Luxor: Ascenso

XXX.

LESSANY

 

En aquella parte del mundo y en esa época en particular, el amanecer se hace esperar y las noches se alargan; para cuando el cielo tiñe de naranja tierno el horizonte, Lessany es el reflejo de la desesperación, yendo y viniendo en su estancia de invitados, con los baúles a medio preparar en un rincón y las jóvenes Mars y Kaeli en otro observándola y haciendo un esfuerzo por mantenerse despiertas, al contrario de su abuela, que bien ha apoyado la cabeza en el respaldar de su silla y se ha quedado dormida bajo el crepitar de las llamas.

—Adelante —dice ella, girando de presto al escuchar los dos toques en la puerta, cuando éstas se abren las muchachas se despabilan y la anciana despierta con sorpresa; es el joven Reys quien reverencia—. ¿Noticias?

—Así es, Dama —asiente el joven agraciado—. Mi Señor ha regresado, manda a decir que el niño está siendo instalado en una alcoba en la primera planta y que…

Se le hace costumbre no esperar a que las personas terminen de hablar, y el pobre Reys se queda pasmado al verla pasar como un relámpago por su lado, seguido de las dos muchachas. Sus pies ágiles pronto la llevan a la habitación asignada, y allí encuentra a la pequeña aglomeración de batas blancas de los médicos y asistentes médicos, éstos al escuchar sus botas penetrar en el salón acallan sus charlas y hacen espacio hacia el camastro donde han instalado al pequeño aún conectado a un suero que le suministra medicamento y una mascarilla oxígeno. Kandem, junto al médico de cabecera, permanece en silencio, invisible pero analítico en su reacción, acercándose poco a poco al niño para acariciar su frente y apartar ese crespo cabello de su rostro, empapado de sudor y sonrojado por la poca fiebre que persiste en él.

—Neumonía —explica el médico, colocándose en el extremo opuesto de la cama, sólo entonces ella alza la vista cristalizada por las lágrimas hacia otro sitio que no sea el pálido niño inconsciente, y más allá de la cota blanca, está él, Kandem, silencioso—. Es un “niño de la plaga”, enfermizo porque su madre estuvo contagiada, pero el Creador es bueno y nos permitió llegar a tiempo para salvarlo. Deberá permanecer bajo cuidados durante una semana al menos. Nuestro Señor —asiente hacia Kandem; ella lo mira un segundo más, antes de volcar su atención al médico de nueva cuenta—, nos ha pedido hacerlo aquí, así que tendrá a un asistente médico durante las veinticuatro horas por si algo ocurre, y a un médico haciendo visitas regulares dos veces al día. Más tarde, si la Dama lo desea, explicaremos el protocolo de cuidados a seguir.

—Estaré agradecida por ello, doctor… Estoy agradecida —corrige, aclarando su garganta e irguiéndose en su lugar—. Las instalaciones del orfanato han mejorado considerablemente en poco tiempo, pero no nos preocupamos de que los niños pudieran haber enfermado desde mucho tiempo atrás; creo prudente realizarles una revisión de rutina para asegurarnos de que todos estén bien y de que esto no se repita.

El médico se gira hacia Kandem, buscando un signo de aprobación y al recibir un asentimiento él mismo asiente a la Dama y se excusa, retirándose de la estancia, ordenando a sus asistentes hacer lo mismo. Lessany se sienta de medio lado en una esquina de la cama, esparciendo caricias en la mano del pequeño, asegurándose de no tocar la línea del suero, sólo rozando sus pequeñas manos y sus delgados y blancos dedos como si fuesen una de sus obras de arte.

Kandem, al verla genuinamente conmovida no puede explicarse cómo una persona puede parecer tan cruel e inhumana un momento, y tan sensible y doliente horas después; se acerca a la cama con pocos pasos, apartando una de las cortinas de la ventana para abrirla y dejar pasar algo de luz natural, afuera, el cielo ya se ha teñido de rojo y degradado a un suave amarillo que poco se transforma en un tierno violeta y como agua y tinta se va diluyendo hasta formar un azul tierno lejos del horizonte.

—Ya amaneció —acota él, mirando al pequeño, pero de soslayo hacia la mujer que tiene que tomar una decisión que definirá el futuro de su país y de sí mismo.

Lessany deja la emoción un momento al recordar ese tema pendiente y darse cuenta que es la última vez que estará con Asirion, que no podrá despedirse, que ahora es libre y puede hacer lo que quiso desde que llegó: Irse, regresar a Lenser.

Deja la mano del pequeño sobre las sábanas y se desliza fuera sin dejar de ver sus delicadas facciones; juega con el peculiar anillo con forma de león en su dedo anular izquierdo y toma una decisión. Al mirar a Kandem éste torna su gesto a uno más triste de lo que jamás se le ha visto hacer, y sus cejas se contraen pero aprieta la mandíbula hasta que es capaz de hablar.

—Está bien, ordenaré que preparen los vehículos —anuncia, dando dos pasos hacia la puerta, quedando más cerca del fuego.

—No harás eso. —Él se detiene al escucharla, el oro de sus aretes se agita cuando gira su cuello hacia él—. En la víspera del nuevo año me casaré contigo, Kandem de Senerys —las cejas de Kandem se destensan con alivio, su pecho se colapsa de alegría y las angustias se vuelven ligeras como plumas sobre sus hombros al escucharlas—, pero no tomaré tu nombre —continúa ella, avanzando hacia él con la firmeza de una leona—, no aceptaré que me dejes atrás e ignores mis opiniones; si tú luchas, yo lucho; si tu ganas yo gano; si tu pierdes, yo pierdo; juntos o nada, en igualdad de condiciones, como dos personas libres. A cambio, te juro mi lealtad en ésta y todas las guerras por venir, con el Creador como mi testigo.

Cómo si sus rodillas estuviesen hechas de frágil cristal, Kandem rápidamente cae sobre una de ellas frente a la Dama y toma una de sus manos, luego, sus brillantes y gatunos ojos castaños tan obscuros como un cielo de invierno buscan el rostro de su salvación, agradeciéndole con una mirada y un beso.

 




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