Luxor: Ascenso

XX.

LESSANY

 

El masticar de las máquinas de coser, el murmullo de las conversaciones y el roer de las llamas en la chimenea durante una hora es suficiente para que Lessany reconsidere la oferta de Kandem de no volver a ver a las Damas de Senerys, pero se recuerda a sí misma paciencia y entereza porque el beneficio es proporcional al sacrificio; así que con decisión se pasea por el salón hasta acercarse a una melena rojiza que con timidez esconde bajo el manto en que trabaja unos trazos en papel.

Alessa de Mandess, veinte años de edad y de mirada esmeralda, no se hace nada difícil encontrar el parecido con su hermano mayor. Tomando la esquina del boceto que intentaba ocultar lo revela a la luz, detrás de éste vienen decenas más.

—Por favor, mi Dama, no lo vea.

—¿Tú hiciste esto? —inquiere Lessany, abriendo su boca con un ligero gesto de sorpresa al encontrarse con los diseños de modas que la chica ha hecho, los colores, los pequeños retazos de telas adheridas a ellos, como ejemplos de las texturas que se desearía usar—. Es fascinante.

—Gracias, mi Dama. Usted… —la chica se sonroja, como si ella fuese una gran mujer pese a tener no más de dos años—. Usted es mi inspiración desde que la vi en un boletín, cuando se iba a casar con el Señor Eduardo de Ashner.

—Es un honor. Qué bueno que no me casé con Eduardo, ¿no te parece? Sino, no estarías aquí. Atención —dirigiéndose a la sala y recibiendo en proporción la atención de las Damas—, vengan a darme su opinión sobre esto…

Es muy tarde para la joven Alessa, que avergonzada y asustada intenta impedir que se dé a conocer al mundo su talento y sus sueños íntimos de convertirse en una gran diseñadora de modas, sus ojos esmeralda ruegan por privacidad, pero ahora sus sueños son el propósito y la herramienta de Lessany. La señora de Mandess es la primera en minimizar el talento de su hija y de sugerir olvidarse de las fantasías, claro que las demás adultas la secundan y le ofrecen sus disculpas a Lessany.

—¿Disculpas? ¿Por qué habría de disculparse por el talento de su hija? —En la mirada de las hijas Lessany comprende que más de una ya ha estado en esa posición, donde se asesinan las oportunidades y sueños antes de que nazcan—. De donde yo vengo, las mujeres y hombres pagarían una fortuna por usarlo, aún si tuviesen que esperar un mes para recibirlo.

El suceso enciende una idea en su mente. Tiene los contactos para obtener la materia prima, tiene la mano de obra y el talento en esa habitación, y Senerys le puede proveer el medio de distribución y un capital; sí, parece buena idea.

—La próxima semana quiero que todas me traigan sus mejores diseños, ¿entendido?

Las jóvenes, con los ojos relucientes de ilusión, afirman. Sus madres se apresuran a intentar persuadirla, pero ella les persuade en cambio, convenciéndoles de que no es la primera vez que impulsa el talento de unas jovencitas, que solo será una etapa para que ellas se motiven aún más y, por último, les calma diciéndole que procurará que su Señor les provea lo faltante para la visita planeada al orfanato. Ofrece algo para obtener otra cosa a cambio.

Cuando se queda sola, se sienta en el diván a divisar la inmensidad del espacio vacío en ese salón, pero mira más allá de eso: Mira la maquinaria situada en un extremo de la pared, los cubículos para cada una de las diseñadoras, los almacenajes verticales para las telas, broches, hilos, bordados y demás; su propia estancia de visitas ha de convertirse en su estudio para contabilidad y planeación. Sonríe, sus ojos volviendo a brillar con astucia.

 

—Mi Señor la recibirá en diez minutos, mi Dama. —La sonrisa ufana de Reys y su naturalidad para reverenciar se desvanecen cuando el asistente se retira a la pequeña oficina junto al salón de visitas de Kandem, dejándola atónita unos segundos.

—¿Diez minutos? —pregunta hacia la nada, nunca nadie la deja hablando sola, pero Reys lo hace con una tranquilidad que en lugar de ofenderla la anonada—. ¿Qué tanto hace allí dentro? —murmura, caminando de un lado hacia el otro mientras  Madox y Karlile la ven con extrañeza—. Al carajo con esto.

Sin esperar más y sin que ninguno de los bélicos pueda hacer algo para detenerla, Lessany abre de par en par las puertas que llevan a las estancias privadas del Señor de Senerys, éste gira al escuchar las puertas cerrarse detrás de sí y se le puede apreciar anudando su bufanda sobre la sayuela y la chaquetilla sin abrochar. Sus zancadas y la firmeza de su mirada hacen que Kandem sienta cierto temor al cruzársele por la mente la idea de que le intentará golpear, por ello sujeta sus manos antes de que le toquen. El intento de Lessany es apartarse con asco al sentir su tacto tibio, pero suaviza el gesto lo suficiente y contrae sus entrañas para no expresar su repulsión, él suelta sus manos entonces y le permite termina de acercarse a su bufanda, anudándola.

—Necesito que me permitas comunicarme con alguien —dice ella, aún con las manos en su cuello, evitando hacer contacto visual con esos ojos extraños tan separados uno del otro. Estando a punto de objetar, ella reinicia la declaración, porque claramente no está pidiendo—. También que me cedas dos de tus vehículos de transporte, y que hagas una inversión significativa en mi proyecto. —Con el nudo hecho, pasa a tomar los extremos de la chaqueta, sujetarlos con los broches ocultos y luego con los broches exteriores de plateado color—. Además de que ayudes a las Damas con los recursos para el orfanato; se los prometí.

Termina de acomodarle la bufanda, el cabello en su nuca y le mira de pies a cabeza, dando un paso atrás. Asiente, aprobándole. Alza su vista hacia su mirada de niño triste, ve una de sus comisuras alzadas, ella alza sus cejas en cambio, interrogándole.

—No puedo darte nada si no me dices de qué se trata. Cuenta con lo del orfanato, pero lo demás…




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