El aire dentro del círculo era irrespirable. Las runas pulsaban con una energía caótica, el cristal negro brillaba con un resplandor oscuro, y el vínculo entre Lunara y el Eco se hacía más fuerte con cada segundo que pasaba. Era como si todo el poder del otro lado del portal estuviera intentando atravesarla, arrastrándola hacia un abismo que ni siquiera entendía del todo.
—¡Lunara! —gritó Kieran, sus manos todavía aferradas a las de ella, intentando mantenerla conectada al presente.
Pero Lunara no podía responder. Su mente estaba atrapada en un torbellino de voces e imágenes que la llevaban a un lugar completamente diferente.
Cuando Lunara abrió los ojos, ya no estaba en el círculo de piedras. Estaba en un paisaje desolado, un mundo cubierto de sombras y ruinas. El cielo era un vacío oscuro, sin sol ni estrellas, y el suelo bajo sus pies estaba agrietado, como si todo el mundo estuviera a punto de desmoronarse.
En la distancia, vio una figura alta y oscura que se acercaba lentamente. No necesitaba preguntar quién era; sabía que era el Eco.
—Hija del equilibrio… bienvenida a mi hogar.
La voz resonó desde todas direcciones, y Lunara sintió que su cuerpo temblaba bajo su peso.
—¿Esto es lo que quieres? —preguntó, levantando la voz con fuerza, aunque su corazón estaba lleno de miedo—. ¿Convertir mi mundo en algo como esto?
El Eco se detuvo, observándola con ojos que parecían dos pozos de luz blanca.
—Este lugar no es lo que quiero. Es lo que quedó.
Lunara frunció el ceño, dando un paso hacia él.
—¿Qué significa eso?
La figura alzó una mano, y de ella surgieron imágenes que giraron alrededor de Lunara. Vio un mundo brillante, lleno de magia y vida, donde las runas flotaban en el aire, conectando todo en perfecto equilibrio.
—Antes del portal, ambos mundos estaban conectados, compartiendo el equilibrio. Las runas no eran sellos; eran puentes. Pero los ancestros, temerosos de lo que no podían controlar, rompieron ese vínculo.
Las imágenes cambiaron, mostrando a los ancestros trazando runas oscuras, cerrando el portal mientras el otro mundo comenzaba a colapsar.
—¿Por qué hicieron esto? —preguntó Lunara, incapaz de apartar la vista de las imágenes.
—Porque no entendían el verdadero equilibrio. Vieron nuestra magia como una amenaza y decidieron destruirla para proteger la suya. Pero al hacerlo, rompieron las leyes que mantenían ambos mundos unidos.
Lunara sintió una oleada de rabia mezclada con confusión.
—Entonces… ¿por qué estoy conectada a ti? ¿Qué tiene que ver esto conmigo?
El Eco extendió una mano hacia ella, y Lunara sintió una oleada de energía recorrer su cuerpo, mostrándole una nueva visión.
—Cuando las grietas se formaron, parte de mi esencia se filtró a tu mundo. Entró en las runas, en su magia, y finalmente en ti. Eres el puente que los ancestros destruyeron.
Lunara retrocedió un paso, su mente luchando por procesar lo que estaba escuchando.
—Si soy un puente, ¿por qué querrías destruir este mundo?
El Eco inclinó la cabeza, observándola con una calma inquietante.
—No quiero destruirlo. Quiero restaurar lo que se perdió. Pero este mundo no puede coexistir con el otro mientras las runas permanezcan como un sello. Deben ser destruidas… o transformadas.
Lunara sintió un nudo formarse en su estómago.
—Si destruyo las runas, todo lo que conocemos cambiará. Tal vez no sobrevivamos.
—Tal vez no —admitió el Eco—. Pero el equilibrio verdadero no se construye sin sacrificios.
Lunara apretó los puños, sintiendo la desesperación crecer dentro de ella.
—¿Por qué debería confiar en ti?
El Eco extendió ambas manos hacia ella, como si le ofreciera algo invisible.
—No te pido que confíes en mí. Te pido que confíes en lo que sientes dentro de ti. Sabes que no estoy mintiendo.
Lunara cerró los ojos, intentando encontrar algo de claridad en medio del caos. Podía sentir la conexión con el Eco, y aunque una parte de ella quería rechazarlo, otra parte no podía ignorar lo que decía.
De repente, una voz familiar cortó la conexión.
—¡Lunara, vuelve! ¡Te estoy perdiendo!
Lunara abrió los ojos y vio a Kieran parado frente a ella. Ya no estaba en el mundo del Eco, sino de vuelta en el círculo de piedras. Elara y Caelum observaban desde las piedras exteriores, sus rostros llenos de preocupación, mientras Kieran la miraba directamente a los ojos.
—¿Qué viste? —preguntó él, con una mezcla de urgencia y preocupación.
Lunara respiró hondo, todavía sintiendo el peso de la visión en su mente.
—El Eco no quiere destruirnos… pero quiere algo que podría acabar con todo lo que conocemos.
Kieran la miró fijamente, con los ojos entrecerrados.
—¿Qué quiere exactamente?
—Quiere que destruya las runas —respondió Lunara, sintiendo cómo las palabras salían de su boca como un peso insoportable—. Cree que son la causa del desequilibrio.
—Eso es una locura —gruñó Caelum desde el borde del círculo—. Si destruyes las runas, el equilibrio que nos protege se perderá.
Elara, sin embargo, parecía pensativa.
—Tal vez no quiere que las destruyas por completo… tal vez quiere que las transformes.
Lunara miró a su madre, sus palabras resonando en su mente.
—¿Transformarlas?
Elara asintió lentamente.
—Si las runas eran puentes antes de convertirse en sellos, tal vez puedas devolverlas a su estado original.
Lunara sintió una chispa de esperanza, aunque todavía había dudas en su interior.
—Eso podría funcionar… pero necesitaré ayuda.
Kieran tomó sus manos nuevamente, mirándola con una confianza que parecía inquebrantable.
—Lo tienes, Lunara. No importa lo que pase, estaré contigo.
Por primera vez, Lunara permitió que una pequeña sonrisa se formara en sus labios.
—Gracias, Kieran.