Luxor: Ascenso

XIV.

KANDEM

 

Luego de una larga y silenciosa cena, más incómoda de lo que han sido todas las anteriores desde los días del voto de silencio, los dos se disponen a probar un digestivo y saltarse el dulce del final como acuerdo mutuo. Los siguientes quince minutos de agonía deben iniciar y por el semblante de la Dama puede decir que se ha tranquilizado ya del reciente disgusto.

—Tienes tinta en los dedos aún —señala él.

—Asco —farfulla ella viéndose los dedos con repudio y la línea negra que rodea sus uñas—. No pude quitarla con el agua y el jabón.

—El pigmento que se usa es muy adhesivo, lo sé, pero es el mejor material para trabajar  —explica él, intentando disipar la tensión—. Intenta con unas hiervas de alicante, las asistentes sabrán qué darte si se los pides.

—Vale.

Ahora, bajo la tranquilidad del silencio, sin amenazas indirectas de por medio, Kandem siente una terrible culpa por su actuar, pero deseaba tanto hacerla sufrir, tenerla bajo su control que no dudó en usar lo que tenía al alcance para lograrlo. Enser tenía razón: tiene que domar sus prejuicios si quiere ganársela, pero, ¿cómo hacerlo si un momento la odia y al siguiente le tiene…? ¿Qué? ¿Qué siente por ella en ese momento de paz? «Cuando se pone el deber sobre los intereses personales no se necesita sentir nada», le dijo su padre.  «¿Qué sentiste por madre cuando te casaste con ella?», preguntó con genuina curiosidad, pero el silencio respondió todas sus dudas.

—Tus dibujos eran preciosos.

Al girar su cuello con tanta velocidad el oro de la Dama tintinea, sus ojos de hielo renacen. No puede pensar qué pasa por su mente en ese momento, pero sus labios se aprietan unos con otros antes de mascullar una respuesta que no es lo que él esperaba.

—Quiero ejercitarme.

Echando la espalda en el asiento se despierta del aturdido enunciado de la Kasttell. ¿De dónde ha salido eso? Hace un momento la tenía amedrentada al amenazarle con quemar su trabajo, ¿y ahora pide algo más? ¿No tiene límites?

—¿No te basta con cabalgar? ¿Con salir al invernadero de la Cúpula y pasear por la calles?

—No. Necesito salir, quiero cazar algo.

Silencioso, Kandem se lleva la pequeña copa con el digestivo a los labios, dándole un sorbo más. Quizá la bebida le da un indicio de que lo que escuchó es verdad, o lo ha alucinado.

—¿Qué has dicho?

—A cazar, quiero salir a cazar algo al bosque.

Sí, entendió bien.

—No.

—Sé hacerlo —insiste ella—, en las campañas cazamos nuestra propia comida. Lenser me enseñó desde los doce años, también a desollar y limpiar.

—¿Desollar animales? —inquiere boquiabierto.

—Sí, quiero salir y matar algo.

—¿Matar algo? Acabas de estudiar runas y sellos antiguos ¿y ahora quieres matar algo, Lessany? ¿Qué te enseñaron en Kasttell todo este tiempo?

—Déjame salir a cazar y te lo demostraré.

La intensidad que transmite con su mirada envía una corriente electrificante por su espina dorsal y la postura regia de su cuerpo la acompaña.

—Lo pensaré —responde a su petición, volviendo su atención a la copa comenzando a sentir cómo su corazón se acelera.

—No lo pienses, déjame hacerlo —insiste ella, dejando del todo su bebida digestiva.

—Las mujeres no cazan —refuta él, sofocándose como si tuviese la bufanda aún rodeándole el cuello.

—¡Yo no soy cualquier mujer! —Al verla de soslayo levantarse de esa forma, Kandem cierra sus ojos y aspira paciencia del aire—. Las mujeres en el mundo han ocupado roles mucho más importantes que los destinados a los oficios domésticos, sendos anales han dejado demostrado que en la Antigüedad la mujer ocupaba altos cargos en política y liderazgo, incluso en fuerzas élite; ahora no es la excepción. Déjame salir y demostrártelo…

—No grites, por favor. —Alza su mano, sintiendo su sien palpitar— Lo entiendo pero…

—No lo aceptas.

—Tienes razón —dice él, dejando la copa a un lado, viéndola hacia arriba desde su asiento—, no estoy acostumbrado a mujeres como tú. Pero no voy a arriesgar tu vida en una cacería por el bosque, no con los lobos y bestias sueltas. Y no —se apresura a añadir cuando ve sus intenciones de objetar—, ni con una escolta numerosa te dejaría ir.

Ha hecho lo posible por mantenerla contenta, proveyéndole todo cuanto produzca gracia en ella, ha intentado mantenerla a raya amenazándola y sólo así, a las malas, ha logrado algo de sumisión y paz en el interior de su baluarte por un breve momento; casi al mismo tiempo que afuera, al este, también Arestys lo logra. Sólo espera que ella no se dé cuenta de ello.

—Déjame probarte que puedo defenderme. —Dando un paso hacia él, quien ha colocado un codo en la mesa y sostiene su sien con esa mano, Kandem sonríe como una burla y puede presentir como la mirada azul de la Dama se endurece con ello, así que lo deja.

—No se trata de eso —aún cómodo en su silla—, se trata de que no es…

—¿Correcto? —interrumpe—. Entonces eres un hipócrita, porque tampoco es correcto prometer democracia cuando no le das la oportunidad a tu pueblo de decidir si quieren la explotación minera.

Todo rastro de buen humor se desvanece en los ojos de Kandem. Se pone en pie y la fulmina con su mirada dura de Señor. Ella actúa como si no le importara esa mirada, como si fuese un desafío más, muy distinto a cuando tenía el papel cerca del fuego.

—Salgan —ordena con talante neutro a los hombres y asistentes, cerrando ambas entradas. Imitando la posición de la Dama se apoya en la mesa e inclina al frente—. No diré esto de nuevo: Nunca menciones algo así frente a mi gente. No pienso escuchar a una niña de Kasttell juzgar las decisiones de mi familia ni a decirme cómo debo regir. Y no —aclara—, no cazarás.

—Entonces déjame probarte que soy más que una “niña de Kasttell”, ¿o temes que algunos de tus hombres queden en ridículo? — reta, inclinándose en la mesa, tal como él hace.




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