Luxor: Ascenso

III. LESSANY

La entrada alterna no cuenta con las bases ornamentales ni las blancas puertas talladas de diez metros de alto que dan la bienvenida al salón de recepción, en cambio tiene una veintena de escaleras hacia lo que a simple vista se percibe como un cristal azulado que cubre veinte metros de largo y quince de alto, al otro lado se observa un salón vacío, sin embargo, cuando sube los escalones seguida de su numerosa escolta no se detiene al llegar a él sino que lo atraviesa como si no estuviese allí y la recibe el vestíbulo resguardado desde la balaustrada del balcón con diez bélicos armados en la parte superior, otros diez en la parte inferior. Hanles, la única cara conocida, la intercepta.

—Bienvenida a casa, mi Dama —sonríe el joven lacayo personal y procede a removerle con cuidado la desgastada y sucia capa de protección.

—Hanles —complacida de ver a su mejor sirviente sonríe al agraciado chico que le ha servido desde que tuvo su primera luna de sangre. Hanles tiene el cabello castaño bastante claro con ciertos mechones un tono más obscuro, peinado por un costado como todos los de su oficio, el uniforme azul celeste con el sello de la soberanía está bordado en hilo rojo sangre, sobre éste un pequeño león, señal inequívoca de que sirve en el Baluarte Central—. ¿Preparan la cena ya? No importa, presenta mis disculpas a mi padre e infórmale que no cenaré con él ni mis hermanos, deseo descansar. Brindaré mis respetos por la mañana.

—Como ordene, mi Dama, mas —vacila el chico, pronunciando cada palabra con cautela—, creo oportuno informarle que se nos ha dado estricta orden de confinarla a sus estancias y prepararla para la comida. 

Atónita primero, Lessany observa al lacayo bajar la mirada al suelo con prudencia, luego, busca a su alrededor intentando localizar a Jhano para canalizar su ira, lo encuentra a un lado de la entrada, que desde adentro se ve como un portal añil de forma circular con apenas tres metros por tres de alto y ancho, rodeado de maciza pared blanca, no hay ni un ápice de cristal. Con paso firme se dirige a él.

—¿Está Lenser en el baluarte? —inquiere, sin disculparse por interrumpir la conversación que el Capitán sostenía con su subordinado. Éste, acostumbrado a sus altanerías alza una ceja negra en su dirección y haciendo un gesto para que su hombre se retire.

—Eso podría decírmelo usted, mi Dama, ¿está?

—No lo sé, en cuanto aparezca envíenlo a mis estancias. Espero que no cometan la estupidez de impedirle el paso.

—Haré según su señor padre ordene —replica con calma el Capitán.

—Imbécil —farfulla Lessany, alejándose por el pasillo seguida a paso expedito por Hanles. La plataforma espera para llevarla a las entrañas del baluarte, un sello circular de quince pies de diámetro y una abertura en uno de sus extremos cilíndricos, cuando ambos llegan al interior media docena de bélicos los rodean—. Esto es el colmo. 

El pedestal de control se ilumina y Hanles se acerca al rincón para seleccionar el piso destino. Con una pequeña vibración las paredes de la plataforma se cierran por completo, encerrándolos dentro del cilindro, el suelo se ilumina con un sello blanco y tras un pequeño tirón de sus entrañas la plataforma comienza a ascender iluminándose de un tono blancuzco con cada piso que tocan y pasan de largo. Durante los segundos que le toma a la plataforma subir a su piso, Lessany se toca el dedo anular de la mano izquierda, deseando poder volver a usar su anillo cuanto antes, comenzando a pensar que quizá el ratón tenía razón, y algo más raro de lo normal está ocurriendo.

La plataforma se detiene antes de que pueda llegar a una conclusión, ante ella se abre el pasillo principal de su piso, embaldosado con tonos dorados y blancos, no blancos y rojos como el resto del baluarte en el interior. Las familiares paredes le dan la bienvenida, con sus piezas de arte personales y algunos trofeos de sus expediciones protegidas por vitrinas de cristal, al final, la sala de recepción principal abarca un diámetro de cincuenta metros, amueblada con varios sets de divanes, mesitas de mármol y estanterías con una amplia biblioteca, algunos tomos originales desde antes de la Gran Migración, otras réplicas y otras copias; a la derecha el bar con toda clases de bebidas frescas y licores, frutas y un par de frigoríferos y calentadores térmicos para los alimentos. El vitral toca desde el suelo hasta el techo, detrás de las escaleras que hacen una curva a lo largo de cuarenta y cinco grados y guían hacia la estancia privada en la planta alta, a cada lado siguiendo el vitral se encuentran los pasillos secundarios que rodean la plataforma central y llevan a las habitaciones de sus lacayas, uno, y el otro a su salón de trofeos. 

Al pie de las escaleras las tres lacayas encargadas de sus necesidades esperan como siempre, miedosas, con la mirada sembrada en el suelo, como si fuesen idiotas. Lessany las mira de mala gana y luego a la media docena de bélicos que se quedan en el pasillo y en la entrada al salón de recepción. Sabe que no hay nada que puede hacer para deshacerse de ellos.

Una lacaya se apresura a tomar la casaca de las manos de Hansel y vuelve a su posición junto a las otras dos, Lessany se deshace de los mitones pasando de ellos y subiendo hacia la planta superior de su piso, las cortinas de seda y tul están extendidas, pero Hanles se apresura a abrirlas para ella halando del lazo a un costado y con ello se abre ante ella el paraíso de su estancia privada, donde su cama con dosel retoza frente al balcón, ahora cerrado. Lo primero que hace es dejar los mitones caer sobre la cama mullida y se planta frente al vitral claro, casi invisible y el panel de control se despliega en una esquina, ella selecciona la opción que permite que una sección del vitral caiga como una lluvia silenciosa y la brisa de la tarde agite los pliegues del pantalón holgado y la sayuela sucia y vieja, el balcón se abre para ella con su balaustrada de mármol y altas bases que recorren hasta el techo del piso superior, un mundo arriba. 




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