Luxor: Ascenso

XLVII.

LIRIO

 

La Pequeña Lotto es su favorita, siempre ha sido su favorita. Desde que era una chiquilla de quince años, hija de un funcionario de su Regencia, como la mayoría de ellas, agitando sus pestañas con coquetería y timidez al hablar en aquellas fiestas y reuniones de placer, podía prever un buen prospecto para largo rato, y así fue, su sumisión y devoción la han convertido en la ideal para aplacar durante unas horas al menos, el horror y las preocupaciones que le llenan la cabeza. Al principio fue difícil lograr la erección, pero ella sabe dónde tocar, cómo besar y usar su boca, en unos minutos no pensaba en nada más que en esa húmeda y tibia boca alrededor de su miembro. 

Ahora, Lotto yace con la respiración acompasada, dormida sobre su pecho, sus cabellos castaños claros, lisos y sedosos se le resbalan entre los dedos y la obscuridad de la estancia rodeándolos. Su mente vuelve a estar despejada y a pensar en las cosas que ha hecho para estar en donde está, en su hermano, honrado con el apropiado Ritual de Ascensión a la Luz en la cúpula, él mismo puso sus cenizas en la cripta del Templo de los Difuntos. «Las cosas que he hecho por poder, las que tengo que hacer por mantenerlo». Piensa en la sugerencia recibida sólo horas antes: Cortar el suministro de agua además del servicio eléctrico, obligarlos a agolparse en un solo lugar para dar un golpe final, quizá, orillarlos hacia el sur, con menos zonas de compromiso. «Morirán más de sed, de hambre y enfermedad que por heridas de fuego -dijo su tío-, ya se están movilizando hacia el parque principal, hay que continuar presionando para su retirada».

Su comunicador, la pequeña tableta de cristal que descansa sobre la mesa despide una tenue luz blanca tras un suave sonido de alarma que se repite una única vez. Extiende una mano para apartar a la muchacha, ésta se remueve sin despertarse. Liberándose, se desliza hasta el borde de la amplia cama para seis personas o más, toma el comunicador y de inmediato le reconoce y reproduce la imagen, es el primo Mansson.

—Mi Señor Lirio, tenemos una situación. 

—Voy en seguida —afirma y la comunicación se corta. Al estudiar el reloj de la pantalla se da cuenta que son más de la una de la madrugada y no ha dormido ni una gota en dos días. Sin sueño o cansancio se viste con unos pantalones de fibras mixtas en color mantequilla, una túnica sin mangas con aberturas en los costados, llegándole hasta las rodillas, donde las botas de suela suave cubren sobre el pantalón.

La Sala de Juicios está a media iluminación, con cuatro reflectores provenientes de las conexiones del techado de cristal, varias lámparas circulares alrededor de los balcones que separan La Tribuna de la mesa central. Al entrar es el primero en estar allí, además de su primo Mansson. Lo primero que hace es preguntar por el tío Gesster, su padre y su hermano.

—Queríamos que usted lo supiera primero, mi Señor, para tomar una decisión prudente —explica Mansson, a la derecha del asiento principal de la mesa, cuando Lirio lo ocupa sus dos acompañantes se sientan también. El primo procede a exponer la situación—. El subdirectivo —señala al de enfrente, de mirada tan firme como siempre, barba reciente y ojeras pronunciadas por el desvelo continuo, pero aún así, más Kasttell que el primo que tiene enfrente—, ha tenido informes de que La Alianza ha perdido una de sus naves que buscaba transportar mercancía desde el sur hasta su sede. Han desactivado el rastreador y no han realizado contacto en veinticuatro horas. 

Lirio se retracta en su asiento, estirando las manos sobre el frío cristal y mármol de la mesa, se pone en pie haciendo que la silla rechine y se dirige al borde de la plataforma que le alza sobre el suelo más de un metro, pensativo. 

—¿Sede Capital lo sabe ya?

—No estamos seguros, el informe llegó hace veinte minutos atrás y esperamos la confirmación que llegó hace cinco. Es posible que hayan hecho el reporte, pero no es la primera vez que pierden una nave por condiciones climáticas, muchas veces reaparecen varadas tras el paso de alguna tormenta, y se reporta una gran precipitación de masa fría sobre Senerys —informa—. Puede ser sólo una coincidencia.

—Puede ser —asiente, volviendo a su asiento—. Debemos dar aviso a Capital y sugerir “encarecidamente” una investigación en el terreno. Además, creo que es tiempo de que los sureños vuelvan a sus agujeros de hielo de una vez y que los del este se encarguen del este: Que mi tío Gesster sepa que debe preparar a los Anerys para una retirada, que pronto se autorizará oficialmente, usaremos los trenes, quiero esos vagones repletos de sureños. Le debo un regalo de bodas a mi hermanita.

 

RENNER

 

Ambos hombres lucen como espectros delgados y macilentos, las mejillas consumidas, las matas de cabello rojas secas como paja, barbas tupidas y prósperas que anorexian su aspecto aún más, las cuencas más hundidas y los pómulos resaltando, las cotas negras de los Senerys les sobran una talla a ambos, como mínimo, y parece que la tormenta se los llevará cuando se exponen a ella, siempre custodiados por uno o más bélico para evitarlo; si se diferencian en algo, es en la altura y el color de sus membranas: Mientras Renner tiene una cabeza menos y los ojos esmeralda, los de Lenser son grises como la ceniza de los cadáveres. Al encontrarse en el compartimiento de pasajeros de la nave, ambos se examinan de pies a cabeza.

—Renner de Mandess, éste es Lenser Marlus, un hermano de armas incondicional. Escapó de Kasttell y viajó hasta aquí para servirme —dice ella, obteniendo las miradas del resto del equipo, listo para partir—. Lenser, Renner de Mandess, Primer Hombre del Señor Kandem de Senerys, Líder de la Rebelión. Ellos son mi escolta: Naystess, Fassel —señala al de la nariz rara—, Konnor y Asthor. —Ahora un pelirrojo cobrizo con facciones de águila y un extranjero—. El Directivo de Comando Almity de Lyoz, al mando de la ciudad y el asistente personal del Señor, Reys. —Los últimos dos más alejados que todos los demás, un hombre entrado en años pero de buen aspecto y ojos diminutos, y un jovencillo tan bonito como una señorita. El primero, el hermano pelirrojo, es el que más le interesa, porque no parpadea ni un momento cuando estrecha su mano.




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