La mañana llegó con un cielo cubierto de nubes grises, y el aire estaba cargado con una humedad densa que presagiaba tormenta. El campamento estaba en silencio, excepto por el crujir de las ramas bajo los pies de Caelum mientras patrullaba el perímetro. Lunara permanecía sentada junto al fuego apagado, mirando las cenizas con expresión distante. Elara estaba a unos metros, organizando sus bolsas de viaje con movimientos calculados.
Cada uno parecía procesar en silencio lo ocurrido la noche anterior.
Elara fue la primera en romper el silencio.
—¿Qué fue lo que realmente viste, Lunara?
Lunara levantó la vista, sorprendida por el tono suave de su madre. Elara rara vez mostraba vulnerabilidad, pero en ese momento, había algo en sus ojos que no podía ignorar: preocupación. Y Lunara lo entendía, su madre la veía como su pequeña niña, y claramente no quería que corra riesgo su vida.
—Vi… vi a los ancestros —respondió Lunara finalmente, su voz baja—. Me dijeron que soy la llave, que tengo el poder de restaurar lo que Lyssa está rompiendo. Pero… también vi lo que pasará si no lo logro.
Elara se detuvo en su tarea y se acercó, sentándose junto a Lunara.
—¿Qué viste exactamente?
Lunara tragó saliva, recordando la sombra que había visto en sus visiones, la presencia oscura que Lyssa intentaba liberar.
—Es una fuerza que no pertenece a este mundo. No es solo una amenaza para nosotros o para las runas… Es algo que destruirá todo. Si cruza, no quedará nada.
Elara respiró profundamente, procesando las palabras de su hija. Luego, colocó una mano en su hombro.
—No estás sola en esto, Lunara. Sé que sientes que llevas todo el peso, pero tu padre y yo estamos contigo.
—¿Y si no puedo hacerlo? —preguntó Lunara, su voz temblando por primera vez. Sus ojos buscaron los de su madre—. ¿Y si fallo?
Elara la miró con una firmeza que solo una madre podía ofrecer.
—Entonces, lucharemos contigo hasta el final. Pero no vas a fallar, porque ya has demostrado que tienes lo necesario. La magia no te eligió por accidente.
Esa afirmación de Elara le transmitió tranquilidad a Lunara, ella era la llave, pero sus padres estarían ahí para luchar codo a codo con ella.
Caelum regresó al campamento poco después, sus ojos dorados todavía brillando con una intensidad feroz. Se sentó junto a Lunara, cruzando las piernas con un aire despreocupado, aunque su voz reveló lo contrario.
—Escuché lo que dijiste. Sobre lo que viste.
Lunara bajó la mirada, jugando con un mechón de su cabello.
—¿Y qué piensas?
Caelum sonrió levemente, aunque no había burla en su expresión.
—Pienso que has heredado lo mejor y lo peor de tu madre y de mí. Lo mejor porque eres fuerte. Lo peor porque no sabes cuándo dejar de preocuparte por cosas que no puedes controlar.
Lunara soltó una risa suave, pero sus ojos estaban húmedos.
—Eso no ayuda mucho.
Caelum se inclinó hacia adelante, colocando una mano sobre la suya.
—Lo que quiero decir es que serás lo suficientemente fuerte para esto, porque nosotros no dejamos que nadie enfrente estas cosas solo.
Elara se acercó, cruzándose de brazos mientras miraba a su esposo con una sonrisa sarcástica.
—Esa fue la forma más indirecta de decir “te apoyo” que he escuchado.
Caelum se encogió de hombros, devolviéndole la sonrisa.
—No quería que se le subiera a la cabeza.
Lunara miró a ambos, y por primera vez en días, se sintió conectada con algo más que su magia. Era un recordatorio de que no estaba sola, de que incluso en medio de una tormenta, su familia estaría allí para sostenerla.
—Gracias —dijo, con la voz quebrada pero llena de sinceridad.
Elara sonrió, inclinándose para besarle la frente.
—Siempre.
Esa noche, mientras dormían, Lunara se despertó al escuchar el leve murmullo del viento. Se levantó con cuidado para no despertar a sus padres y salió del campamento, siguiendo un impulso que no entendía del todo.
El bosque estaba iluminado por un tenue resplandor azul, y las hojas susurraban como si estuvieran vivas. Lunara caminó lentamente, hasta que llegó a un pequeño claro donde una de las runas ancestrales brillaba débilmente en el suelo.
—¿Qué es esto? —susurró, arrodillándose para tocar la runa.
Al instante, sintió una conexión con las visiones que había tenido. Era como si la runa le estuviera mostrando el camino hacia Lyssa, pero también algo más: una advertencia.
Una voz resonó en su mente, la misma que había escuchado antes.
—La llave puede abrir y cerrar puertas, pero el precio del equilibrio no es ligero. ¿Estás dispuesta a cargarlo?
Lunara apretó los dientes, su corazón latiendo con fuerza.
—Si eso significa protegerlos a todos, sí.
La runa brilló intensamente, y Lunara sintió cómo una corriente de energía fluía a través de ella. Cuando abrió los ojos, sabía lo que debía hacer.
Cuando regresó al campamento, Elara y Caelum ya estaban despiertos, esperándola junto al fuego.
—¿Otra visión? —preguntó Caelum, inclinando la cabeza.
Lunara asintió, su voz firme.
—Sé dónde está Lyssa. Y sé lo que tengo que hacer para detenerla.
Elara se acercó, colocando ambas manos sobre los hombros de su hija.
—Entonces no perdamos más tiempo.
Caelum se levantó, estirándose mientras un brillo peligroso aparecía en sus ojos.
—Espero que Lyssa esté lista, porque nosotros sí lo estamos.
Lunara miró a sus padres, sintiendo una mezcla de nervios y determinación. La tormenta se acercaba, pero no estaba sola. Sentir su apoyo, su fe en ella... le daba energía para afrontar esta guerra que no pidió. También comprendió lo que debieron sentir sus padres al luchar en el pasado, el tenerse uno a otro y saber que nunca estarían solo. Ella los tenía, pero ¿cómo sería tener a una pareja apoyándote?