Diez años habían pasado desde que Lunara, con la ayuda de Kieran, transformó las runas y restauró el equilibrio entre los dos mundos. El valle era ahora un lugar de armonía, aunque no siempre había sido fácil llegar hasta ese punto. Las brujas, los lobos y las energías del otro lado habían aprendido a coexistir, pero no sin esfuerzo y sacrificios.
El círculo de piedras se había convertido en un símbolo de renacimiento, un lugar sagrado donde las generaciones futuras venían a aprender sobre la magia, el equilibrio y la importancia de aceptar tanto la luz como la oscuridad.
Lunara caminaba lentamente hacia el círculo esa mañana, con el sol naciente bañando el valle en tonos dorados. Su cabello, ahora ligeramente más largo y con mechones plateados que brillaban bajo la luz, se movía con el viento. A su lado, Kieran caminaba con su postura relajada, aunque el tiempo había suavizado parte de su arrogancia habitual.
—¿Pensativa otra vez? —preguntó Kieran, rompiendo el silencio mientras la observaba de reojo.
Lunara sonrió, sin apartar la mirada de las piedras.
—Siempre lo estoy. Este lugar me recuerda todo lo que pasamos… todo lo que tuvimos que cambiar para llegar aquí.
Kieran asintió, cruzando los brazos mientras miraba el círculo.
—Sí, pero también es un recordatorio de que lo logramos. A pesar de todo, seguimos aquí.
Lunara se detuvo frente a la piedra central, colocando una mano sobre su superficie cálida. Las runas brillaban débilmente bajo su toque, reconociéndola como su guardiana.
—No lo logramos solos —dijo ella, volviéndose hacia Kieran con una sonrisa suave—. Fue gracias a todos los que confiaron en nosotros, incluso cuando las cosas parecían imposibles.
Kieran sonrió, pero había algo más profundo en su expresión esta vez.
—Y gracias a ti, pequeña bruja.
Lunara rió suavemente, negando con la cabeza.
—Sabes que ya no puedes llamarme así.
—¿Ah, no? —dijo él, con una chispa de diversión en los ojos—. Bueno, para mí siempre lo serás.
Ambos rieron, y por un momento, el peso de los últimos años pareció desvanecerse.
Elara y Caelum ya no estaban al frente de la manada ni del consejo. Habían decidido retirarse a una vida más tranquila, dejando que Lunara y Kieran asumieran un papel más activo en la protección del equilibrio. Aunque el cambio no había sido fácil, Elara se sentía orgullosa de su hija cada vez que veía cómo lideraba con confianza y compasión.
El consejo de brujas había cambiado radicalmente. Ahora incluía no solo a brujas, sino también a lobos y, sorprendentemente, a individuos con energías mixtas provenientes del otro lado del portal. Estas uniones entre mundos eran raras, pero se estaban volviendo más comunes a medida que las barreras entre dimensiones desaparecían.
Selene, aunque ya no lideraba el consejo, seguía siendo una figura respetada. Había aceptado el cambio con una serenidad que sorprendió a todos, incluso a sí misma.
En el círculo, un grupo de niños practicaba magia bajo la supervisión de una joven bruja. Sus risas llenaban el aire, y las runas respondían juguetonamente a sus intentos de controlarlas. Entre los niños, un pequeño con cabello oscuro y ojos dorados destacaba.
—Mamá, ¿puedo intentar otra vez? —preguntó el niño, corriendo hacia Lunara con una sonrisa radiante.
Lunara se inclinó para recibirlo, abrazándolo con calidez.
—Por supuesto, Cael. Pero recuerda: no se trata de controlar las runas, sino de escucharlas.
El niño asintió con seriedad, volviendo rápidamente con los otros para intentarlo de nuevo.
Kieran observó la escena con una sonrisa orgullosa, apoyándose contra una de las piedras.
—Tiene tu determinación.
—Y tu terquedad —replicó Lunara, lanzándole una mirada divertida.
—Bueno, no sería un equilibrio real si no tuviera un poco de ambos, ¿verdad? —dijo Kieran, acercándose a ella y colocando una mano en su espalda.
Lunara asintió, apoyándose ligeramente en él mientras miraba a su hijo jugar.
—Es un buen comienzo para un mundo nuevo.
Mientras el sol ascendía sobre el valle, Lunara y Kieran permanecieron en silencio, observando cómo la vida continuaba floreciendo a su alrededor. Las runas, el círculo y el equilibrio eran diferentes ahora, pero no por eso menos importantes.
Lunara sabía que habría desafíos en el futuro, pero también sabía que no estaría sola. Con Kieran a su lado, con su hijo creciendo en un mundo que aceptaba tanto la luz como la oscuridad, y con una comunidad dispuesta a luchar por el equilibrio, estaba segura de que podían enfrentarlo todo.
Y por primera vez en mucho tiempo, Lunara sintió que el mundo estaba verdaderamente en paz.