Luxor: Ascenso

XXXIX. LESSANY

LESSANY

 

Sobre la ciudad sureña ya se ciernen nubes de tormenta, gruesos mantos de plomo que consumen la poca luz y vientos gélidos que, desde lo alto del baluarte, se puede ver como retuerce los cálices de los árboles, sacudiéndoles la nieve que habían acumulado de la pacífica y constante nevada. El tiempo y el clima corren en contra.

—¡Mi hermana y mis sobrinos son mi prioridad!, insiste, por favor, cuantas veces sea necesario, intenta establecer comunicación con Anerys. —La voz de Kandem se escucha desesperada y su falta de serenidad es transmitida a sus hombres, quienes intentan complacerle en la medida de lo que sus fuerzas humanas le permiten—. ¿Cómo pudo pasar algo así? ¿Frente a mí estaba cuando la situación con Kasttell se agravó, vino a mi casa, comió en mi mesa y…? ¿Pensaba en ese momento traicionarme ya? ¿Se había efectuado la traición? Yay! Maldito seas, Frances!

—Nada sale, mi Señor, la señal no es recibida. Lo lamento —informa Santress, acomodando de nueva cuenta el cuello de su cota azulada. La mirada de Kandem se dirige al hombre ocupando el asiento conjunto, lo ve, no con gratitud, sino con odio.

—Tú, tu estuviste allá, haciendo una auditoría, ¿de qué?, ¿por qué?, ¿quién te dio la orden? —Sus pasos se dirigen intimidantes hacia el enjuto caballero, éste se estremece en su silla, rodeado de pantallas y códigos—. ¿Viste algo? Comiste con Frances en ese tiempo, estuviste bajo su techo, en sus reuniones. Tu tío conspiró con él, debes saber algo.

—Kandem. —Ella decide intervenir al instante, acercándose un par de pasos que hacen tintinear sus aretes con forma de garras doradas que rozan sus clavículas—. No es momento de cuestionar la lealtad de los hombres en esta sala. Osner ha servido bien, ha probado su lealtad y…

—Y tú. —Se dirige a ella, cargando en sus mejillas toda la sangre de su torrente, las orejas se le notan igual de rojas, debe estar tan furioso y asustado que no ha podido contener sus emociones, ella lo entiende, se prepara para recibir el ataque, sabe lo que dirá. «Si sintiera la mitad de lo que él siente por su familia, estaría igual, por fortuna, no es así». Al menos es lo que ella cree hasta el momento—. Eres la hermana del traidor, ¿todo lo hiciste a propósito? ¿La boda, el plan para calmar a las masas para darnos un golpe repentino y certero? ¿Estás en comunicación con tu hermano? —A cada palabra sus agresividad aumenta y también el timbre de su voz, hasta que lo tiene respirándole casi en el rostro y una de esas manos fuertes le atenaza el antebrazo como lo ha hecho en otras terribles discusiones, su reacción es igual a las de antaño: sacudirse el tacto del sureño con asco—. ¿Eres una traidora también? ¡Dime!

—¡Así se comporta el Señor de Senerys cuando algo no anda según sus planes: con pataletas y denigrando a sus hombres más leales? —La voz de la Dama suena calma, su barbilla alzada bajo la mirada no solo del Señor que la amedrenta con violencia de palabra, sino de sus Consejeros—. Me sorprende que hayas llegado hasta aquí con tan poco carácter. Si no puedes con la situación hazte a un lado y deja que alguien con verdadero valor tome el mando: llama a Renner, dile que venga, llama a Mant para que de su reporte de la situación, llama a Lindel para que emprenda el viaje cuanto antes con los hombres del oeste que ha reunido. ¡Actúa como un hombre, maldita sea, no eres un crío! 

Con un empujón fuerte en su pecho lo aleja de ella y da un paso atrás, esquivando la mirada de los tres hombres en la mesa y la docena más en las islas independientes de los alrededores. Las pupilas de Kandem vuelven a contraerse y su semblante recobra su color tras un par de respiraciones.

—Llama a Renner —dice, su voz ronco siempre, pero más gentil. Santress asiente y se pone a ello—. Ruego tu perdón, Osner, has servido bien, como mi señora esposa ha dicho, has mostrado tu lealtad. Gracias.

—Es comprensible en tal situación, mi Señor. No hay nada que perdonar —asiente el joven, también dando una mirada de agradecimiento a la Dama, ésta responde con un gesto más suave aunque lo último que le importe es la cabeza del nuevo Directivo de Finanzas. Kandem se dirige a ella, no teniendo otra reacción más que la de alzar su barbilla con tensión.

—Perdóname —susurra, claro, con ella las disculpas no podrían ser tan públicas, ¿por qué deberían de serlo? «Soy la hija y la hermana del traidor, la konettrager»—. Temo por mi hermana y mis sobrinos, temo por mi hermana en la frontera.

—Yo no temo por los míos —refuta ella, obteniendo una mirada confusa y atónita, los labios carnosos del Señor se abren mostrando ligeramente una lengua rosada y unos dientes blancos, pero ninguna palabra es capaz de salir de ella—. Ninguno de ellos ha sido bueno conmigo como tú lo has sido —no sabe de dónde brotan las palabras, pero lo hacen, y no las está fingiendo—, ninguno se merece mi lealtad, sólo tú y los tuyos. Pensaremos en algo, juntos, ¿recuerdas?

—Lo recuerdo. —Sus rizos negros anudados en su nuca se agitan al asentir, pronto esas manos grandes y pobladas de callos rodean su rostro y esos labios gruesos envuelven los suyos en un beso. «Un beso que sabe a nada»—. Gracias.

—M-Mi Señor… —Ahora Santress vacila, su voz tiembla y cuando ambos dirigen sus miradas hacia él, lo notan pálido y tembloroso. Se remueve los dispositivos de audición de las orejas, pequeños tampones negros con un delgado cordel rígido que llega hasta su mejilla—. T-Tiene que ver… esto…

Las pantallas principales en la mesa, las pequeñas islas de los subdirectivos en la sala comparten la misma imagen, y el sentimiento, el temor se transmite  de la misma forma al ver un espectro blanco, no, no lo és, es un hombre de piel blanca, como la leche, líneas de mentón y pómulos elegantes y definidas, labios agraciados de un color tierno y ojos… 




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