El claro estaba envuelto en un tenso silencio. Las runas seguían brillando con una luz dorada, pero ahora su energía se sentía inestable, como si el simple acto de permanecer en equilibrio estuviera exigiendo más esfuerzo del que podían soportar. Lunara se encontraba en el centro del círculo, rodeada por sus padres, Kieran, y los líderes del consejo y la manada.
—Si vamos a transformar las runas, necesitaremos más que magia —dijo Elara, rompiendo el silencio. Su voz era firme, pero había una sombra de preocupación en sus ojos—. Este no es un simple ritual. Estamos alterando la esencia misma del equilibrio.
Selene, la líder del consejo de brujas, asintió con gravedad.
—Es cierto. Las runas fueron creadas para sellar y proteger. Cambiar su propósito podría abrir una puerta a algo que no podemos controlar.
—O podría cerrar el capítulo de una vez por todas —intervino Kieran, cruzando los brazos mientras miraba a Selene con desafío—. Si seguimos usando las runas como sellos, esto no terminará. El Eco encontrará otra manera de romperlas, y estaremos de vuelta en este mismo lugar.
Lunara respiró hondo, sintiendo el peso de las palabras de todos sobre sus hombros. Miró a las runas, que ahora parecían pulsar con cada latido de su corazón.
—El Eco me mostró lo que fueron las runas antes del portal —dijo finalmente, levantando la mirada para enfrentar al grupo—. Eran puentes, una conexión entre dos mundos. Eso es lo que necesitamos restaurar.
—¿Y cómo piensas hacerlo? —preguntó Caelum, su voz baja pero llena de preocupación.
Lunara miró a su madre, buscando apoyo.
—Las runas están vinculadas a mí. Si puedo canalizar mi magia y enfocarla en el cristal que tiene Lyssa, tal vez pueda usarlo para devolverles su propósito original.
Elara asintió lentamente, aunque su rostro seguía mostrando dudas.
—Es un plan arriesgado, pero es mejor que intentar destruirlas.
Kieran dio un paso hacia Lunara, colocando una mano en su hombro.
—Si esto va a funcionar, necesitas que alguien mantenga la conexión estable mientras canalizas la magia.
Lunara lo miró, sabiendo exactamente a lo que se refería.
—Tú.
Kieran asintió, con una leve sonrisa.
—Siempre.
Elara y Selene comenzaron a trazar nuevos círculos mágicos alrededor de las piedras, incorporando símbolos de unión en lugar de sellado. Las brujas del consejo trabajaron en silencio, sus rostros llenos de concentración mientras reforzaban las defensas del lugar.
Lyssa observaba desde un lado, todavía sosteniendo el cristal negro en sus manos. Su expresión era inescrutable, pero había algo en su postura que sugería que no estaba completamente cómoda con lo que estaba a punto de suceder.
—¿Por qué estás ayudando? —preguntó Caelum, acercándose a ella con desconfianza.
Lyssa levantó la mirada, su sonrisa cargada de ironía.
—Porque no quiero que el Eco gane. Si su visión de equilibrio se convierte en realidad, no habrá un lugar para nadie. Ni para ustedes, ni para mí.
—No te equivoques, Lyssa —gruñó Caelum, sus ojos brillando con un destello dorado—. Si esto es otra de tus manipulaciones, te detendré antes de que puedas mover un dedo.
Lyssa no respondió, pero la forma en que sus dedos apretaron el cristal reveló que no estaba tan segura como aparentaba.
Cuando todo estuvo listo, Lunara y Kieran se colocaron en el centro del círculo, con el cristal negro flotando entre ellos. Las runas brillaban con una intensidad que iluminaba todo el claro, y la energía en el aire era tan densa que cada respiración se sentía como un esfuerzo.
—Esto va a doler, ¿verdad? —preguntó Kieran, con una sonrisa tensa.
Lunara no pudo evitar soltar una risa suave, aunque la ansiedad seguía atenazando su pecho.
—Probablemente.
Kieran le apretó las manos con fuerza, inclinándose ligeramente hacia ella.
—No importa. Estoy contigo.
Lunara asintió, cerrando los ojos mientras comenzaba a canalizar su magia. Las runas en su interior brillaron intensamente, respondiendo al poder que fluía desde las piedras. Al mismo tiempo, el cristal negro comenzó a pulsar, como si estuviera absorbiendo parte de esa energía.
El Eco, aunque todavía atrapado al otro lado, parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo. La voz resonó en la mente de Lunara, más fuerte que nunca.
—“¿Qué estás haciendo, hija del equilibrio? Este no es el camino.”
—Estoy restaurando lo que fue roto —respondió Lunara en su mente, con una fuerza que no sabía que tenía.
El Eco rugió, y Lunara sintió una oleada de resistencia, como si intentara detener el flujo de energía.
—¡Kieran! —gritó, sintiendo que la conexión con el cristal comenzaba a flaquear.
—Estoy aquí —respondió él, apretando sus manos con más fuerza y canalizando su propia energía para estabilizarla.
Las runas en las piedras comenzaron a cambiar. Sus patrones se alteraron, adoptando formas más fluidas y brillantes, como si estuvieran recordando lo que habían sido antes de convertirse en sellos.
—¡Funciona! —gritó Selene, desde el borde del círculo—. ¡Sigue así!
Pero justo cuando parecía que el ritual estaba llegando a su punto culminante, un temblor sacudió el suelo, y una grieta se abrió en el centro del círculo. Del otro lado, una sombra comenzó a emerger lentamente, envuelta en una niebla oscura.
—¡Es el Eco! —gritó Elara, levantando una barrera mágica para contener la grieta.
Lunara sintió cómo la energía del Eco se mezclaba con la suya, y por un momento, no pudo distinguir si estaba ganando o perdiendo.
—¡No te detengas! —gritó Kieran, su voz cortando el caos—. ¡Tú puedes hacerlo, Lunara!
Lunara respiró hondo, cerrando los ojos mientras enfocaba toda su energía en las runas. Sabía que este era el momento decisivo.