Una vez más, Day no podía dormir; intentó llamar a Sarah pero, además de que ella no contestaba ni regresaba las llamadas, ahora ni siquiera le devolvía un mensaje de texto. No había sabido de ella en mucho tiempo y cuando habían quedado de hablar ella no lo había hecho. Algo estaba pasando, pero aunque eso era lo que sospechaba, intentaría no presionarla y esperaría hasta que ella le llamara para contarle; Day solo quería contarle todo lo que estaba pasando por ahí, quería ser escuchada.
No quería parecer una niña que creía en cuentos de hadas, pero en realidad sí creía en ellos y sabía que algo pasaba con Leonard y que había algo mágico en él; aparecía y desaparecía a su gusto y en 31 años no había cambiado nada su apariencia física. Sin contar además de meterse a sus sueños, adivinar su nombre, su dirección y su teléfono.
Basta, pensó, parezco una loca pensando en magia y en príncipes azules. Sí, se moría de ganas de hablar con Sarah para contarle todo eso, pero, además de que sabía que ella no le contestaría, en realidad se avergonzaba un poco aceptar que creía en esos cuentos.
Seguía sin poder dormir y decidió entrar un rato a Facebook para ver si por ahí sabía algo de su amiga. Anduvo navegando un rato, sin embargo, Sarah no había publicado nada en dos meses, lo cual era bastante raro en ella que se la vivía pegada a su celular en todas esas otras redes sociales que Day no tenía ni idea de cómo funcionaban.
Decidió subir una foto de ella con Lily que se había tomado hace un par de días, etiquetó a Trent y puso un pequeño mensaje en la foto que decía “Mi hija postiza y yo a una semana de festejar la fiesta de su primer cumpleaños.” En ese momento, Trent le dio like a la foto y comentó con un corazón; ella sonrió al verlo.
Day tomó una decisión: si Leonard no le daba respuestas o, más bien, si él no se decidía de una vez a conquistarla, ella le diría a Trent en la fiesta de cumpleaños de Lily que podían intentar una relación formal. Sí, lo haría.
Sonrió y un rato después se quedó profundamente dormida soñando con Lily y Trent.
Faltaban cinco días para el festejo de la hija de Trent, y Day había tenido un muy mal día en su oficina: tenía que haber conseguido unos informes acerca de un estudio realizado a un pueblo cerca de ahí y la persona que se los iba a enviar por correo electrónico le avisó que había perdido el archivo. Al parecer, para esa persona, el informe no era nada importante, pero para Day era imperativo obtenerlos. Había un fuerte rumor entre los compañeros de su trabajo de que había posibilidad de un gran proyecto y que el jefe andaba evaluando a cada uno para ver a quién se lo asignaba. Day sabía que si presentaba una investigación bien hecha acerca del pueblo de Westhills, podría captar su atención y quizá podría obtener ese proyecto tan mencionado. Westhills era un lugar que hacía cinco años nadie conocía pues nunca había contado con buenos atractivos ni había gozado de una buena economía, pero por alguna extraña razón que nadie sabía, últimamente había dado mucho de qué hablar, lo que provocaba que todos quisieran ir un fin de semana ahí de paseo.
Pero el estúpido de su colaborador había perdido el archivo y ahora no tenía las bases para comenzar.
—O me tienes algo bueno de ese pueblo para mañana a primera hora, o ya no podré contratarte, Ryan —dijo amenazante en el teléfono.
—Lo siento, señorita Lorens. Mañana estará en su correo algo muy bueno a primera hora.
Por supuesto Day no le creyó y colgó enojada. Ryan Keller era un colaborador independiente que le había conseguido un sinfín de datos muy valiosos que ella necesitaba para su empleo, pero cuando Ryan no tenía ganas de trabajar, nada ni nadie lograba que él moviera un dedo y siempre se excusaba con pretextos.
Un fuerte dolor de cabeza se apoderaba de ella y necesitaba salir a tomar aire fresco, así que decidió cancelar sus pendientes e irse temprano de la oficina. Por supuesto, no quería irse a su casa tampoco pues al llegar le lloverían preguntas incómodas sobre el motivo por el cual había llegado temprano y demás, así que solo tomaría el auto y manejaría sin rumbo fijo.
Casi al momento de subirse al auto supo a dónde iría: daría un paseo por Westhills para ver si podía sacar algo bueno y hacer su investigación por ella misma. Ella había estado ahí cuando el pueblo aún luchaba por mantener su nombre bien pintado en la entrada; lo recordaba como un pueblo triste con todos sus habitantes caminando lento y sin ninguna sonrisa, hasta parecía detenido en el tiempo.
Westhills estaba rodeado por colinas, si alguien lo viera desde el cielo parecería un gran ombligo. Prácticamente estaba rodeado de ellas dejando al pueblo incomunicado, pero en algún momento de la historia decidieron derrumbar un tramo para que fuera la entrada al pueblo y la gente no tuviera que escalar ni nada de eso para lograr entrar en él. Detrás de Westhills, más al norte y detrás de una gran colina, estaba el bosque de las hadas, donde Day había estado después de su recuperación del coma.
Para entrar a ese bosque en auto, se tenía que rodear por fuera del pueblo, lo cual era muy tardado, o bien se podía ir desde dentro de Westhills, solo que se tenía que dejar el coche en algún lugar y tomar un túnel muy estrecho que atravesaba el interior de la colina. El trayecto duraba una hora a pie, pero era muy seguro ir por ahí. También había bicicletas en renta para viajar un poco más rápido. Una vez pasado el túnel, al otro lado, estaban las cabañas, y en una de ellas había un hombre que tenía una vieja camioneta para llevarte a algún lugar del bosque si lo deseabas.
Day decidió ir al bosque usando el túnel, dejaría la investigación para un poco más tarde.
Al llegar al otro lado de la colina, buscó al hombre de la camioneta vieja para pedirle que la llevara al claro donde había visto a Leonard en su sueño y le dijo que regresaría a pie cuando terminara su paseo. El hombre la miraba de reojo mientras manejaba. Era un hombre bajo de estatura, tanto que manejaba con una almohada en el asiento para poder alcanzar a ver hacia el frente; tenía el cabello completamente blanco y unos lentes viejos se le resbalaban un poco por el puente de la nariz. Usaba una camisa a cuadros y un pantalón muy descolorido.