Elara, Caelum y Lunara avanzaron con cautela después del ataque. La niebla en la llanura comenzaba a disiparse lentamente, pero el aire seguía cargado con esa sensación pesada y opresiva que habían sentido desde el principio. Los cuerpos de los lobos corruptos yacían inmóviles a su alrededor, pero ninguno se atrevía a relajarse.
—Esto no es algo natural —dijo Elara, examinando uno de los cuerpos con una mezcla de preocupación y curiosidad. Las marcas en el lobo parecían talladas en su carne, runas negras que pulsaban con un tenue brillo oscuro, incluso en la muerte.
Lunara se inclinó junto a su madre, estudiando las runas con el ceño fruncido.
—¿Qué significan? —preguntó, aunque una parte de ella temía la respuesta.
Elara trazó las runas con un dedo, sin tocarlas directamente. Su rostro se oscureció mientras procesaba lo que veía.
—Estas marcas no son simples hechizos. Son… una mezcla de magia oscura y algo más. Algo antiguo.
Caelum, todavía en su forma parcialmente transformada, se acercó a ellas, olfateando el aire con cautela.
—¿Qué tan antiguo? —preguntó, sus ojos dorados brillando con preocupación.
Elara se mordió el labio inferior, indecisa. Finalmente, se volvió hacia ellos.
—Lo suficiente como para ser peligroso. Esta magia no solo está diseñada para controlar, sino para corromper. Estas runas se han grabado directamente en el espíritu de estos lobos.
Lunara sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Es posible revertirlo?
Elara negó con la cabeza lentamente.
—No si la corrupción ha llegado tan profundo.
Caelum se agachó junto a ellas, mirando más de cerca las runas.
—Esto me resulta familiar. —Su voz era baja, casi un gruñido—. En las historias de la manada, se hablaba de un ritual oscuro que los lobos renegados intentaron usar hace siglos. Era una forma de vincular su espíritu al poder de los ancestros, pero fracasaron. Aquellos que lo intentaron se convirtieron en bestias incontrolables, consumidas por su ambición.
Elara levantó la vista hacia él, sus ojos entrecerrados.
—¿Y esas historias hablaban de runas como estas?
Caelum asintió.
—Sí. Decían que las marcas eran la señal de que sus espíritus habían sido arrancados de su esencia natural y reemplazados por algo… roto.
Lunara miró los cuerpos de los lobos, sintiendo una mezcla de compasión y horror.
—Entonces, alguien está usando ese ritual otra vez. Pero ¿quién?
Elara se levantó, limpiándose las manos mientras miraba hacia el horizonte.
—Eso es lo que debemos descubrir. Si alguien está usando magia de los ancestros para corromper a los lobos, podría ser solo el comienzo.
Caelum gruñó, poniéndose de pie.
—Cualquiera que esté detrás de esto sabe lo que hace. Esta magia no está diseñada para conquistar; está diseñada para destruir.
Lunara se cruzó de brazos, con el ceño fruncido.
—Pero ¿por qué querrían destruir? Si pueden controlar este tipo de poder, ¿no tendría más sentido usarlo para gobernar?
Elara se volvió hacia su hija, una expresión sombría en su rostro.
—Hay quienes no buscan gobernar, Lunara. Hay quienes solo quieren ver el mundo arder.
Después de examinar los cuerpos y asegurarse de que no había más amenazas inmediatas, la familia continuó su camino hacia el valle. Pero Lunara no podía dejar de pensar en lo que habían visto. Las runas, las marcas, la forma en que los lobos parecían vacíos por dentro, como si algo hubiera arrancado su esencia…
—Madre, ¿crees que esto podría estar conectado con las runas del amuleto? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio.
Lunara recordaba perfectamente la historia del amuleto y algo en su mente la llevo a asociarlo con el incidente.
Elara dudó antes de responder.
—Es posible. Las runas del amuleto estaban diseñadas para contener poder, pero si alguien encontró la forma de manipularlas, podrían usarse para corromper.
—¿Crees que esto es obra de los cazadores? —preguntó Caelum, mirando a Elara de reojo.
—No lo creo —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Los cazadores eran brutales, pero su magia era más directa. Esto es algo más sofisticado.
Lunara frunció el ceño.
—¿Lyssa?
Elara y Caelum se detuvieron al oír ese nombre. Durante años, habían creído que Lyssa, la loba renegada que había tratado de destruir el equilibrio, había desaparecido. Pero nunca encontraron pruebas de su muerte.
—No hemos sabido de ella en dos décadas —dijo Caelum, su tono cauteloso—. Pero si alguien conoce las runas y tiene razones para vengarse, sería ella.
Elara asintió lentamente.
—Si es Lyssa, debemos ser más cuidadosos que nunca. Conoce nuestra magia y nuestras debilidades. Y si está detrás de esta corrupción, podría estar preparando algo mucho peor.
Cuando el sol comenzó a descender en el horizonte, llegaron a una pequeña cabaña en el borde del valle. Era una estructura vieja, cubierta de musgo y parcialmente hundida en el terreno, como si hubiera estado abandonada durante años. Pero algo en el aire les decía que no estaba tan vacía como parecía.
Caelum levantó una mano, indicando que se detuvieran.
—Esta cabaña no estaba aquí la última vez —dijo, con los ojos dorados brillando mientras olfateaba el aire—. Alguien la ha usado recientemente.
Elara extendió una mano, trazando un pequeño hechizo de detección en el aire. Una luz pálida se expandió desde su palma, rodeando la cabaña con un resplandor tenue antes de desvanecerse.
—Hay rastros de magia en las paredes —confirmó—. Alguien la usó como un refugio temporal… y no hace mucho.
Lunara dio un paso hacia la cabaña, pero Caelum la detuvo, colocando una mano en su hombro.
—Déjame ir primero —dijo, transformando sus garras parcialmente.
—Puedo cuidarme sola, ¿recuerdas? —replicó Lunara, con un tono desafiante.
—No lo dudo, pero esto no es una discusión —respondió Caelum, con un tono firme.