RENNER
—Así que dime, ¿cómo está hoy?
—Sigue rehusándose a probar la comida, mi Señor. —La joven Kaeli mantiene su vista en el suelo cuando Kandem la interroga en la biblioteca, jugando con la tela de su falda para controlar los nervios; se lee honestidad en sus gestos—. Lanza las ollas y vajillas contra la pared, sólo toma infusiones, pan o queso por las tardes. Luego de eso, hace lo que hace siempre: Echarse en el diván a dormir o a llorar.
—¿Ha insistido en que la dejen salir? —Ésta vez su hermano se pone en pie y rodea la circular mesa con paso lento, intentando intimidar a la chica para saber algún dato o información valiosa, pero ella no hace sino temblar. A su ojo es claro que la chica dice la verdad, para Renner leer el lenguaje corporal es entender el lenguaje de su madre—. ¿Ha intentado convencerte de que le ayudes a escapar?
—No, mi Señor, ella no ha hecho nada de eso. Nunca —añade con voz temblorosa.
—Si ella te ha pedido que hagas algo alguna vez, si te ha persuadido para que mientas…
—Yo nunca le mentiría, mi Señor, le debo la vida y le soy fiel, lo juro, lo juro por la memoria de mi padre que también fue leal.
Kandem se queda tranquilo por fin y decide confiar en la palabra de la joven asistente, sólo entonces agradece y la deja ir. Renner, que camina de un extremo al otro junto al gran ventanal, se acerca con prudencia a su escritorio en su estancia de invitados cuando la chica y los escoltas le han dejado.
—Tal vez podría hablar con ella, o déjame llevarla a Mandess conmigo, poner un poco de distancia entre ustedes —sugiere, aprovechando el corto momento en que Kandem le permite hablarle con honestidad, como un amigo, y no con temas de guerra y política al medio.
—No, ella no dejará el baluarte. Si se supiera, sería una mala imagen para nuestra alianza. —Parece que el Señor por fin está pensando en que debe cambiar su forma de manejar esa relación. Se siente observado atentamente, intimidado—. Ella es mía, me pertenece.
—Kandem —la voz de Renner es cautelosa, atendiendo al tono determinante y colérico de su amigo y Señor—, ten cuidado con lo que hagas, no querrás hacer algo que empeore la situación y la haga rechazarte de manera definitiva. Aún puedes conseguir su agrado si te muestras comprensivo y la perdonas.
—¿Perdonarla? ¿Ser compasivo? —Al girarse hacia su él, la vena supratrocreal de Kandem sobresalta a la vista así como la arterias en sus cuellos intentando controlar los gritos—. Primero ella tendría que arrepentirse de lo que hizo, ¿la escuchaste o la viste con esas intenciones? No, ya no seré el estúpido sureño que le va a creer todo lo que diga, porque ahora sé que quizá siempre está fingiendo. Ésta vez las cosas serán a mi modo, las reglas las pongo yo.
Sin nada que objetar, ni posibilidad para ello, Renner asiente en silencio y observa mientras Kandem sale de la biblioteca y se dirige al segundo nivel del baluarte, esperando que de aquello resulte algo positivo, quizá es lo que necesitan para comenzar a confiar en el otro, aunque en la mente del pelirrojo la angustia se dirige hacia la revelación de la Dama con respecto al motivo de su entrega como rehén. De ser verdad que Lessany fue entregada como un insulto o una burla, es indicio de que los Kasttell aún oponen resistencia y harán algo para defender su sede. Podría ocurrir en cualquier momento, Arestys quizá tenía razón esta vez.
KANDEM
—Prepárenla y luego salgan todos de la estancia —ordena en la salita de invitados de la Dama una vez la anciana Keridia se presenta. Tras un par de minutos de espera, la anciana regresa de la estancia privada con la espalda encorvada y voz pesarosa.
—Disculpe, mi Señor, pero la señora me ordena decirle que no quiere vestirse para ver a nadie, pero si a usted le place verla será tal y como está en éste momento.
—Bien —asiente, Kandem, incrédulo ante la terquedad de la mujer—, salgan. ¡Ya!
Su grito espanta a los escoltas que la mantienen vigilada y a las jóvenes asistentes por igual, pocos pasos después entra en la estancia y azota las puertas detrás, la ve de espaldas frente al fuego, usando solo una bata de seda sobre las ropas interiores y al estar a contraluz su figura femenina se delinea bajo las telas, su cabello dorado reluce con los destellos de las llamas; le roba el aliento y por un instante casi logra olvidar a qué iba y por qué, pero se recompone.
—Lessany —llama. Ella le observa por sobre su hombro y regresa su atención al fuego—, vengo a poner los términos de rendición.
La elección de palabras desconcierta a la Dama, une sus cejas con la vista en las llamas. Con el rostro limpio de lágrimas pero una constricción en sus facciones se gira y le observa en silencio con una mirada brillante y suplicante.
—De ahora en más seré total y completamente sincero contigo, tal como tú has sido conmigo —declara él, alzando su barbilla como le ha visto a ella hacer muchas veces. Ella lo nota, borrando cualquier expresión de su rostro—. No regresarás nunca a Tierra Kasttell, es un hecho.
Por un instante Kandem la ve flaquear, sus ojos dudan de lo que ven, pero ella continúa pasando saliva con fuerza y alzando la barbilla como haciendo un esfuerzo sobrehumano para no dejar las lágrimas agolparse en sus cauces. ¿Cómo podrían esos gestos y esas lágrimas ser falsas? ¿Cómo?
—Me perteneces, es como lo veo y puedo hacer contigo lo que me venga en gana. Pero… no quiero que esto sea así. —Tras una pequeña pausa, continúa, esperando leer en sus ojos algo que no sea furia y odio—. Dijiste que te quité tu hogar, pero no quiero que tu residencia aquí sea una completa miseria porque no es la manera en que yo hago las cosas, Lessany, no disfruto haciendo a las personas sufrir y no quiero verte sufrir. —Ella esboza una sonrisa burlona al escucharlo, y él decide ignorar éste gesto—. Lo sé, lo sé, sé que lo que pasó antes contradice mis palabras pero… me dejé llevar, ese no era yo. Estoy aquí para proponerte un trato, un armisticio, podemos poner términos que sean de beneficio para ambos: haciendo tu residencia más cómoda y yo puedo recuperar mi tranquilidad, ¿qué opinas?