Luxor: Ascenso

XXXVI.

KANDEM

 

No recuerda haber visto las cicatrices antes, pero allí están, cortes largos y diagonales en el extremo derecho de su espalda media, quizá el vestido sí cubría esa fracción de piel. Se lo preguntará cuando despierte, por ahora permite que su esposa duerma abrazada a los amplios almohadones del lecho, con la espalda desnuda como montículos de arena dorada y las caderas cubiertas por las pieles y sábanas, contemplándola como quien contempla un tesoro encontrado. 

Se levanta a tizar el fuego y añadir otro leño a la chimenea para conservar el calor en la estancia, desnudo también se dirige al baño para liberar su vejiga y salpicar agua en su rostro, al volver a su lado continúa tal y como la dejó, así que se desliza una bata por los hombros y camina hasta la estancia de invitados, por primera vez desde la noche anterior abre las puertas hacia el pasillo y llama al bélico más cercano, Madox, de papadas abundantes y buena estatura.

—Que traigan un carro con el desayuno —solicita—. Al mediodía saldremos a tomar aire, que Renner prepare un informe de cualquier evento relevante y Reys del horario de partida de los invitados. 

—Como ordene, mi Señor. —El diligente bélico asiente a su Señor y se apresta a cumplir la orden, siendo su puesto reemplazado por otro. Él, entre tanto, vuelve al interior de la estancia privada para levantar del suelo las ropas que han llegado hasta los rincones menos esperados, sus labios se curvan al recordar la noche anterior; tras olfatearlas deja las prendas en donde puede: Una silla, el tocador, el pie de la cama… Las asistentes han llegado, deslizan el carrito hasta el centro de la estancia de invitados, él las despacha con su afabilidad y lleva el desayuno hasta el lecho: huevos con hierbas aromáticas, tocino ahumado y pan recién horneado con setas y quesos derretidos, pero nada puede comenzar sin una infusión caliente que prepara a su gusto, sirve la de ella al mismo tiempo, endulzándola más de lo acostumbrado. Da un último vistazo a los platos y asiente, aprobando su trabajo.

Apartando un par de mechones de su rostro puede ver la nariz perfilada de la Dama y su mejilla apelmazada contra la almohada, la boca entreabierta apenas para que se note su respiración; desliza su mano por las hebras doradas, apoyado en una rodilla contra el suelo, con un beso en la frente ella comienza a despabilarse con la ternura de los niños. 

—¿Qué pasa? —inquiere con el velo de los sueños cubriéndole el rostro, lo friega contra el dorso de su mano para desprenderse de él y despertar, lo primero que la Dama enfoca son los ojos negros achinados por el sueño y una sonrisa enmarcada por una barba y rizos despeinados, entonces recuerda dónde está y qué pasó la noche anterior.

—Buen día. —Su sonrisa no disminuye, se aviva con la mirada de su esposa sobre él—. El desayuno está listo, tendremos toda la mañana para nosotros.

—¿Toda la mañana? —Se incorpora en la cama, abrazándose los pechos desnudos con las sábanas mientras él se retira para traer una pequeña mesa plegable del carrito hasta la cama, manteniendo el equilibrio para no derramar nada—. ¿Qué tenemos que hacer algo en el día, un ritual o qué será ésta vez? 

—Tengo que ver los asuntos de la Regencia y saber si hay algún cambio en el frente —anuncia, acomodándose en el colchón también—. Ambos tenemos que ver el horario en que los invitados se irán y así estar listos para la ceremonia de despedida.

—Es el día después de tu boda, ¿no puedes esperar a que alguien más se haga cargo por un maldito día? —Él niega con un movimiento de cabeza, llenándose la boca con un trozo de pan, Lessany se deja caer en el colchón con los brazos cubriéndole el rostro—. ¡Increíble!, necesitan cambiar muchas cosas por aquí. Y por mí, los invitados pueden irse al… cuando gusten —se interrumpe a sí misma—, ya recibí bastantes sonrisas y felicitaciones. 

—Come, tienes que recuperar energías —ordena el Señor, ella le observa por la rendija entre sus brazos, suspicaz—, dije que teníamos toda la mañana y no pienso desperdiciarla.

Con una sonrisa cómplice se decide por incorporarse de nuevo pero sin cubrir sus pechos desnudos, haciendo que el desayuno de Kandem sea mucho más difícil, aunque nunca en su vida lo había visto comer tan de prisa.

 

Sus pieles aperladas por el sudor reflejan la luz de la chimenea como esculturas de bronce y mármol pulido, los jadeos intentando recuperar el aliento impregnan el aire así como el olor de sus fluidos corporales se vuelven uno dentro en la estancia privada, las sábanas delgadas se les adhieren en la piel, pero al menos no tiene ni una pizca de frío. 

Sale de ella pero ni un solo segundo le permite bajar de él, en cambio la mantiene cerca cuando toman aire de nuevo, lo suficiente para que la Dama se incorpore y se dirija al carrito a un costado para servirse una copa de agua, misma que comparte con él. Mientras ella sirve el agua vuelve a percatarse de la marca en su espalda, y ésta vez hace la pregunta.

—Nunca te había visto esa marca. 

Ella parece estremecerse, opacando el azul de sus irises y de pronto con la necesidad de cubrirse porque vuelve a sentirse desnuda y a recordar. 

—La llevaba cubierta anoche —explica, escueta.

—Cuéntame. 

Unos segundos de compartir miradas, ella niega.

—No quieres, créeme.

—Sí quiero —insiste él, arrebatándole la copa de las manos para darle un trago más, permaneciendo apoyado en un codo mientras ella sentada a su lado se acomoda la cabellera en un acto reflejo—. Eres mi esposa ahora, quiero saber todo sobre ti.

—No digas que no fuiste advertido. —Pero su sonrisa ahora no es ni tierna ni bondadosa, sino cínica y su mirada se pierde en las memorias de la infancia—. Fue mi hermano, Hernest.

La mirada de Kandem se endurece y su quijada se tensa al escuchar el nombre, el rostro del mencionado cruza su mente, los escuetos encuentros y conversaciones diplomáticas. 




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