Lunas de hielo.

CAPÍTULO 39

—¿Un baile? Pensé que aquí no hacían eso. —Mi hermana, caminando tranquilamente a mi lado, tomó uno de los volantes para verlo mejor. América se había graduado de un colegio en la ciudad que quedaba aproximadamente a una hora de nuestra casa. Había estudiado allí de pequeña y en ese entonces mi padre trabajaba en la ciudad, por lo que siempre la llevaba. Aun cuando comenzó la etapa de su vida llena de viajes, mi hermana siguió en su instituto, mientras a mí me metían en uno más cercano de casa.

—Sí lo hacen, solo yo no voy.

—Tienes que ir, Aaron puede traerte.

—No sé bailar Mer —dije como excusa, porque en realidad sabía, solo un poco, lo normal para defenderme en reuniones familiares.

—Aaron puede enseñart. Te aseguro que te vas a divertir, estas cosas son buenas, aunque no lo aparenten, aunque todo depende de la persona con la que vayas ¿Y quién mejor que tu mejor amigo?

Tu novio.

—Tal vez lo haga, no lo sé, se lo preguntaré a Aaron. Aun así es dentro de unas semanas, no sé si él sigue aquí para ese entonces.

—Nos iremos dentro de tres semanas, aquí dice que es dentro de dos y algunos días. Creo que sí estaremos; no podrás escaparte de que te vea vestida, maquillada, arreglada para ir a tu primer baile.

—Iré a mi baile de graduación —puntualicé.

—Eso será dentro de un año —rebatió.

Suspiré y metí mis manos en el bolsillo de la chaqueta de jean que llevaba puesta.

—Iré a comprar una bebida —dijo.

—¿Quieres que te acompañe? —Negó son la cabeza.

—No, espérame aquí, encontraré la máquina expendedora rápido, ya lo verás.

—¿No puedo moverme? —Negó así que exhalé derrotada—, trata de no demorar, debemos buscar a Alice y ver si sí cuidó nuestros puestos.

—No demoraré —prometió.

Me quedé allí parada viendo cómo se alejaba apresuradamente y se adentraba al edificio dejándome sin saber qué hacer.

Observé las personas que pasaban por mi lado, algunas de ellas apoyaban al equipo contrario, un equipo de la ciudad; y otras apoyaban al nuestro, la mayoría. Eso se sabía por el color de los uniformes, en el nuestro se usaban camisetas, camisas, blusas, pantalones, y todo aquello de color azul oscuro que no lograba llegar a negro... o camisas del equipo, si es que tenías una. América y yo teníamos camisas de colores parecidos a las camisetas.

Los uniformes del otro equipo pude ver que eran negros o rojos, casi todas las personas llevaban su ropa de estos colores.

Me distraje en todo esto hasta que escuché mi nombre. Giré mi cuerpo y miré a la persona que me había llamado, quien por supuesto resultaba ser Alan.

—¿Qué haces aquí? —Encogí mis hombros.

—Mi hermana quería venir —y verte—, así que tuve que acompañarla.

Cambió su peso y metió las manos en los bolsillos de su pantalón de deporte mientras se mordía el labio.

—¿Solo por eso? —preguntó.

—Sí, no hay ni siquiera una razón más para venir —bajó su cabeza y asintió— ¿Por qué sigues con tu ropa de entrenamiento?

Sonrió levemente volviendo a subir su cabeza.

—Hacia allí iba… tú… ¿Irás mañana a la fiesta que Kiona organizó? —preguntó.

—¿Fiesta de qué? —Y supe, al ver la decepción en sus ojos que se trataba de la fiesta de su cumpleaños, aquella de la cual Kiona me había hablado, pero yo había ignorado por completo—. Oh, de tus diecinueve —aclaré mi garganta—. No lo sé, de pronto.

Asintió sin decir nada.

Mordí mi labio.

Que América llegara ya, por favor.

Alan dijo algo, llamando mi atención, pero no alcancé a escucharlo. Pedí que lo repitiera.

—¿Lo habías olvidado?

—¿Qué? ¿Tu cumpleaños? —asintió—, es el domingo Alan, no mañana —dije como respuesta, significando que sabía que su cumpleaños estaba cerca y que, indirectamente, no lo había olvidado.

Sonrió de lado, miró mis ojos como si quisiera atravesarme y dijo:

—Espero verte allí. Que disfrutes del juego.

—Gracias —dije.

Inclinó su cabeza hacia abajo y aún con sus manos en los bolsillos se alejó.

Me quedé viéndolo hasta que inconscientemente busqué a América con la mirada. Suspiré de alivio al verla salir.

—¡Vamos! Tenemos que buscar a Alice y ver si sí guardó nuestros puestos.

Jalé su brazo hasta las canchas y busqué a mi mejor amiga cuando ya estábamos allá.

***

Me era imposible no preocuparme, por más que lo intentara se me era imposible. Simplemente ver como todos esos chicos corrían detrás de él seguía causando las mismas emociones que en un principio, emociones que no eran precisamente buenas o… normales en este caso porque, vamos, en el fútbol americano siempre habrá adrenalina y emociones parecidas, pero no como yo las sentía, estaba segura.




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