Luz

Capítulo 5

Era una noche tranquila y de luna llena, Day dormía profundamente ya que el trabajo acumulado en su oficina la había tenido bastante ocupada, tanto que esos días había llegado a su casa totalmente rendida después de pasar un rato con Trent y Lily. Una voz la despertó, de esas veces que estás sola en tu cuarto y de pronto escuchas una voz junto a ti, pero no hay nadie. Hasta después de unos minutos pudo recordar de quién era esa voz, era la voz de Leonard.

—¿Ya te olvidaste de mí? —había dicho.

“Leonard”, pensó mientras se tallaba los ojos y miraba a todos lados en su habitación, buscándolo, “¿fuiste tú? ¿Estuviste aquí?”

Al no obtener respuesta, se volvió a acomodar en su cama y se quedó dormida de nuevo invocando el recuerdo del hombre de traje gris que un día la había besado en su jardín. Recordó la manera en que su tacto se sentía cálido y hacía contraste con su piel tan blanca, que por algún motivo asociaba con la nieve. Deseó desesperadamente, entre sueños, volver a verlo, saber algo de él, estar con él y besarlo una y otra vez hasta que sus labios se hicieran tan familiares que ella pudiera dibujarlos en su mente. Leonard era un hombre completamente misterioso y eso lo hacía más interesante todavía.

—¿Me sigues buscando, mi querida Day? —una voz surgió a través de un sueño blanco.

Day no se había dado cuenta que había caído profundamente dormida.

—¿Leonard?

—El mismo. —La luz cegadora fue aclarándose para dejar paso a un hermoso paisaje dentro de un bosque. Leonard se encontraba en él, frente a ella—. He escuchado que me nombras en tus sueños y por eso vine a verte.

—Pero ¿esto es un sueño? ¡Es tan real! Juraría que esto es real.

—Sí, es un sueño, pero el hecho de que esto sea un sueño, no significa que no pueda ser real. ¿Lo sabías ? —Se acercó lentamente a ella mostrando su hermosa sonrisa—. Te gusta este lugar, ¿cierto?

Day miró a su alrededor, asombrada por reconocer el lugar en el que estaban.

—Yo conozco este lugar, es el bosque de las hadas y hace quince años que no venía aquí. ¿Cómo es que puedo recordarlo?

—No lo estás recordando, en realidad estamos aquí. —Leonard había tomado una flor amarilla que sobresalía en el suelo y se la acercó a Day.

—No es cierto, es imposible. Estoy soñando. —Tomó la pequeña flor y se la llevó a la nariz para olerla. El aroma era real.

—Si es lo que tú quieres, sigue creyéndolo así, entonces.

La chica recorrió el paisaje pausadamente tocando árboles y rocas, admirando todo el lugar. Miró al pedacito de cielo que se asomaba por entre las ramas y pudo ver la luna llena que brillaba en lo alto, como coronando el cielo. Debía ser media noche.

—Leonard —lo llamó y él se acercó a ella—, ¿quién eres?

—¿Quién soy? Tú misma sabes mi nombre, lo acabas de mencionar.

Day llevó su mano hasta la mejilla de él y la acarició en busca de algo mágico o irreal. Pero todo ahí era muy real, tan real que pensaba que si dejaba de respirar podría morir ahí mismo y no en su cama dónde estaba dormida en esos momentos.

—No me refiero a eso —volvió a su conversación con Leonard y lo miró directamente a los ojos con expresión seria—. ¿De dónde saliste? ¿Por qué siento que formas parte de mí? ¿Te conozco de antes?

—Mi querida Day —dijo mientras le apartaba la mano de su rostro y se la besaba—, eso es algo que no te puedo contestar. Estoy aquí por ti y para ti, eso es lo que importa.

—¿Por qué no me puedes decir? ¿Qué te lo impide?

—Verás, nosotros los… —se interrumpió como buscando las palabras adecuadas— las personas como yo, tenemos un código qué seguir y dentro de ese código dice claramente que se nos prohíbe revelar nuestra identidad.

—¿Entonces no me dirás nada?

—No puedo.

Esto se estaba volviendo más misterioso de lo que ya era, Day pensaba que quizás en unos días sería internada de emergencia al hospital y le diagnosticarían esquizofrenia, o quizá algo peor por todas las cosas que le habían estado sucediendo últimamente. Sin embargo, se sentía segura en ese lugar y con esa persona. Realmente no le daba miedo estar con él, pues en su corazón algo le decía que no le iba a pasar nada estando a su lado.

El estar ahí le evocaba muchos momentos, recuerdos dolorosos, recuerdos confusos, e incluso algunos felices y llenos de paz.

Dieciséis años atrás, ella había estado en ese bosque que se encontraba a un par de horas de su ciudad. En él había un área con cabañas bastante acogedoras, cómodas y espaciosas donde las personas regularmente se quedaban los fines de semana o incluso más tiempo en época de vacaciones, algunas de estas se podían rentar y otras eran usadas solo por sus dueños.

Cuando ella tenía quince años tuvo un accidente en su escuela que la dejó en coma por ocho días y su recuperación tardó cinco semanas más, pues había sufrido algún tipo de amnesia que no le permitía acordarse de nada respecto al accidente, además de que presentaba ciertos golpes que necesitaban cuidados especiales. Sus padres y amigos más cercanos se pasaron todo ese tiempo junto a ella en terapias de recuperación y con psicólogos. Según le decían, no recordar nada era bueno, pero debían trabajar con su cerebro para ver que no estuviera dañado o que pudiera presentar futuras complicaciones.

Cuando despertó del coma fue demasiado traumático: según sus recuerdos, ese día se había levantado como siempre para ir a la escuela y en un momento determinado del día había cerrado los ojos y al siguiente momento estaba en un hospital rodeada de tubos, enfermeras y olor a medicina; lo peor fue cuando se enteró que había pasado más de una semana de eso. En el preciso momento en que abrió los ojos pudo ver a su mamá que estaba en una silla dormitando, cuando Carol vio que su hija había abierto los ojos, en lugar de correr con ella, corrió hacia la puerta de la habitación y desapareció. Un par de minutos más tarde entró con un hombre de bata blanca y anteojos para revisarla, después apareció una mujer de rostro amable. En cuanto el médico terminó de revisarle permitió que la mujer se le acercara y le tomara la mano.




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