Luxor: Ascenso

XVII.

LESSANY

 

Las Damas de Senerys, las mujeres, hijas y afiliadas de los hombres más importantes de la ciudad, la esperan en el salón asignado para las reuniones, tan aburrido y fúnebre como el resto del baluarte. Las observa por la rendija de una de las puertas, esparcidas por la estancia en un orden y sincronización estudiado, cosiendo esos estúpidos manteles, cobertores, cortinas y sábanas que servirían más para envolver cadáveres que para otra cosa. Pero ellas, que de verdad creen que hacen una buena acción al vender los productos fabricados y usar los valores para los Centros de Instrucción y escasos orfanatos de la región, están convencidas de su buen ojo, aunque no sea así. Toma el valor para entrar y comenzar esa larga y tortuosa hora.

Las Damas de Senerys le observan con sus ojos casi fuera de las órbitas, de pies hasta su cabellera dorada y cada pieza de oro entre medio. Ella les sonríe con suavidad y se introduce a sí misma, luego, es introducida…

La Dama Sanabria de Aidan, esposa de Lindel de Camellia y hermana de la difunta Eneyda de Aidan, Señora de Senerys, y sus hijas, Yessenys y Marian, de catorce y quince años; la Dama Anellisse de Mandess, madre de Renner, y sus hijas, Alessa y Anellisse, de veinte y veintiún años propios, extrañando la presencia de la menor, Reiss, de ocho años; la Dama Antoine de Marget, con sus hijas, Lou, Lay y Essa, de trece, quince y diecisiete años respectivos; son las damas principales en la estancia.

Con el tesón diplomático que ha aprendido y desarrollado a lo largo de su vida de instrucción, Lessany soporta esas horas dándose cuenta que esas personas son como niños pequeños e ignorantes del mundo que les rodea.

Todos los niños en el resto de las sedes salen de sus hogares a la edad de cinco años y son entregados a los Centros de Instrucción, crecen, aprenden, forjan sus carreras y vidas independientes; pero allí, en el sur, los hijos se quedan con sus padres y se mudan a viviendas cada vez más grandes si lo necesitan, teniendo cuantos hijos desean siempre y cuando paguen la cuota respectiva hasta que tengan la mayoría de cinco años, cuando van a Centros de Instrucción que les enseñan lo básico y no indagan en una carrera que no sea con el propósito de ser técnico agrícola en sus invernaderos o en las plantas térmicas de la región, no tienen la oportunidad de conocer el mundo o algo más que no sea la tierra congelada en que nacieron y han de morir porque hace mucho se separaron del Programa de Regulación Migratoria establecido por la Soberanía.

Agradece cuando Reys, el mensajero de Kandem, llega a interrumpir la reunión para solicitar su presencia de forma urgente en el salón de recibimiento de la primera planta, donde encuentra al Señor preparándose para partir junto a su Segundo y Tercer Hombre. La mirada que Kandem le dedica cuando la enfoca le da una sensación incómoda, sólo ha visto esa mirada cuando ella le provoca el enfado frente a sus hombres.

—¿Qué…?

—¿Tienes algo que decirme? —La interrumpe el Señor de Senerys. En ese momento ella le analiza de pies a cabeza, encontrando todo mal en él: Su barba sin arreglar, el pelo muy largo, la cota mal abrochada, una mancha en su bota, ojeras debajo de sus ojos y el semblante blanco. Ella alza su barbilla.

—No sé de qué…

—No lo preguntaré de nuevo: ¿Tienes algo que quieras confesarme? —Su voz de terciopelo ahora endurecida la advierte que no es momento para discutir, que él está indignado y dolido.

—En absoluto —responde, con una mirada desdeñosa que a él tanto le pone mal.

Lo ve suspirar con cansancio, como hacía días no hacía, y cerrar sus pestañas con fuerza mientras cobra aire para la discusión que se viene; al elevarlas su mirada es triste de nuevo, triste y negra como el luto con el que viste.

—Creí que esto iba bien, que por fin habías aceptado tu situación actual, que confiabas en mí, Lessany —dice, dando un paso hacia ella, aún con medio salón entre ambos—. Hoy recibí un reporte de mis comunicaciones, un reporte inusual. Una llamada de vídeo hacia el Baluarte Central de Tierra Kasttell que se ha hecho desde mi comunicador personal, comprometiendo el sistema de defensa del baluarte.

Deja las palabras suspendidas un momento, sus miradas batiéndose en combate como solían hacerlo los primeros días, logrando incomodidad entre los espectadores. Kandem se siente decepcionado al principio, pero al verla sin un ápice de arrepentimiento el sentimiento se convierte en furia, en una sonrisa que es de todo menos felicidad y desvía su mirada al suelo mientras niega con su cabeza.

Ella, que ha sentido la sangre congelarse en su torrente,  percibe sus mejillas arder con temor mas hace un gran esfuerzo por contener la sensación de adrenalina y mantener su mentira hasta donde sea posible.

—¡Ni siquiera puedes disculp…! —comienza a gritar con enojo, pero no logra terminar, porque ella irrevocablemente corta la distancia entre ambos y le habla con la furia que una vez sintió y ahora revive.

—¡No lo niego! —espeta con la barbilla alzada—. ¡Y no me arrepiento tampoco, así que no esperes de mí una disculpa porque en ningún momento te he jurado a ti ni a tu Causa lealtad! ¡Nunca te dije que podías confiar en mí ni mucho menos que yo confiaba en ti! ¡En ningún momento te he mentido, he sido brutal y completamente honesta contigo hasta en mis sentimientos desde el momento en que te vi por vez primera!

—¡Te he dado todo lo que me has pedido! ¡Te permito hacer lo que desees aunque pases sobre mi propio orgullo, ¿y así me pagas?! —espeta él, golpeándose el pecho y uniendo sus cejas expresivas en un gran ceño, casi rozando su nariz afilada con la de ella tan pequeña.

—¡¿Crees que soy tan estúpida como para no darme cuenta de tu intención?! ¡Eres como un perro —sisea con cada palabra derritiéndose en su boca—, desesperado por obtener mi atención, te arrastras y haces trucos para mí!




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