Lunara despertó esa madrugada con un sobresalto, su corazón latiendo con fuerza y el eco de una voz susurrando en su mente: “Ven.” Miró alrededor del claro y Kieran dormia. La oscuridad aún cubría el cielo, y el fuego había disminuido hasta convertirse en un débil resplandor. Todo parecía tranquilo, pero había algo en el aire, una energía que la llamaba con urgencia.
Sin despertar al lobona su lado, se puso de pie y siguió ese llamado, moviéndose casi por instinto. Su magia vibraba en su interior, guiándola como si las runas le mostraran el camino.
Avanzó hasta el círculo de piedras, pero esta vez no sintió la misma seguridad que antes. Las runas doradas todavía brillaban, pero el tono de su energía era diferente, más profundo y cargado, como si estuvieran lidiando con algo que iba más allá de lo que podían contener.
—Sabía que volverías.
La voz resonó en su mente otra vez, más clara esta vez. Lunara respiró hondo, colocándose en el centro del círculo y cerrando los ojos mientras extendía las manos hacia las piedras.
—¿Qué eres? —preguntó, con la voz firme, a pesar de la inquietud que sentía.
—Soy lo que queda… de lo que fue.
Lunara frunció el ceño, concentrándose en la conexión que sentía con las runas.
—Eso no responde a mi pregunta. ¿Eres una amenaza para este mundo?
Hubo una pausa, como si la voz estuviera considerando su respuesta.
—No soy una amenaza. Soy la consecuencia.
—¿Consecuencia de qué? —insistió Lunara.
—Del desequilibrio. Del portal. De la magia que los ancestros intentaron contener.
De repente, las imágenes volvieron a llenar la mente de Lunara. Vio un mundo diferente, una dimensión oscura y fracturada donde las sombras se movían con vida propia. Allí, las runas flotaban, pero no eran doradas como las suyas; eran negras, brillantes, y estaban grabadas en la misma carne del lugar.
En ese mundo, una figura gigantesca se alzaba en la distancia, su cuerpo envuelto en una niebla oscura que parecía moverse como si tuviera vida propia.
—¿Eres tú? —preguntó Lunara, viendo cómo la figura se giraba hacia ella, aunque no podía distinguir su rostro.
La voz resonó nuevamente, con un tono más profundo.
—Soy el Eco. Soy el reflejo de lo que se rompió.
—¿Qué quieres? —preguntó Lunara, sintiendo un escalofrío recorrer su cuerpo.
—Quiero un equilibrio verdadero. Quiero lo que los ancestros destruyeron.
Lunara abrió los ojos de golpe, rompiendo la conexión. Estaba jadeando, y el sudor le caía por la frente. Las runas del círculo brillaban con más fuerza, y el zumbido en el aire se había vuelto más intenso.
—Esto no está bien —murmuró, llevándose una mano al pecho mientras intentaba calmarse.
—Lunara.
La voz de Kieran la hizo girarse rápidamente. Estaba de pie en el borde del círculo, observándola con preocupación.
—¿Qué haces aquí sola? —preguntó, caminando hacia ella.
—El Eco… está tratando de comunicarse conmigo —dijo Lunara, su voz todavía temblorosa—. Es algo más grande de lo que pensé. No quiere destruirnos… quiere cambiar el equilibrio por completo.
Kieran frunció el ceño, estudiándola con atención.
—¿Y crees que está diciendo la verdad?
—No lo sé —admitió Lunara, apretando los puños—. Pero hay algo más. Me mostró su mundo, el lugar donde está atrapado. Es… horrible. Oscuro y roto.
Kieran se quedó en silencio, mirando las runas que brillaban intensamente a su alrededor.
—Si quiere cambiar este mundo para que sea como el suyo, entonces no podemos permitir que cruce.
Lunara lo miró, y por un momento, su determinación flaqueó.
—¿Y si tiene razón? ¿Y si lo que creemos que es el equilibrio no es lo que realmente debería ser?
Kieran se inclinó hacia ella, su tono suave pero firme.
—Lunara, el equilibrio que existe ahora puede no ser perfecto, pero es nuestro hogar. Es lo que mantiene a nuestras familias, a nuestras comunidades vivas. ¿Estás dispuesta a sacrificar eso por algo que ni siquiera comprendes completamente?
Lunara apartó la mirada, sus pensamientos girando en espiral.
—No lo sé…
Kieran colocó una mano en su hombro, obligándola a mirarlo.
—Entonces lo que tienes que hacer es buscar respuestas. Pero no dejes que esa cosa te manipule. Lo que sea que sea, está atrapado por una razón.
Lunara asintió lentamente, pero su mente seguía llena de dudas.
Esa noche, mientras el campamento dormía, Lunara se sentó sola junto al fuego, mirando las llamas mientras intentaba ordenar sus pensamientos. Sabía que las runas estaban conectadas a algo más grande que ella, algo que ni siquiera los ancestros habían logrado contener completamente.
—¿Qué harías tú? —murmuró, como si las runas pudieran responderle.
Pero en lugar de una respuesta, sintió un susurro en el aire, suave y distante: “Equilibrio… roto.”
Lunara sabía que no podía ignorar esto. Si el Eco era una amenaza real, tendría que enfrentarlo. Pero si era algo más, algo que buscaba reparar lo que había sido dañado, ¿cómo podía condenarlo?