Luxor: Ascenso

XXV.

LESSANY

 

Esa noche se vio en Tierra Senerys una de las tormentas más grandes de los últimos diez años, con vientos imponentes que hacían volar las cortinas y azotar las ventanas cuyos pernos no estuviesen puestos, más de cincuenta centímetros de nieve cayeron sobre la ciudad. Fue una noche que ninguno olvidará.

 

Empotrado en la pared, el reloj marca un cuarto para las diez, afuera el viento silva y todas las ventanas han sido selladas con trancas de madera para evitar que su fuerza las abra, la nieve no deja de caer y no puede verse a más de tres metros de distancia en esa oscura noche de tormenta. Lista en su bata de seda y con Kaeli cepillándole el cabello antes de dormir, termina de dar un vistazo a los reportes de los avances en la reconstrucción del orfanato estudiando de soslayo a la joven que prepara su cama y a la anciana que retira las prendas sucias para llevarlas a lavar.

Pero esa paz no dura mucho cuando se escucha a la lejanía una explosión fuerte que resuena por sobre la tormenta, las luces eléctricas se extinguen de inmediato en un sonido seco, dejando solamente la llama de la chimenea alumbrar a las mujeres; las jóvenes se asustan y sueltan chillidos de miedo, Lessany deja su tableta de cristal a un lado, iluminando tenuemente su faz y gira su cuello hacia la ventana pero ésta está sellada, las luces de emergencia se encienden, dejando ver mejor la habitación y a las mujeres tranquilizando.

Se isa un silencio aterrador en la estancia, en todo el Baluarte Central de Senerys, extendiéndose por los poblados y calles. Lessany le ordena a las muchachas preparar ropas para ella, algo sencillo: Una sayuela negra con hombreras y coderas de cuero, y varios cortes transversales en el torso dejando ver más cuero negro, pantalones altos del mismo color con diseños laterales a juego, las botas hasta media pantorrilla y una de sus diademas plateadas que cruzan su frente y atan detrás de la cabeza, separando en dos su melena como una llama dorada.

Aún con las luces de emergencia iluminando los pasillos, las mujeres cargan linternas mientras se encaminan, ¿hacia dónde?

—A la biblioteca, Mars, tengo que ver qué pasa afuera, lo más seguro es que Kandem también esté allí.

Allí se encamina con los dos escoltas asignados, subiendo los escalones hacia la tercera planta y descubriendo al llegar al pasillo central de los salones de fiesta y la biblioteca entre estos, que los hombres van y vienen de prisa, sin siquiera reparar en su presencia. Los principales miembros del Consejo del Señor de Senerys están o bien ocupando sus asientos en la rotonda principal o revoloteando alrededor de las pantallas instaladas, así como un buen número de asistentes operándolas y bélicos vigilando desde las esquinas y balcones. Deja a sus asistentes y escoltas en la estrada y se abre paso entre el tumulto de personas que ni se molestan en discriminarla, ensimismados en sus problemas, lo primero que ella piensa es que pueden estar bajo ataque.

—Kandem, ¿qué pasa? —pregunta al llegar frente a la mesa, su voz atrae la mirada de Kandem, éste vuelve a sus asuntos en la pantalla y sus Directivos a los costados.

—Ahora no, Lessany, estamos en medio de una emergencia. Regresa a tus estancias, por favor.

—Mi Señor —interrumpe uno de los hombres ubicado a varios metros en una de las pantallas, cogiendo un reporte gravado en una tira de plástico que le extiende—, tenemos reportes de que las personas en distintas regiones están saliendo a las calles con preocupación, acercándose a los Centros de Atención por información, velas o leña para el fuego.

Entre otros que se acercan e incrementan el mar de opiniones, ella es obligada a  retroceder y descender los dos escalones que elevan la mesa del nivel del suelo. Nadie la obliga a irse, así que decide seguir al mismo asistente que brindó el reporte y le pide que le informe de lo que pasa, ¿están bajo ataque?

—No, mi Dama, estamos seguros. Ha habido una falla en la planta térmica y hemos perdido el poder en toda la ciudad, incluyendo los invernaderos, esa es la verdadera preocupación.

—Los Centros Médicos, el orfanato y otras instituciones no corren riesgos puesto que cuentan con una reserva energética, pero los generadores de los invernaderos fallaron y solo tienen seis horas antes de perder su poder de reserva —explica otro hombre entre susurros.

—¿Qué pasa con la gente? —inquiere ella, preocupada de que pasen frío o tengan miedo, como ha informado el otro hombre.

—Todas las viviendas cuentan con energía de reserva, mi Dama —responde cordialmente un tercero.

—¿Qué pasa si los invernaderos se quedan sin poder en seis horas? ¿No están diseñados para almacenar el calor dentro? —pregunta de nuevo, las arrugas entre sus cejas comienzan a denotar su preocupación.

—Se perdería la cosecha y si perdemos la cosecha tendríamos una de las peores hambrunas de la última década, mi Dama.

Nadie repara en la Dama que comienza a dar vueltas por la sala, acercándose a técnicos y especialistas en los invernaderos, en la planta energética, en los circuitos… Los gritos furiosos de Kandem abarcan todo en un momento y luego el silencio del diálogo y la expectativa de intentos fallidos de poner el funcionamiento ya sea generadores o el servicio eléctrico.

Casi alcanzan la media noche cuando Lessany por fin recuerda su plan inicial de acercarse a una ventana, y en el amplio ventanal de la biblioteca tiene esa oportunidad, haciendo énfasis en la buena iluminación de las lámparas en el suelo de las calles y las viviendas que aunque la visibilidad es escasa se puede percibir su resplandor, muy a lo lejos el reflejo glacial de los invernaderos; el baluarte mismo genera una sombra blanca sobre el suelo de los patios y jardines.

—No parece que hay una crisis energética… —Vacilante se dice a sí misma y repasa la información recibida, entendiendo que allí debe haber algo más que no han intentado hacer: Los señores y técnicos siguen intentando hacer funcionar las máquinas una y otra vez. Decidida se aproxima de nuevo a la mesa donde Kandem continúa reunido con sus Directivos, en plena conferencia con sus técnicos en la planta térmica, a espera por resultados de otro intento—. Kandem —dice, detrás de uno de los hombres sentados en una de las sillas, junto a éste Renner y seguido, el Señor; de todos ellos el pelirrojo es el único que la nota—. Kandem —repite, y es Renner quien advierte al Señor de su presencia.




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