Luz

Capítulo 10

Estuvo alrededor de cinco minutos discutiendo con el hombre de traje negro y, ciertamente, estaban manteniendo una discusión pues los dos se veían bastante exaltados. Day intentó bajar la ventanilla para escuchar sus palabras, pero era imposible ya que soplaba un poco de viento y al parecer este se llevaba las palabras que estaban intercambiando los dos hombres.

De pronto, Leonard se alejó del hombre haciéndole algunas señas con las manos. Se acercó con grandes zancadas al coche por el lado del copiloto que era donde estaba sentada Day y le pidió que bajara toda la ventanilla, se veía furioso.

—Odio decirte esto —dijo tratando de sonar calmado—, pero me tengo que ir con… con mi amigo. Tiene una emergencia y debo ayudarlo.

—Pero —Day tenía miedo, se le notaba mucho en su rostro—. ¿Me dejarás sola? Además, no has terminado con la historia. Vamos, no me dejes sola, por favor.

—Lo siento mucho, Day. Tengo que ir con él, no hay otra opción. Pero no te preocupes, nos iremos detrás de ti hasta llegar a la ciudad, así te iré cuidando —dijo y le guiñó un ojo.

—¿Como mi ángel la guarda? —preguntó con un pequeño puchero.

—Claro, seré tu ángel de la guarda. Ve con cuidado. —Entonces le abrió la puerta para ayudarla a bajarse y que se pasara al asiento del conductor. Antes de que ella entrara de nuevo al coche, él la besó en los labios, pero con un beso muy simple, como si marido y mujer se estuvieran despidiendo a la puerta de su casa después de cumplir diez años de casados: Un beso de confianza y con mucha naturalidad.

Day se sintió mejor y emprendió el camino de regreso a su casa. Era la una de la mañana y aunque no era muy tarde, estaba muy cansada. Estaba segura de que su madre iba a estar esperándola en el sillón más grande de la sala, donde solía dormirse cuando la esperaba o cuando se enojaba con Marco, su esposo, así que entró despacio. Para su sorpresa, no había nadie ahí en la sala, no tenía ganas de dar explicaciones o contestar preguntas una tras otra así que se alegró. Pero al llegar a la cocina para tomar un poco de agua, vio a Carol tomando tranquilamente un café. De hecho, no estaba tranquila, parecía que lo estuviera, pero su pie izquierdo estaba dando pequeños golpes en el suelo lo cual era señal de que algo la tenía muy preocupada.

—¿Qué pasa, mamá? ¿Todo bien? —preguntó por cortesía pues en realidad no quería hablar con ella en ese momento.

—Sí, hija. Todo bien. Solo que te estaba esperando porque te tengo que preguntar algo.

No por favor, otra vez no con el tema del sexo sin protección pensó Day y pudo notar que un ligero gesto de cansancio se le formaba en su rostro.

—Dime, mamá. Estoy un poco cansada, pero me puedes preguntar eso que…

—Hija —la interrumpió—, verás, antes de que te fueras esta noche, cuando empezó a caer un gran diluvio, salí corriendo para darte un paraguas. No creas que te estaba espiando ni nada, pero pude ver que un hombre se subía a tu coche.

—Sí, mamá. Fui a cenar con un hombre, compañero de mi trabajo. Te lo mencioné antes. —Ahora estaba más cansada que antes.

—Sí, sí. Lo sé. Pero te quería preguntar algo. ¿Cuál es su nombre?

—Él… se llama Leonard, mamá. Es buen hombre y no es mi novio ni nada parecido. Sóñolo fuimos a cenar y ya.

—No te lo pregunto por eso, hija. —Puso su taza de café en la mesa y se paró frente a ella—. Yo conozco a ese hombre, Day.

—¡Qué bien! —contestó Day sorprendida, pero aún cansada por el rumbo que estaba tomando la conversación—. ¿De dónde lo conoces?

—En realidad no lo conozco bien, pero una vez hablé con él. —Carol ahora parecía más preocupada que antes.

—Mamá, me estás asustando. Dime de una vez lo que me quieras decir.

—Muy bien, te lo diré. A él lo conocí hace 31 años cuando estaba embarazada de ti.

—¿Hace 31 años? ¿Y cómo fue que lo reconociste? De eso ya fue hace muchos años. Sería un niño, ¿no? —Carol no respondió, su semblante era muy serio, la boca apretada y sus manos jugando una con otra—. ¿No? —Volvió a preguntar cuando no escuchó respuesta de su madre.

—Estaba embarazada de ti, faltaba un mes para que nacieras y yo aún me salía de compras sin importarme mucho que el doctor me hubiera dicho que debía de cuidarme. Un día en una tienda se me acercó él, era el mismo hombre solo que vestía de blanco. Me abordó sin titubear un momento y me saludó con una gran sonrisa, cosa que hizo que no me diera miedo. Fue al grano de inmediato y me dijo que mi vientre irradiaba mucha luz, una luz dorada y lo tomé como un cumplido agradeciéndole. Dijo que el bebé que llevaba conmigo era una niña y sería hermosa. Además, dijo que él te cuidaría, lo hizo sonar como si fuera una metáfora o qué se yo, y de alguna manera se me hizo muy raro todo eso que decía, pero solo podía pensar en lo que había dicho que irradiabas una luz dorada. —Cambió su peso al otro pie y se acomodó el collar que siempre llevaba puesto—. Me dijo que pensara muy bien en el nombre que te quería dar, dijo que tal belleza de un bebé merecía un nombre bello. Me sugirió que te pusiera un nombre relacionado con la luz, así que te puse Day, porque al nacer tú… irradiabas como la luz del día.

—¿Me pusiste Day solo porque él te lo aconsejó?

—Así es, por eso te llamas así —contestó la mamá aún nerviosa.

—¡Vaya! Pero entonces, ¿todo eso te dijo? Pues ¿cuántos años tenía? ¿5? Algo así, supongo —preguntó Day.

—No, Day. Estaba igual que está ahora. La misma edad, la misma estatura. Todo. No ha cambiado nada, solo el color del traje.




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