Lux-1 La señal que despertó México

La piramide

La superficie lunar siempre había sido un desierto silencioso, pero esa zona, esa región sin nombre a la que la presencia translúcida los había guiado, era distinta. Un silencio más denso, más antiguo, rodeaba el módulo Pioneros XI mientras descendía entre nubes de polvo gris.

Oliver, con los controles firmes, murmuró:

—Aterrizaje en treinta… veinte… quince…

Teo monitoreaba las lecturas.
—Todo estable. Estamos sobre terreno sólido.

Marina, desde su asiento, no podía dejar de mirar por la ventana lateral. La superficie parecía igual que siempre… pero no era igual. Había patrones. Líneas. Curvas. Como si alguien hubiera escrito sobre la luna hace miles de años.

Vicente tragó saliva.
—¿Ven eso? No son sombras.

Evelyn respiraba lento, tenso. La presencia, invisible para todos excepto para ella, estaba inquieta. Parecía moverse dentro del módulo, como si mirara a través de las paredes, impaciente por llegar a algo que solo él entendía.

El módulo tocó tierra con un golpe seco.

—Aterrizaje confirmado —anunció Oliver mientras liberaba los seguros—. Bienvenidos a la región desconocida… oficialmente.

El polvo lunar envolvió al módulo unos segundos y luego quedó inmóvil, como si el tiempo hubiera dejado de existir ahí.

Teo abrió la compuerta principal.
Un chasquido metálico.
Un siseo.

—Primer paso, verificar integridad del entorno —dijo Marina, ajustándose el casco.

—Segundo paso —agregó Vicente—, grabar absolutamente todo.

Evelyn ya no escuchaba a sus compañeros. La presencia translúcida estaba parada justo frente a la compuerta, apuntando hacia afuera, hacia algo que ella aún no alcanzaba a ver.

Y entonces habló.

No con palabras.
Con una sensación.

Un tirón.
Una invitación.
Una advertencia.

Evelyn se apoyó en la pared.
Temblaba.

—¿Estás bien? —le preguntó Oliver.

—Sí… solo… lo siento cerca. Muy cerca.

—¿“Lo”? —preguntó Teo, sin comprender.

Pero Evelyn no respondió.

---

La silueta bajo el polvo

Al salir, la gravedad baja les dio esa sensación particular de flotar sin querer. Caminaron entre rocas, cráteres y una extensión aparentemente normal de paisaje lunar.

Hasta que llegaron a la cima de una pequeña elevación.

—¿Qué demonios…? —susurró Vicente.

Frente a ellos, extendiéndose unos cuarenta metros, había una depresión circular… y en el centro, cubierta por una capa fina de polvo gris, estaba la estructura.

Parecía la punta de una pirámide mesoamericano.

Tramos escalonados.
Superficies lisas.
Relieves casi borrados por siglos de abandono.

Oliver dio un paso adelante.

—Esto no puede ser mexicano. Ni humano. No aquí.

—Pero tiene forma de pirámide —dijo Marina.

Teo caminó alrededor, pasándole el escáner.

—Material desconocido. No es roca, no es metal. Registra vibración interna… mínima pero constante.

—Como un corazón —murmuró Evelyn.

Marina frunció el ceño.
—¿Corazón?

—No en un sentido literal —dijo Evelyn—. Es como… un pulso.

Vicente se agachó, retiró polvo con un cepillo portátil y quedó expuesto un glifo.

Era un círculo dividido en cuatro partes, con puntos y líneas que recordaban escritura maya.
Pero dentro del círculo, había un rostro estilizado, similar a los rostros mexicas de los códices antiguos.

—No mezcles culturas así… —dijo Vicente—. Esto es imposible.

—O muy viejo —respondió Oliver—. Más viejo que las culturas que conocemos.

Evelyn se estremeció.
La presencia estaba junto a ella, mirando la pirámide como si hubiera esperado ese momento durante siglos.

Teo examinó una sección hundida en la base del templo.

—Hay una entrada… o lo que parece una compuerta sellada.

Oliver tocó el relieve con la punta de sus guantes.
—No hay bisagras. No hay ranuras. No hay nada que sugiera mecanismo.

—Y, sin embargo… —dijo Vicente señalando con la lámpara—, este glifo está más limpio. Como si lo hubieran tocado hace poco.

Era un glifo largo, serpenteante, con puntas que parecían plumas o llamas.

Evelyn lo reconoció sin idea de cómo:

“Tlahtolli K’uk’ulkan.”
La palabra del que regresa en luz.

Sintió un mensaje.
Un eco en la mente.

Despierten la memoria.
Toquen la voz.

—Creo… —dijo Evelyn con respiración entrecortada— que hay que tocarlo.

Oliver frunció el ceño.

—Evelyn… no sabemos qué—

Demasiado tarde.
La mano de Evelyn ya estaba sobre el glifo.

La vibración cambió.

Un sonido grave, profundo, llenó el aire. No lo oían con los oídos, lo sentían dentro del casco, en los huesos.

La compuerta se abrió sin desprenderse, como si el material se hubiera vuelto líquido. Una grieta luminosa descendió desde arriba, y la pared se abrió formando un arco perfecto.

Un túnel oscuro se reveló.

Teo dio un paso atrás.

—Esto… esto no es tecnología. No como la entendemos.

—Es antigua —dijo Evelyn—. Muy antigua. Y está viva.

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Dentro del templo

Entraron.

La luz de sus trajes rebotó en paredes oscuras que parecían hechas de obsidiana líquida.
Los glifos brillaban en tonos azules y dorados, cambiando de forma lentamente, como si respiraran.

Marina revisó su tablet.
—No hay radiación anormal. Los niveles de oxígeno son inexistentes. Está completamente sellado.

Vicente tocó una pared.
—Parece piedra… pero se mueve.

Las paredes parecían reaccionar a la presencia humana.
Se estiraban, se contraían levemente.
Nadie lo decía en voz alta, pero todos sabían lo que significaba:

Era una estructura viva.
O algo muy parecido.

Al final del pasillo, llegaron a una cámara circular.

En el centro había una mesa o altar.
No era plana: tenía una cavidad en forma ovalada.

Evelyn lo miró y sintió un nudo en el estómago.




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