La noche era densa y pesada, cargada de una tensión que ni siquiera el fuego crepitante lograba aliviar. Elara y Caelum descansaban cerca del borde del campamento, turnándose para vigilar, pero a Lunara le resultaba imposible conciliar el sueño. A pesar de estar agotada, su mente seguía girando, atrapada entre la inminente amenaza de Lyssa y el torbellino de emociones que Kieran parecía despertar en ella.
No quería admitirlo, pero ese lobo arrogante despertaba algo que nunca había sentido en su vida. Y justo tenía que pasar en el momento más complicado de su vida y con sus padres cerca de ellos.
Él, como si pudiera leerle la mente, estaba sentado al otro lado del fuego, jugando distraídamente con una pequeña piedra en sus manos. A diferencia de los momentos anteriores, su rostro parecía más relajado, casi pensativo, como si el constante aire de burla que lo caracterizaba se hubiera desvanecido por completo.
—¿No puedes dormir? —preguntó Kieran de repente, sin levantar la vista.
Lunara lo miró por un momento antes de suspirar y sacudir la cabeza
—No, no puedo —respondió Lunara, sin molestarse en ocultar su frustración.
Kieran dejó de jugar con la piedra y levantó la vista hacia ella. Sus ojos azules, normalmente llenos de desafío, tenían un brillo más suave bajo la luz del fuego.
—¿Es por Lyssa? —preguntó.
Lunara se encogió de hombros, aunque sabía que era inútil fingir indiferencia. Es lobo parecía leerla como la palma de su mano.
—Es por todo. Lyssa, las runas, lo que pasará si fallo… y tú.
Kieran arqueó una ceja, y una sonrisa burlona se asomó a sus labios.
—¿Yo? ¿Te quito el sueño? Eso es nuevo.
Lunara rodó los ojos, aunque no pudo evitar una pequeña sonrisa.
—No me refería a eso. Es solo que… no entiendo por qué estoy comenzando a confiar en ti. No tiene sentido.
Kieran la miró fijamente durante unos segundos, como si estuviera decidiendo cómo responder. Finalmente, se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas.
—Te seré sincero, Lunara. Yo tampoco entiendo por qué estás comenzando a confiar en mí. No me lo merezco. He hecho cosas que… —se interrumpió, su voz bajando de tono—. Cosas que no puedes imaginar.
Lunara lo observó, sorprendida por el cambio en su tono. Era la primera vez que lo veía sin su máscara de arrogancia, y algo en esa vulnerabilidad la desarmó.
—¿Entonces por qué estás aquí? —preguntó en voz baja.
Kieran soltó un suspiro y miró hacia el fuego, como si buscara las palabras correctas entre las llamas.
—Porque, por primera vez en mucho tiempo, siento que tengo una oportunidad de hacer algo bien. Lyssa me ofreció un propósito cuando no tenía nada, pero me di cuenta demasiado tarde de que lo único que quería era destruir. —Hizo una pausa, y cuando volvió a mirarla, su expresión era seria—. Contigo, con tu familia… siento que todavía hay algo que vale la pena proteger.
Lunara sintió que su corazón se aceleraba, pero apartó la mirada rápidamente, como si temiera que Kieran pudiera leer sus pensamientos.
—No sé si puedo confiar en ti, Kieran —admitió, su voz temblando ligeramente—. Pero… quiero hacerlo.
Kieran asintió lentamente, como si entendiera más de lo que estaba diciendo.
—Tómate tu tiempo. No estoy aquí para ganarme tu confianza de inmediato. Pero te prometo algo: no voy a dejar que Lyssa te toque.
Lunara levantó la vista, encontrándose con su mirada.
—¿Por qué?
Kieran sonrió, pero esta vez no había burla en su expresión, solo algo más suave, más honesto.
—Porque eres importante. Y porque creo que este mundo necesita a alguien como tú.
Lunara sintió un calor subirle al rostro, pero no dijo nada. Durante unos segundos, el silencio entre ellos no fue incómodo, sino lleno de algo que no podía explicar.
—Deberías dormir —dijo Kieran finalmente, levantándose y sacudiéndose el polvo de las manos—. Necesitarás toda tu fuerza mañana.
—¿Y tú? —preguntó Lunara, sorprendida por lo rápido que había terminado la conversación.
Kieran sonrió mientras comenzaba a alejarse.
—Yo estoy acostumbrado a las noches largas. Tú descansa.
Lunara lo observó desaparecer entre las sombras, sintiendo que algo había cambiado entre ellos. No estaba segura de qué era exactamente, pero había algo en sus palabras que resonaba en su interior.
Elara se acercó a su hija con una taza de te caliente, en realidad era una pequeña pócima para que descanse.
—Cariño, bebe esto... te hará descansar.
Lunara la observo por un momento, pero sabía que su madre solo quería aliviar su estrés, por eso traía camuflada una pócima para el sueño.
—Madre, ¿Qué sabes de Kieran?
—No mucho en realidad— dice Elara.
—Oh, pensé que lo conocías de la época en que llegaste a la manada.
—Solo lo crucé un par de veces y parecía un joven molesto y desconforme con mi presencia, nada más hija, siento no poder ayudarte.
—Está bien mami... solo era curiosidad.
Elara se levanta y la deja confirmando que su niña siente algo por ese lobo traidor.
Más tarde esa noche, cuando finalmente logró dormirse, Lunara soñó. No eran las visiones de las runas ni las advertencias de los ancestros. Esta vez, soñó con Kieran, con su sonrisa burlona y sus ojos azules que parecían verlo todo. Soñó con sus palabras, con la promesa que le había hecho.
Y cuando despertó al amanecer, sintió que algo en su corazón se había movido, aunque no estaba lista para admitirlo todavía.