneo!.
Me quedé helada. No podía creerlo. ¿Yo? ¿La chica que no podía controlar su propia fuerza y que tardaba en transformarse, entre los diez mejores? Nunca pensé quedar entre los destacados. Mi mente corrió a la biblioteca, a las horas de lectura forzada con Derek. El castigo, de alguna manera, me había catapultado al corazón de la competencia. Ahora no solo era el centro de la rivalidad por mi nacimiento, sino también una participante oficial en el juego de la Arena.
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Editado: 10.10.2025