Elara trazó runas en el aire con movimientos precisos, creando una barrera mágica que protegía a Lunara y Caelum del primer ataque de Lyssa. La habitación se llenó de destellos de luz y sombras mientras las runas de las paredes comenzaban a brillar intensamente, como si respondieran al enfrentamiento.
—¡Lunara, mantente detrás de nosotros! —gritó Elara, mientras lanzaba un rayo de energía dorada hacia uno de los lobos corruptos que se abalanzaba sobre ellos.
—¡No puedo quedarme aquí! —replicó Lunara, alzando las manos mientras intentaba conjurar un hechizo.
Sin embargo, las runas en las paredes comenzaron a resonar en respuesta a su magia, y un calor extraño recorrió el cuerpo de Lunara. Su conexión con las runas era inmediata, como si estas la estuvieran llamando.
Lyssa, al notar esto, dirigió su atención hacia Lunara con una sonrisa perversa.
—Así que es verdad… Tú eres la clave. —Su voz resonó con malicia mientras extendía una mano hacia las runas en las paredes—. Pero aún no entiendes lo que eres, ¿verdad?
Lunara sintió que algo en su interior reaccionaba al poder de Lyssa, una chispa que ardía en su pecho y hacía que las runas de las paredes brillaran aún más fuerte.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Lunara, su voz temblando, mientras las runas parecían pulsar al ritmo de su propio corazón.
Lyssa rio suavemente, moviéndose con una gracia peligrosa alrededor de la habitación.
—Tú eres el producto de algo imposible: la unión de dos mundos que nunca debieron mezclarse. Esa sangre dividida que llevas… te conecta con las runas. Eres más que una simple bruja o un lobo; eres el puente que une el poder de los ancestros con la magia de las brujas.
Elara, sin apartar la mirada de Lyssa, murmuró:
—¡No le escuches, Lunara! Quiere confundirte.
Pero Lyssa levantó una mano, señalando las runas brillantes que cubrían las paredes.
—¿Confundirla? Todo lo que estoy haciendo es decirle la verdad. Míralas. Ellas te llaman porque pertenecen a ti, Lunara. Ese poder es tu herencia. Y si aprendes a usarlo, no habrá nadie en este mundo capaz de detenerte.
Lunara tragó saliva, sintiendo cómo las palabras de Lyssa se hundían en su mente. Las runas brillaban más intensamente cuando ella se movía, como si respondieran a su presencia.
—¿Por qué las runas están reaccionando a mí? —preguntó, mirando a su madre.
Elara dudó un momento antes de responder, con el rostro tenso.
—Porque cuando sellamos el amuleto, parte de su energía se vinculó contigo. Eres la hija del equilibrio, Lunara. Tu conexión con las runas es única, pero eso no significa que debas usar ese poder.
—¿Por qué no? —preguntó Lyssa, interrumpiéndola—. El equilibrio es una mentira que mantiene al mundo dividido. Con tu poder, Lunara, podrías ser más que eso. Podrías gobernar.
Caelum rugió, lanzándose hacia Lyssa antes de que pudiera decir más. Sus garras se encontraron con la magia oscura que ella conjuró, chocando en un destello de sombras y luz.
—¡No intentes manipularla! —gruñó Caelum, mientras Lyssa retrocedía con una sonrisa burlona.
Lunara, atrapada entre las palabras de Lyssa y las advertencias de sus padres, sintió que la energía en su interior aumentaba. Las runas de las paredes comenzaron a girar lentamente, como si estuvieran esperando que ella tomara una decisión.
De repente, uno de los lobos corruptos se lanzó hacia ella. Sin pensarlo, Lunara levantó las manos, y un destello de energía dorada salió disparado de sus palmas. La criatura fue empujada hacia atrás, pero no cayó. En cambio, las runas en su cuerpo brillaron y comenzaron a desmoronarse, como si la magia de Lunara estuviera deshaciendo la corrupción.
—¿Qué…? —susurró Lunara, mirando sus manos con asombro.
Elara, que había visto lo ocurrido, abrió los ojos con sorpresa.
—Lunara, puedes purificar las runas.
Lyssa observó la escena, y por primera vez, su sonrisa desapareció.
—No… No puede ser.
Elara se volvió hacia su hija, con una mezcla de urgencia y esperanza en su voz.
—Escucha, Lunara. La magia de las runas responde a tu voluntad. Si puedes enfocarte, podrías salvar a esos lobos en lugar de destruirlos.
Lunara miró a su madre, luego a las criaturas corruptas que aún gruñían en la habitación.
—¿Salvarlos?-¿Cómo los salvaría? Ella no creía en su fuerza.
—Sí —dijo Elara, asintiendo con fuerza—. Tú eres diferente. Tu magia no está diseñada para destruir, sino para restaurar.
Lunara respiró hondo, cerrando los ojos mientras intentaba conectarse con las runas. Sintió el calor en su pecho intensificarse, extendiéndose por su cuerpo como una corriente cálida. Las runas en las paredes brillaron con fuerza, y la energía dorada que las rodeaba comenzó a extenderse hacia los lobos.
Las criaturas gruñeron y se resistieron al principio, pero poco a poco, las marcas oscuras en sus cuerpos comenzaron a desvanecerse, reemplazadas por un brillo plateado tenue. Los lobos cayeron al suelo, inconscientes pero libres de la corrupción.
Lyssa observó todo con incredulidad, sus ojos llenos de rabia.
—Esto no ha terminado —gruñó, retrocediendo hacia la puerta mientras una ráfaga de magia oscura cubría su escape—. Nos volveremos a ver, Lunara. Y cuando lo hagamos, me aseguraré de que te unas a mi causa, quieras o no.
Cuando la magia oscura se disipó, Lyssa había desaparecido, dejando a Elara, Caelum y Lunara en un silencio lleno de tensión.
Lunara se dejó caer al suelo, respirando profundamente mientras procesaba lo que acababa de ocurrir.
—¿Qué fue eso? —preguntó, mirando a sus padres.
Elara se arrodilló junto a ella, colocando una mano en su hombro.
—Fue tu magia. Y creo que acabas de descubrir lo que realmente significa ser la hija del equilibrio.
Caelum se acercó, colocando una mano en la espalda de Lunara mientras miraba los cuerpos de los lobos purificados.