Day sabía que Sarah estaba pasando por algo muy difícil y la dejó continuar con su historia sobre ángeles, posiblemente el tema estaba muy de moda y todo el mundo andaba por ahí inventándose cosas acerca de esos seres mitológicos. Debería investigar más acerca de todo lo nuevo que a la gente le gustaba hacer, la última moda había sido de vampiros y ella casi ni se enteró.
Pero en fin, sabía que tenía que dejar hablar a Sarah y no la haría sentirse mal diciéndole que eso no existía. Si su hijo sobrevivía, le esperaba una larga recuperación y quizá tendría que dejar su empleo para quedarse ahí con él, y si no sobrevivía pues bueno, eso sería peor que dejar el empleo o cualquier otra cosa.
Según Sarah, muchos ángeles habían renunciado a su puesto y se habían unido a las fuerzas del mal pero Dios nunca se había rendido y seguía creando y creando ángeles guardianes. El hecho por el cual los ángeles decidían dejar de obedecer a Dios era, a simple vista, por el amor. Dios los había creado sin corazón pero ellos, al ver cómo eran los humanos, cómo se relacionaban, cómo se cuidaban entre ellos, les nacía la necesidad de amar o, más bien, de que los amaran. Esto se debía a su cerebro tan avanzado, decían “los humanos viven para amar, sufrir, llorar, odiar… yo quiero sentir eso también”. Así que les llegaba un rumor de que allá abajo les daban muchas libertades, si se iban para allá, podrían hasta tener un corazón prestado, podrían amar y sentir todo lo que los humanos sienten, pero también tendrían muchas más responsabilidades.
—¿Cómo cuáles? —preguntó Day, no podía disimular su entretenimiento con esa magnífica historia que al parecer podría ser la continuación de la que Leonard le había estado contando—. ¿Qué responsabilidades puede tener un ángel caído? Son malos y ya, ¿no?
—Pues hay diferentes cargos, unos se encargan de sembrar las ideas de guerras en los humanos, otros se encargan de reclutar más ángeles buenos, algunos otros se sientan detrás de grandes políticos. En fin, hay de todo. Cada ángel caído puede andar libremente en la tierra y puede decidir si se rebela o no ante un humano. Los ángeles oscuros no tienen reglas.
Cuando Leonard le empezó a contar acerca de los ángeles guardianes, a Day no le pasó por la mente que también podía haber ángeles oscuros. Pero ahora que estaba escuchando la historia que su amiga le contaba, se le hizo lógico. Si existe el bien, entonces el mal también existe.
—¿Dices que Leonard viste de gris?
—Así es, siempre lo he visto de gris y se ven tan guapo. Tienes que verlo, algún día te lo presentaré.
—Los ángeles guardianes visten de blanco… —dijo Sarah pensativa.
—Así es, —se sintió ignorada—. Siempre salen las imágenes de ellos vestidos de blanco, es como el color del cielo, ¿no?
—Entonces, ¿por qué Leonard viste de gris?
—¿Será porque le gusta mucho el color? Te estoy diciendo, Sarah, se ve guapísimo. Quizá lo sabe y hace uso de eso para andar por ahí viéndose de esa manera.
—Sé que no me crees, Day. Sería ilógico pensar que me creerías. Leonard y yo te estamos contando una historia que por más que parezca irreal, es cierta. Piensa en todo lo que sabes sobre Leonard y verás que no sabes nada, en cambio de lo que estás consciente es que hay algo diferente en él. Él es tu ángel guardián. Lo que no sé es porqué usa el color gris.
—Bueno, supongamos que es cierto que los ángeles existen, pues la iglesia dice que sí son reales; me gustaría saber algo… ¿Por qué demonios…? —había levantado un poco la voz y se dio cuenta de eso, miró hacia la puerta esperando una enfermera que viniera a callarla pero nadie llegó—. ¿Por qué demonios sabes todo esto? —ahora dijo en una voz casi inaudible.
—Digamos que he conocido a mi ángel y él me lo contó todo.
—Pero… los ángeles no pueden revelar su identidad ¿o sí?
—Los ángeles guardianes, no. Pero si se unen a las fuerzas del mal, ellos pueden contar lo que ellos quieran.
—De acuerdo. —dijo Day rendida. Por más que le estuviera gustando todo eso de las historias de ángeles, no podía creer que su amiga creyera en eso. Day y sus padres eran católicos pero jamás habían ido a misa, ni siquiera sabía exactamente de lo que trataba la biblia. Aunque sinceramente creía en Dios, no creía en todo lo demás. Así que eso de los ángeles se le hacía algo totalmente mitológico.
Miró la habitación en la que estaba, Sarah se había vuelto hacia la ventana de nuevo y parecía en busca de algo en el cielo. La habitación era chica, sólo la cama, un sillón que era dónde estaba sentada Day, una mesa con un teléfono, una televisión suspendida de un soporte en la pared y una repisa en la ventana; la ventana era grande, del tamaño de toda una pared, pero estaba cubierta con una pesada cortina celeste, sólo estaba corrida de un lado, unos veinte centímetros que era por donde Sarah miraba.
Day se levantó en silencio y se acercó a la ventana.
—¿Abro más la cortina? —preguntó a Sarah.
—Sí, un poco más estaría bien.
Al correr la cortina, se dio cuenta que en la repisa estaba un florero con un ramo de margaritas, las flores eran naturales y por lo visto eran nuevas, pues aún no se veían marchitas. Alguien las debía haber dejado ahí esa misma mañana.
—¡Qué bonitas flores! ¿Quién las habrá dejado aquí? —dijo Day mientras las acercaba a su nariz para olerlas—. Sarah, son tus flores favoritas, ¿cierto?
—Sí, lo son.
—¿Qué pasa? Espera, ¿son tuyas?
—Sí, Day —contestó Sarah con un suspiro—. Esas margaritas son mías.
—Pero… —comenzó a objetar. Sarah acababa de despertar y sólo Day estaba en la sala de espera, el doctor había ido a avisarle directamente a ella que ya la podía ver, pero no había nadie más.
—Mira, no porque tú no creas en ángeles, en demonios, en Dios y en muchas otras cosas, van a dejar de existir —ahora estaba molesta—. La gente cree o no cree, es su decisión. Pero como ya te dije, no por eso las cosas van a cambiar.