Me levanté aquella noche con una mezcla de nerviosismo y excitación. El beso de la noche anterior con Derek flotaba en mi mente, pero la amenaza inminente de las pruebas del torneo me obligaba a mantenerme enfocada.
Junto a Evanie, nos preparamos para ir a clase. Ella, actuando como una profesional, no mencionó nada de nuestro secreto, aunque noté una especie de brillo cómplice en sus ojos.
Todo estaba igual que siempre. La atmósfera del internado era la misma: la tensión entre las especies seguía palpable, la desconfianza era un olor constante. La única diferencia, y era una que solo nosotros notábamos, eran las miradas disimuladas que intercambiaba con Derek a lo largo de los pasillos. Eran rápidas, pero cargadas, pequeños recordatorios de nuestro secreto y del riesgo que corríamos.
Después de la primera clase, aproveché el breve descanso para acercarme a Adler. Mi amigo, que había quedado justo fuera del top ten, se veía un poco cabizbajo.
―Adler―, dije, tocándole el brazo. ―Quería hablar contigo sobre las pruebas. Sé que estás decepcionado, pero...
Él me interrumpió, dedicándome una sonrisa genuina. ―No debes sentirte mal, Anne Marie. Y mucho menos por mí. Tú te esforzaste. Pasaste días y noches metida en esa biblioteca. Te lo has ganado, de verdad.
―¿No crees como el resto―, le pregunté en voz baja, mirando a mi alrededor, ―que solo me dieron el cupo por ser la princesa, para tener más drama en la Arena?.
Adler negó con la cabeza con firmeza. ―Yo sí te conozco. Sé lo que trabajaste. Te mereces estar allí, aunque por tu cara, creo que la idea no te gusta tanto.
Me encogí de hombros, con un nudo en el estómago. ―Cuando tienes de enemigos a Christoff y a Aleska, y sabes que esta competencia es su excusa perfecta para atacarte sin repercusiones, habría preferido no estar de rival en una competencia. Es su manera de llevar la guerra a la luz.
Adler me miró con comprensión. ―Lo entiendo. Pero ahora estás en el equipo de Derek y Evanie. Estás bien cubierta, Anne Marie. Y ya demostraste que sabes devolver los golpes―. Su mención de mi fuerza desmedida no me tranquilizó, pero sí aprecié su lealtad incondicional.
Me sentí mucho más aliviada después de hablar con Adler. Su apoyo genuino, expresado con una seriedad tranquila que me transmitió una fuerza inesperada, fue como un bálsamo para la herida aún abierta de mi fracaso en la primera prueba. Había notado su mirada preocupada en mí durante la mañana, una preocupación que no buscaba compasión, sino comprensión. Sus palabras sobre la resiliencia y la importancia de seguir adelante, sin importar las caídas, no fueron meros clichés; resonaron con una verdad que la autoridad de su experiencia de vida amplificaba. Me recordaron que no estaba sola en esto, que el camino del aprendizaje, especialmente en un lugar como la Academia Nocturna, estaba pavimentado con desafíos y reveses.
Esa breve conversación, apenas unas frases en el pasillo, me dio un poco de la confianza que había perdido. La vergüenza y la frustración que me habían encadenado la semana anterior no исчеcieron por completo, pero se aflojaron, permitiéndome respirar. Con la moral ligeramente restaurada, aunque todavía con una capa de inquietud subyacente, el resto de las clases transcurrieron con una normalidad engañosa. Las lecciones de historia ancestral se perdían en el murmullo de mis propios pensamientos, las fórmulas arcanas de la clase de Encantamientos parecían más accesibles, y hasta la aburrida ética elemental me parecía menos densa. Pero sabía que esa calma era solo una tregua, la calma antes de la siguiente tormenta.
Al finalizar las últimas horas académicas, la aparente placidez del día se desvaneció. El flujo de estudiantes, denso y silencioso en su anticipación, nos arrastró de nuevo a la Arena. Ya no era un movimiento casual; era una corriente inexorable que nos empujaba hacia el epicentro de la tensión. El aire, dentro de la vasta cúpula de la Arena, estaba frío y tenso, cargado con la electricidad de las expectativas. La tabla de resultados, gigantesca y brillante sobre nuestras cabezas, parpadeaba con una verdad ineludible: un empate de 1-1. Esta era la tercera de cuatro pruebas, y el resultado de esto no solo sería crucial, sino que podría sellar nuestro destino antes de la confrontación final. Cada respiración en el lugar parecía contener una promesa o una amenaza.
El Tutor Malachai se paró en el centro de la Arena, su figura imponente proyectando una larga sombra en el suelo de piedra. Su voz, amplificada por la magia, resonó con una solemnidad inconfundible. ―Bienvenidos, estudiantes, a la tercera prueba de las Olimpiadas Interclase: El Desafío de la Reserva Arcaica―. Un murmullo de curiosidad y nerviosismo se expande entre la multitud. ―Esta prueba evaluará la habilidad para trabajar bajo presión y la afinidad mágica―, explicó el tutor, con una pausa dramática. ―Debajo de la Arena se encuentra una sala de energía, un lugar donde se almacenan los cristales que alimentan las barreras protectoras del internado. En esta prueba, los equipos deberán entrar en la Reserva Arcaica, tomar los cristales de energía marcados con sus respectivos colores (azul para Alpha, verde para Beta) y transportarlos a la superficie. La dificultad radica en que la sala está llena de una niebla mágica densa y persistente que suprime las habilidades pasivas de todos los seres sobrenaturales. Vampiros y Lobos perderán temporalmente su visión nocturna, su velocidad vampírica, la amplificación de sus sentidos y cualquier otra ventaja inherente a su naturaleza. La niebla afectará a todos por igual.
La noticia cayó como una revelación, pero también con un matiz de alivio y una punzada de miedo. La prueba niveló el campo de juego. Sin la agudeza visual de los vampiros ni los sentidos licántropos incrementados, todos dependeríamos de la pura estrategia, la cooperación y, quizás, un poco de suerte. Era una prueba de igualdad forzada, una que eliminaba las ventajas naturales y nos obligaba a depender de la camaradería y la inteligencia. Miré a Derek, quien ya había asumido una postura de concentración intensa. A su lado, Anne Marie, Evanie, Lena y Aysha intercambiaban miradas, sus expresiones una mezcla de determinación y sano nerviosismo.
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Editado: 03.11.2025