Luxor: Ascenso

II. ARESTYS

Cuando le dijeron que no podía usar pantalones como sus hermanos, la menor de los Senerys dejó de usar faldones y se exhibió semidesnuda por el baluarte, siendo correteada por sus bélicos escoltas como se corretea a una gallina fugaz entre cacareos y risas infantiles, más tarde, cuando le dijeron que tenía que aprender las normas de etiqueta de las cinco regiones más importantes de la República ella preguntó: «¿Eso para qué me sirve, si nunca iré a esos lugares de mierda?». “Mierda” era una palabra inaceptable para una joven damita. Fue expulsada de la asociación de las “Damas de Senerys” a los doce años por dar palos a las otras chicas cuando la bautizaron como Arestys “pico de cerdo”, por sus carnosos labios, muy semejantes a los de su hermano Kandem. Para cuando se volvió una púber su rebeldía era tal que su madre, Eneyda de la antigua ciudad Aidan, y su señor padre, Rebery de Senerys, pensaron en enviarla lejos a la ciudad Anerys para que se instruyera en alguna ciencia que requiriera disciplina, pero Arestys no era buena para las matemáticas ni la geometría, tampoco para las ciencias médicas ni tecnológicas, ella era buena dando palos a los otros niños del baluarte, mayor que ella misma en su mayoría.

La decisión de qué hacer con ella llegó clara a los trece años, pocas semanas antes de su primera luna de sangre… Dejó el centro de instrucción y a escondidas convenció a otros tres chicos de dos cursos mayores para que fuesen con ella a los Jardines de Géiseres más allá del límite fronterizo al sur de la ciudad. No fue difícil conseguir pasajes para el transporte colectivo que los acercara, cubriendo su rostro y vestida de niño era difícil de reconocer, sólo eran cuatro chicos flacuchos que salían de sus estudios. Se habían preparado con ropas, panes, quesos e infusiones que calentarían en el agua térmica de los cráteres que burbujeaban en aquellas piletas naturales exhalando su hálito caluroso y tibio. Ella siempre mantuvo cubiertos sus pechos con ropas interiores, los chicos se atrevieron a bañar desnudos ya que no era probable que nadie más llegara, no era probable que hubiera fugitivos por aquellos lugares remotos. 

Eran ocho, dos cargaban cuchillos roídos y oxidados que si bien no causarían un corte profundo sí una infección severa, tres iban armados con palos afilados y la madera de las puntas endurecidas al fuego, olían tan mal como se veían y ella, que terminó bajo el brazo de uno de ellos cuando se acercó a las forjas por un trozo de pan, podía sentir su fétida fragancia quemarle los vellos de la nariz. 

—Niños, niños, están muy lejos de casa, igual que nosotros. También queremos un baño, y algo de comer, ¿qué tenemos por aquí? —Los dos que iban desarmados obedecieron la orden del líder y esculcaron sus forjas de cuero y cuerdas entretejidas, encontrando, junto a los cuadernos, algo de alcohol de frutas de las bodegas del baluarte—. ¡Uf! ¡Esto es una fiesta! Y tú serás el centro de atención, preciosura.

Sus acentos los delataban de más al norte, quizá de las ciudades pesqueras donde tres lenguas distintas se solían escuchar por el constante trato con las tribus salvajes de la costa y las sedes leales al Régimen que se atrevían a intercambiar bienes con los sureños, al mismo tiempo, las sedes más pobres y frías del sur, no era extraño escuchar historias de fugitivos migrando ilegalmente de esos lados. 

Las mejillas de Arestys ya estaban encendidas de indignación, sus compañeros en cambio temblaban de miedo subyugados por los cuchillos y las lanzas, excepto ella y Lyan. Como mentes unidas por lazos invisibles, las travesuras que a uno se le ocurría el otro las hacía realidad, malos pensamientos nacían en ambos al mismo tiempo y no habían mejores compañeros para traerlos al mundo, rebeldes y atrevidos; en ese momento ambos tenían tatuado en su mirada una cosa: pelea. 

Les ganaban en número y en armas, pero estaban débiles, heridos y enfermos, las pieles de color amarillento y los huesos se les notaban en los rostros, llevarían meses caminando para llegar hasta allí, huyendo de las patrullas fronterizas, quizá tenían una chance. Así que sólo era cuestión de tomar una oportunidad y a su corta edad y con su poca feminidad, Arestys ya conocía el poder que las mujeres podían ejercer sobre los hombres así que una de sus manos se escabulló hasta su espalda baja para palpar entre las flojas y rasgadas pieles del fugitivo que la sujetaba, no tardó mucho en encontrar su flácido y delgaducho miembro.

—Ya me estaba aburriendo —murmuró con una sonrisa y el cabello empapado adherido a su cráneo, sus ojos castaños obscuros como la noche brillaron—. Qué bueno que llegaste.

—Pequeña zorra. —La sonrisa del fugitivo no duró demasiado, mientras sus amigos devoraban el festín que tenían en sus mochilas él la llevó a un lugar más apartado y bajó el cuchillo para ver cómo la chica se desabrochaba el cobertor de sus pechos incipientes como cerezas aún, pero la visión del pezón rosado y erecto por el frío era suficiente para incitar la excitación del hombre que no debía pasar de los veintiún años. Sus dedos flacos y sucios, de uñas largas y negras rozaron sus pechos ávidos de carne, ella se estremeció y volvió a dirigir su mano hacia la inminente erección del fugitivo, éste apartó su mano y plantó una rodilla en el suelo para depositar el cuchillo a un lado y bajarle las bragas que le cubrían el sexo, pero una rodilla más rápida le desequilibró la mandíbula y el sentido, cayendo por tierra de medio lado. Cuando el hombre comprendió que ella sólo lo engañaba intentó ir por el cuchillo, pero Arestys, que era más rápida y fuerte que él, ganó la carrera y le hizo una sonrisa roja alrededor del cuello empapándose las manos y las piernas de sangre, evitando así al violador gritar. No hubo sensación que la hiciera sentir mejor que la de ver los ojos del malhechor perder el brillo de la vida y dejar de intentar detener el río de sangre que brotaba de su garganta. 




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