Luxor: Ascenso

X.

LIRIO

 

La sureña es hermosa, no puede negarlo; tiene el cabello negro bailando suavemente hasta sus barbillas cuadradas y sus ojos negros, grandes y firmes exhalan autoridad aunque están algo demasiado separados los unos de los otros para su gusto, un par de labios carnosos que brillan cuando su lengua los humecta de cuando en cuando. Es un tanto masculina, pero es un tipo de belleza al que el este no está acostumbrado. Es una lástima que sea sureña, de lo contrario sería un buen trofeo.

—Entiendo que tendríamos los protocolos de transporte para hoy, es mejor que me digan por qué no tenemos las rutas preparadas para el abastecimiento de mi ejército en las fronteras. Necesito tomar control sobre la represa y el suministro eléctrico. —Sus dedos largos suenan contra el cristal de la mesa, la mirada clavada en el extremo contrario, donde Liunius, su padre, permanece impávido ante la exigencia de la joven. En sus ojos fríos y claros se lee el disgusto y la humillación, no hay peor cosa para él que ver el nombre de su familia mancillado y subyugado por alguien a quien considera inferior, y Arestys de Senerys y su comitiva de sureños son en demasía inferior. 

—No hemos arreglado eso aún, tenemos problemas con los Directivos de los almacenes y la Central de Distribución, no están muy contentos con los propósitos de los suministros. —La voz de su padre es calma y pacífica, el ejemplo de control que su hermano Messer, frente a él, debería tener; el rubio tiembla, su bota hace más ruido que los dedos de la sureña.

—¡Los hombres no quieren alimentar a sus perros! —espeta, las mejillas rojas por el arrebato de ira. Hernest, a derecha, lo mira de soslayo y luego su padre de forma directa. Al extremo contrario de la mesa, el Primer Hombre de la sureña se tensa y los dos ancianos con vestimentas del sur lo hacen también, sus Consejeros; con aspecto robusto y conservado pero de arrugas en cada comisura y esquina de sus pieles, y canas sobre sus orejas como coronas blancas.

—¿Perros? —Arestys, de estar ofendida, no muestra signos de ello—. En eso nos han convertido ustedes durante cien años, me parece justo: El perro despedazando al león, es una imagen agradable. Creo que haremos esto cara a cara a partir de ahora —deja la atención del fuera-de-control Messer y con un movimiento de cabeza hacia su padre continúa hablando—, Liunius, me reuniré con los directivos de todos los sectores: agricultura, ganadería, transporte, almacenaje, distribución, sector de producción, pesca…, todos, hoy, antes del anochecer. Hazlo posible.

—Mi Señora. —Lirio se arrepiente en cuanto lo dice, sus dos hermanos y su padre lo reprenden con una mirada cuando la detiene y se alza de la silla—, perdonad a mi hermano, perdonad a mi gente, es difícil para nosotros adaptarnos en cuestión de semanas a la nueva situación. Permíteme dos horas para hablar con los Directivos de la Central de Distribución y te traeré respuestas agradables, te doy mi palabra.

—El menor, Lirio de Kasttell —lo dice como recordando lo que sabe de él y cada palabra como un insulto—, ¿por qué una cría de león daría mejores resultados que el líder de la jauría? 

—Porque sé con quién y cómo tratar para ello. Dos años traté directamente con los subdirectivos y directivos de la Central y Transporte, hasta que llegaron ustedes y mi padre decidió retirarnos del terreno y mantenernos cerca, conozco a los hombres que están bajo su mando y sus motivaciones, puedo convencerles de cooperar sin necesidad de llegar a la violencia. No queremos más sangre.

—¿Escuchaste eso, Liunius? —Arestys es la única en la sala que no trata a su padre con ningún título de propiedad o respeto, es como si le diera igual quién sea; le recuerda mucho a Lessany—, parece que tu hijo está dispuesto a hacer el trabajo que tú no, ¿o es que en realidad no tienes ningún poder en absoluto? Yay! —Esa risa burlona es lo último que necesitaba para que los colores de vergüenza subieran al rostro de su padre—. Tienes dos horas, Lirio de Kasttell. 

Ambas comitivas se ponen en pie, la de la Dama de Senerys se marcha primero de la Sala de Juicios, que consta de una mesa central sobre una plataforma, rodeada de manera circular por cien taburetes, “ La Tribuna”, para los miembros más importantes de la Regencia de la Sede o sus delegados, como testigos de las decisiones tomadas en cada sesión, cuatro salidas distintas y un techado de cristal de forma hexagonal que permite ver la ola de nubes que les cubre a tal altura en el piso treinta y ocho del Baluarte Central de Kasttell. Hoy, esos taburetes están vacíos, y los bélicos que les escoltan todos visten de negro y azul marino, sus hombres fueron retirados de las oficinas de la Regencia y han sido confinados al Baluarte de militancia y sus instalaciones, o bajo el mando de comandos bélicos del sur para mantener el orden en las calles, o intentarlo. Afuera es un caos.

Sólo cuando están los cuatro a solas en la Sala es que muestran la verdadera frustración que almacenan cada uno de ellos. Su hermano Messer es el primero en tomar los asientos vacíos y lanzarlos con ira contra las pequeñas balaustradas de mármol que los separan de la audiencia, Hernest le sigue caminando con impaciencia de un sitio al otro y su padre se aproxima con calma a su sitio, lo siguiente que Lirio sabe es que su cabeza golpea la meza y una mano fría y huesuda lo mantiene de esa manera, besando la superficie y aprisionándolo con fuerza. Su padre nunca lo había tocado. 

—Será la última vez que socabas mi palabra frente a la sureña. Eres mi hijo, pero tengo otros dos y puedo hacer lo que se me da la gana contigo aún, no lo olvides, niño.

—P-padre —balbucea Lirio, las mejillas rojas y la cabeza palpitando con fuerza—, déjame explicar.

Su padre lo deja libre, se aparta y acomoda el traje de regencia como si hubiese estirado su mano para saludar a un amigo, Lirio se recompone en su asiento.




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