Luna Sangrienta

Capitulo 24

El aire del sótano se hizo denso y peligroso, un manto frío que se adhería a mi piel con la misma inquietud que sentía en mi estómago. La visión de Christoff, en lugar de Derek, me paralizó. No era la imagen familiar de mi novio lobo, sino la silueta angular de mi primo, una figura que siempre me había inspirado una mezcla de desconfianza y repulsión. Su sonrisa, curvando sus labios finos, no era de bienvenida, sino de depredador, la clase de mueca que precede a la caza y al desgarrar.

―Vaya, vaya —me saludó con voz melosa, cargada de una clara burla que me erizó la piel—. Llegas justo a tiempo, primita.

La rabia, tan familiar en mi trato con él, me subió por dentro, un fuego que amenazaba con consumirme. — ¿Qué haces aquí, Christoff? —Mi voz salió tensa, un hilo de furia contenido.

Él se enderezó, cruzándose de brazos, su pose desafiante acentuando el poder que parecía emanar de él en la penumbra húmeda del sótano. —Oh, yo te estaba esperando. ¿A quién más esperabas?

Me tensé, mi mente girando frenéticamente en busca de una explicación lógica para su presencia. —¿De qué hablas? No te entiendo.

Christoff soltó una carcajada seca, desprovista de cualquier humor. Era un sonido desagradable, como el crujido de huesos secos. ——¿En serio pensaste que había sido tu novio perruno el que te había mandado la notita? Por favor, Ana María. ¿Crees que ese lobo tiene el cerebro para tal estratagema?

Las palabras me golpearon como latigazos. La burla hacia Derek, mi leal y bondadoso Derek, y la manipulación evidente de la nota que me había guiado hasta aquí, me enfurecieron hasta la médula. Él había orquestado esto. Había imitado la letra de Derek, o peor aún, había interceptado el mensaje original y lo había alterado para sus propios finos siniestros. El instinto de supervivencia gritó en mi interior. Me di la vuelta, dispuesta a huir, a romper la conexión con este hombre repugnante y sus juegos crueles. No iba a permitir que me manipulara más.

—En verdad ¿quieres salir de aquí, Anne Marie? —La pregunta de Christoff se deslizó en el aire, su tono cambiando extensamente de la burla a una seriedad cortante, un gancho letal que me detuvo en seco, obligándome a retroceder en mis pasos.

Me detuve, mi cuerpo rígido, la urgencia de llegar al palacio, de cumplir la misión que mi padre me había encomendado antes de su muerte, pesando mucho más que mi necesidad de evitar a Christoff. El tiempo era un factor crucial, y él, por más que lo detestara, se había interpuesto en mi camino.

—Soy tu única opción ahora —continuó Christoff, dando un paso adelante, acortando la distancia entre nosotros, invadiendo mi espacio personal con su presencia dominante.

Lo miré por encima del hombro, mi resentimiento luchando contra la fría pragmática de la situación. —¿Por qué me ayudarías? Tú me odias.

Christoff se acercó por completo, su rostro ahora iluminado por un tenue rayo de luz que se filtraba por alguna rendija oculta. En sus ojos, antes oscuros y llenos de malicia, vi la ambición pura y fría, un brillo depredador que eclipsaba cualquier otra emoción. —Soy un hombre inteligente, Anne Marie. Capaz de aprovechar mis oportunidades. Y el que la heredera al trono de Carpacia me deba un favor monumental... es una oportunidad que no puedo desperdiciar.

Un escalofrío helado me recorrió la espalda, no de miedo esta vez, sino de un reconocimiento perturbador de su naturaleza. Me giré para encararlo de nuevo, la rabia inicial sustituida por una aceptación a regañadientes de la realidad. Sus motivos eran repulsivos, arraigados en el egoísmo y la avaricia, pero eran, al menos, honestos.

Lo miré fijamente, entrecerrando los ojos, encarnando una ceja en señal de desprecio, un gesto que esperaba que lo hiriera. —Realmente eres de lo peor, Christoff.

Él irritante, una sonrisa de satisfacción, como si mi insulto fuera una medalla de honor. —Talvez. Pero ¿aceptas mi ayuda o no? El tiempo corre, y el toque de queda no durará para siempre.

No tuve más opción. La memoria de mi padre, sus últimas palabras resonando en mi mente, y la prohibición explícita de mi madre de recurrir a él, pesaban más que mi orgullo herido y mi profunda aversión. Necesitaba salir del internado, y él, con su conocimiento de los pasadizos ocultos y su falta de escrúpulos, era la llave. La amargura se pegó a mi garganta.

—Acepto —dije, la palabra se sintió áspera al salir de mis labios—. Pero no te deberé nada, Christoff. Solo te pagaré por el servicio.

Él ladeó la cabeza, una chispa de diversión en sus ojos. disfrutar Parecía de mi resignación. —El pago vendrá después. Ahora, diez centavos, ¿cuál es tu plan? Porque no podemos simplemente caminar por la puerta principal.

Christoff se movió hacia la entrada del sótano, un pasaje que se retorcía en la oscuridad. —Sígueme. Y sé lo más sigilosa que puedas, o nos atraparán a ambos, y no podrás cobrar mi favor.

Lo seguí a regañadientes, cada paso una concesión a mi desesperación. Juntos, salimos del sótano, la humedad y el olor a rancio reemplazados por la frescura de la noche. Christoff nos guió por un pasillo lateral inusualmente oscuro, uno que no recordaba haber visto antes en los laberínticos corredores del internado. La oscuridad era casi total, solo rota por finos hilos de luz que se filtraban por las rendijas de las puertas cerradas y las ventanas tapadas. Por un breve y aterrador momento, la duda se apoderó de mí, el temor latente de que esto fuera una trampa aún más elaborada. Pero mi duda se desvaneció cuando, a lo lejos, divisé el contorno tenue de una puerta de servicio oculta, camuflada expertamente en la pared de piedra.

Christoff la abrió con una habilidad sorprendente, casi imperceptible, sugiriendo que este era un camino que conocía bien, quizás incluso uno que él mismo había utilizado en ocasiones anteriores. Cruzamos la puerta, y para mi sorpresa, nos encontramos directamente en los establos del internado, un lugar silencioso y solitario en la noche, solo el olor a heno ya animales llenaba el aire.




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