La cabaña parecía respirar con el eco de las runas, su tenue brillo parpadeando como si hubiera agotado su energía tras la purificación de los lobos. Lunara, todavía sentada en el suelo, miraba sus manos, que ahora parecían más extrañas para ella que nunca. Había sentido algo en su interior, algo que no podía describir, pero que sabía que no era solo magia: era un poder antiguo, vivo, que había respondido a ella como si siempre hubiera estado esperando.
Caelum rompió el silencio, su tono firme pero con una leve preocupación.
—¿Cómo te sientes?
Lunara levantó la vista hacia él, todavía intentando comprender lo que acababa de suceder.
—No lo sé. Cuando usé la magia… no parecía mía, pero al mismo tiempo, era como si siempre hubiera estado allí. —Se interrumpió, buscando las palabras correctas—. Es como si las runas… me conocieran.
Elara se arrodilló junto a ella, con el ceño fruncido mientras estudiaba su rostro.
—Porque probablemente lo hacen. Las runas responden a los ancestros de los hombres lobo, pero también a la magia de las brujas. Tú eres ambas cosas, Lunara. Eres un puente entre esos dos mundos, y esa conexión te hace única.
—Y un objetivo —añadió Caelum, su tono endureciéndose. Sus ojos dorados se dirigieron hacia la puerta, donde Lyssa había desaparecido—. Lyssa lo sabe, y ahora hará todo lo posible por atraparte.
Lunara sintió un nudo en el estómago.
—¿Por qué yo? ¿Por qué no ella, si también tiene la magia de las runas?
Elara suspiró, poniéndose de pie mientras se cruzaba de brazos.
—Lyssa ha forzado su conexión con las runas mediante magia oscura. Tú, en cambio, eres su vínculo natural. No tienes que forzar nada; ellas te aceptan porque eres parte de ellas.
—Eso no explica por qué las runas están reaccionando ahora —dijo Caelum, con el ceño fruncido—. Han estado dormidas durante años. Algo tuvo que haberlas despertado.
Elara asintió lentamente.
—Lyssa. Cuando comenzó a corromper a los lobos, alteró el equilibrio. Las runas están reaccionando a esa amenaza… y eligieron a Lunara como su defensora.
Lunara tragó saliva, sintiendo que el peso de esas palabras caía sobre ella.
—¿Defensora? Pero yo no pedí esto.
Elara la miró con suavidad, inclinándose hacia ella.
—Ninguno de nosotros pidió el destino que nos tocó, Lunara. Pero podemos elegir cómo enfrentarlo.
Después de tomar un momento para recuperar fuerzas, los tres salieron de la cabaña y retomaron el camino hacia el valle. El ambiente había cambiado; la niebla se había disipado, pero el aire seguía siendo pesado, cargado de una energía inquietante.
Mientras avanzaban, Lunara caminaba unos pasos detrás de sus padres, sus pensamientos girando en espiral. Por un lado, sentía una chispa de orgullo por lo que había logrado en la cabaña. Había enfrentado a Lyssa y purificado a los lobos corruptos. Pero, por otro lado, la idea de ser una “defensora” la aterrorizaba.
Elara, que parecía sentir el conflicto en su hija, ralentizó el paso hasta caminar a su lado.
—¿Quieres hablar de lo que pasó? —preguntó, con un tono tranquilo.
Lunara la miró de reojo, encogiéndose de hombros.
—No sé qué decir. Esto es… demasiado.
—Lo entiendo —dijo Elara, con una pequeña sonrisa—. Cuando descubrí mi conexión con las runas, también sentí que me superaba. Pero no estás sola, Lunara. Tienes a tu padre y a mí.
Lunara soltó una risa suave, aunque sin mucha convicción.
—Sí, pero ustedes lo manejan todo tan bien. Yo apenas puedo controlar un hechizo sin que explote en mi cara.
Elara se detuvo, colocando una mano en el hombro de su hija.
—¿Sabes cuál es el secreto para manejar este tipo de poder?
Lunara negó con la cabeza.
—No es perfección —continuó Elara—. Es aceptar tus errores y aprender de ellos. La magia, especialmente la magia que llevas dentro, no es sobre control; es sobre confianza.
Lunara se quedó en silencio, procesando sus palabras. Tal vez, pensó, había estado enfocándose demasiado en controlar algo que nunca había necesitado ser controlado.
Mientras se acercaban al valle, Caelum levantó una mano, deteniéndolas.
—Estamos aquí.
El paisaje frente a ellos se abrió, revelando el antiguo círculo de piedras donde todo había comenzado años atrás. Ambos estaban cargados de nostalgia y recuerdos de su lucha. Las runas en las piedras brillaban débilmente, pero su luz parpadeaba como si estuvieran luchando por mantenerse activas. El valle estaba lleno de un silencio inquietante, roto solo por el suave murmullo del viento.
—Algo está mal —dijo Elara, mirando las piedras con el ceño fruncido—. Las runas están inestables.
Caelum olfateó el aire, tensándose.
—Hay alguien aquí.
Antes de que pudieran reaccionar, una sombra se movió rápidamente entre las piedras, y una figura emergió del círculo. Era uno de los lobos que habían purificado, pero algo en él había cambiado. Sus ojos ya no eran rojos, pero su cuerpo parecía temblar, como si estuviera atrapado entre dos fuerzas opuestas.
—Ayuda… —gruñó, su voz ronca y llena de dolor—. No… puedo… detenerlo…
Lunara, sin pensar, avanzó hacia él, ignorando los gritos de advertencia de sus padres.
—¡Espera! —gritó Caelum, pero Lunara ya estaba junto al lobo.
Ella extendió una mano hacia él, sintiendo cómo su conexión con las runas despertaba nuevamente.
—Puedo ayudarte —murmuró, cerrando los ojos mientras la energía dentro de ella comenzaba a fluir.
La luz dorada se extendió desde sus manos, envolviendo al lobo en un resplandor cálido. Lunara sintió algo extraño esta vez, como si la magia no solo estuviera purificando al lobo, sino también absorbiendo algo de su esencia.
El lobo cayó al suelo, inconsciente pero libre de la corrupción. Sin embargo, Lunara jadeó, tambaleándose mientras un nuevo torrente de imágenes llenaba su mente: Lyssa, rodeada de lobos corruptos; un ritual oscuro que usaba las runas para romper las barreras entre mundos; y una visión del círculo de piedras, completamente consumido por sombras.