Luna Sangrienta

Capitulo 20

Narrador omnisciente

En el vasto y sombrío corazón del Palacio de Carpacia, donde la piedra milenaria exhalaba un frío perpetuo y las sombras danzaban al compás de ráfagas invisibles, el Rey Vladimir se encontraba en su despacho. Un siglo y medio, una eternidad para los mortales, pero apenas un parpadeo en la vida de un vampiro antiguo como él, había transcurrido desde la conversión de su esposa, la Reina Isabella. Y con ella, un siglo y medio de una frustración creciente y corrosiva.

Durante todo ese tiempo, su obsesión había sido la búsqueda desesperada de un heredero legítimo. No un simple súbdito convertido, cuya lealtad era una moneda de cambio y su esencia un pálido reflejo. No, Vladimir anhelaba uno que poseyera su sangre pura, la fuerza inquebrantable de su linaje ancestral, un verdadero continuador de la dinastía Carpacia. Era una búsqueda que lo había llevado a los confines de la desilusión, a un sinfín de alianzas fallidas y experimentos de sangre que solo terminaban en cenizas.

Aun así, en medio de esta incesante búsqueda, el Rey Vladimir siempre había hecho caso omiso a las peculiaridades de su hija, Anne Marie. Amaba a la princesa con una devoción feroz, una fuerza que rivalizaba con la mismísima eternidad. Atribuía sus rarezas —su sensibilidad inusual para una de su especie, su melancolía a veces palpable, e incluso su notoria falta de entusiasmo vampírico— a su mitad humana. Después de todo, Isabella había sido una mortal antes de unirse a él en la noche eterna. Él la había transformado, pero la impronta de su origen, pensaba Vladimir, sin duda había influido en Anne Marie. Era incapaz de concebir la idea, ni siquiera por un momento fugaz, de que ella no fuese su verdadera sangre, la carne de su carne, el eco de su esencia. Semejante pensamiento era una herejía contra el amor que les profesaba.

Aquella noche, mientras el reloj carmesí de su despacho marcaba las horas de la medianoche y Vladimir atendía las obligaciones interminables de su reino, la pesada puerta de roble oscuro se abrió con un crujido sordo. Uno de sus consejeros de confianza, Lord Kael, un vampiro de linaje impecable y lealtad probada, entró en la estancia. Su rostro, generalmente impasible, mostraba una inusual gravedad portaba un sobre sellado con el emblema de la Alianza.

―Majestad―, dijo Kael, en voz baja, apenas un susurro que no perturbaba el silencio sepulcral del lugar. ―Ha llegado un reporte del internado.

Vladimir ascendió, su mirada fija en el valioso documento. Tenía uno de sus seguidores más leales, un vampiro de su guardia personal conocido por su discreción y eficacia, a cargo de velar por la seguridad de Anne Marie dentro de la compleja red de la Alianza de Internados Nocturnos. La orden había sido estricta: observar, proteger discretamente, pero nunca interferir, para no alertar a la princesa ni a sus tutores sobre la vigilancia real.

Con un movimiento fluido y ancestral, Vladimir rompió el sello de cera negra. Sus ojos, que habían presenciado el ascenso y la caída de imperios, recorrieron las pulcras líneas manuscritas. El reporte detallaba ciertos acontecimientos de sumo interés, narrados con una objetividad que no lograba ocultar la inquietud del espía. Primero, un incidente peculiar en la Arena durante un entrenamiento: la brutal ruptura de la nariz de una alumna llamada Aleska por un golpe aparentemente descontrolado, seguido por el sorprendente desplome de Anne Marie, quien parecía incapacitada por el simple impacto. Luego, el evento aún más extraño en el comedor: la reacción de la princesa al contacto con la sangre de un mapache agonizante, una escena descrita con una mezcla de horror y fascinación. No una ansia salvaje, no una atracción, sino una aversión visceral que rayaba en el desmayo.

Estos incidentes, sumados a las sutiles características impropias de la naturaleza vampírica que su hija exhibía y que él había ignorado sistemáticamente —su lentitud en la transformación, su aparente debilidad en comparación con la realeza vampírica— de repente cobraron un significado macabro. Las piezas se unían, formando un mosaico perturbador que Vladimir se había negado a ver. La justificación de su "mitad humana" se desmoronaba como polvo antiguo. Por primera vez en un siglo y medio, una duda fría y punzante se clavó en su corazón inmortal.

El Rey tomó una pluma de cuervo y un pergamino fino, su mano, que había empuñado espadas y firmado tratados de sangre, ahora temblaba imperceptiblemente. Con una caligrafía elegante y controlada por la fuerza de la costumbre, comenzó a redactar una carta a su hija. No preguntaría directamente, no podía alarmarla, no podía mostrar la grieta en la armadura de su afecto. En cambio, su objetivo era determinar discretamente si ella requería de su intervención paternal, si estaba enfrentándose a algo más de lo que había admitido en sus cartas superficialmente alegres. Su instinto principal era protegerla, incluso mientras la sombra de la traición se cernía sobre su linaje.

Más tarde esa noche, después de sellar la carta con su propio anillo y enviarla por medio de un mensajero de confianza, el Rey Vladimir se levantó de su escritorio. Su figura alta y poderosa se proyectaba, fantasmagórica, contra las cortinas de terciopelo. La mirada grave en sus ojos carmesí era un presagio. Por primera vez en mucho tiempo, el futuro de su linaje le provocó una genuina preocupación. No la preocupación de la búsqueda fallida, sino la angustia de una verdad inminente y demoledora.

Mandó llamar a su mayordomo con un gesto imperioso. ―Convoca a una reunión de emergencia con el Consejo de Sangre―, ordenó, su voz gélida y resonante en el gran salón. ―Excluye la presencia de la Reina. Que sea inmediata.

Las palabras flotaron en el aire pesado, un decreto que sellaba el destino de muchos, y posiblemente, el de Anne Marie y el propio Rey Vladimir para siempre. La noche en Carpacia apenas comenzaba.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.