Luna Sangrienta

Capitulo 25

Narrador Omnisciente

En el corazón helado de Carpacia, mientras la furia elemental de una tormenta de nieve azotaba los bastiones ancestrales del castillo, y Anne y Christoff buscaban refugio en algún rincón olvidado del reino, una tormenta de muy distinta naturaleza se gestaba en los aposentos privados de la Reina Jean Marie. No era el frío glacial lo que la consumía, sino una ira ardiente, un torbellino de frustración y desengaño que amenazaba con devorarla. Sus movimientos por la lujosa estancia, donde tapices históricos y pesadas cortinas de terciopelo apenas lograban contener la vehemencia de su andar, eran los de una bestia enjaulada, cada paso resonando con la amargura de un plan frustrado. El sabor de la derrota era un veneno lento en su paladar.

Con la discreción que solo años de intriga pueden perfeccionar, Jean Marie se deslizó hacia un salón lateral, una cámara oculta tras un panel tallado, donde la luz de las velas proyectaba sombras danzantes sobre los rostros. Ahí la esperaba Kael, su estratega principal, un hombre cuyo físico robusto y el linaje marcado en sus rasgos severos denotaban una lealtad forjada en siglos de servicio a la corona. Su postura era de una tensa obediencia, cada músculo vibrando con la expectación.

—Todo ha sido en vano —siseó Jean Marie, el golpe seco de su puño contra la mesa de mármol resonando con una fuerza desproporcionada en la pequeña sala. Su voz, normalmente modulada a la perfección, ahora se quebraba con una vehemencia apenas contenida—. ¡El difunto Rey Vladimir nos ha arruinado! Modificó su testamento, no mucho antes de... de lo ocurrido. —La Reina apenas podía articular las palabras, el eufemismo apenas velaba la verdadera naturaleza de su acción, pero la amargura del fracaso resultaba mucho más lacerante que el duelo por la pérdida. Era el golpe a su poder lo que la hería.

Kael se acercó, su voz un murmullo grave. — ¿Qué dispuso, Majestad? ¿Qué estratagema urdió?

Jean Marie apretó los puños, las uñas marcando la carne de sus palmas. —Estipuló, de manera irrefutable, que la Princesa Anne Marie es la única heredera al trono. Y lo que es peor... lo intolerable es que, según el documento, ningún pariente consanguíneo o cónyuge —ni siquiera yo— podría ascender al poder en su lugar. No hasta que Anne Marie sea debidamente coronada. El Consejo de Sangre, ese nido de víboras, está obligado a esperar a la niña.

Kael profirió una maldición apenas audible, sus ojos sombríos. —El viejo zorro. Previó sus movimientos. Su astucia era legendaria.

—Ahora es un obstáculo —continuó la Reina, su voz cargada de veneno helado—. La muchacha está oculta en el internado, a salva de mis miradas por la orden de seguridad que le impuse a Edolf. No la quiero aquí. No la quiero entorpeciendo mis designios.

Kael la miró con una astucia gélida, su calma un contrapunto a la furia de la Reina. —Majestad, su perspectiva es errónea. Debe traer a su hija de vuelta. Si usted no puede empuñar el cetro directamente, su hija debe hacerlo. Y si la princesa es tan maleable como usted asegura, será perfectamente capaz de regir un reino... con la mano invisible de su madre guiándola, tomando las decisiones desde las sombras.

Jean Marie frunció el ceño, el desdén arrugando sus finas facciones. —Anne Marie es una muchacha aislada. Demasiado dócil, demasiado frágil para un trono que exige una voluntad de hierro.

—Una infanta dócil y frágil es, curiosamente, mucho más fácil de controlar que un monarca paranoico y desconfiado —replicó Kael, su lógica implacable. —Si la princesa es la llave legal que abre el camino al poder, entonces debemos traerla de vuelta, coronarla, y usted se convertirá en la verdadera fuerza motriz detrás del trono. El plan no ha sido destruido, Majestad. Solo ha cambiado su pieza central. Ahora, la urgencia es traerla de regreso antes de que el Consejo de Sangre intente anular la última voluntad del Rey o, lo que sería infinitamente peor... antes de que la verdad salga a la luz.

Una chispa de una ambición renovada, fría como el acero, regresó a los ojos de Jean Marie. El razonamiento de Kael era impecable. El control que había creído perder con Vladimir podía recuperarlo, e incluso fortalecerlo, a través de su propia hija. La humillación de la derrota se transmutó en una nueva estrategia. Ahora, la única misión ineludible era localizar a Anne Marie y escoltarla de regreso a Carpacia, no como una molestia, sino como la pieza clave de su renovado juego de poder.

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El internado, que durante horas había respirado el silencio opresivo del dia, despertaba con un murmullo apenas audible. Evanie, sin embargo, estaba muy lejos de la somnolencia. Su mente, ágil y preocupada, giraba en torno a Anne. Un rincón de su ser intentaba mantener la calma, aferrándose a la convicción de que Derek, con su discreción y lealtad, ya habría sacado a Anne del internado y la estaría protegiendo. Sabía, con una certeza casi visceral, que Derek jamás la habría expuesto a un peligro innecesario.

Esa frágil tranquilidad se desmoronó como cristal al oír el crujido de la puerta de su habitación. La había cerrado cuidadosamente, buscando un resquicio de privacidad en el laberinto de aulas y dormitorios.

—Señorita—, la voz monótona y carente de emoción del tutor rompió el silencio. —El toque de queda se levanta para la hora del almuerzo. Es hora de bajar.

Evanie ascendió, sintiendo la adrenalina empezar a fluir por sus venas. Su mente ya estaba trazando un plan, buscando la excusa perfecta. El tutor, un hombre de mirada escrutadora y movimientos precisos, barrió la habitación con la vista.

—¿Y su compañera, la Princesa Anne Marie?.

—Está en el baño—, respondió Evanie, intentando que su voz sonara lo más natural posible. —Seguro que pronto nos alcanzará.

El tutor, visiblemente no muy convencido, alzó la voz, su tono adquiriendo un matiz de impaciencia. —¡Princesa Ana María!.




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