"Leonard", lo llamó con sus pensamientos desde debajo de sus sábanas. "Leonard, necesito verte".
Lo repitió una, dos, cinco y más veces, pero Leonard no llegó, lo cual le pareció lógico, pues era imposible que ella tuviera ese poder de invocarlo, o más bien, que él tuviera el poder de escuchar los llamados de ella y aparecerse así nada más porque sí. No sabía cómo había creído la historia que Sarah le había contado y había seguido su consejo de invocar a ese hombre tan misterioso que la tenía vuelta loca, era algo tonto e ilógico, lo sabía muy bien.
—Leonard —dijo en voz muy baja, como si rezara—, ven a contarme un cuento en mis sueños, podemos soñar que estamos aquí en mi cama, bajo mis sábanas. Te necesito en estos momento.
"¡Ridícula!", pensó. Después cerró sus ojos e intentó dormir, había tenido un día muy largo y necesitaba descansar. Al día siguiente intentaría comunicarse con Leonard de alguna manera, podría ir al centro de servicio de la red celular para que le ayudaran a buscar su número, o podría vagar de noche por la estación del tren a ver si lograba encontrarlo. Definitivamente debía dormir y quizá podría tener un sueño con él, estaba segura que, aunque no quisiera, soñaría con ese hombre.
—Aquí estoy —dijo esa hermosa voz que solía escuchar en sus sueños y sintió como el colchón de su cama se hundía en un lado, una sensación de calidez le recorrió sus piernas desnudas.
Abrió los ojos muy lentamente y ahí estaba en la oscuridad esa mirada azul que tenía su propia luz. Se acercó demasiado deprisa y plantó sus labios en los de Leonard de una manera suave y sin cerrar los ojos. Se sentía tan bien estar con él, era paz pura lo que podía sentir en su alma, cuerpo y mente.
—¿De verdad eres tú? —le preguntó mientras le acariciaba su hermoso rostro.
—Claro, tú me llamaste y aquí estoy —contestó él con una sonrisa.
Day creyó que estaba soñando, pensó que al cerrar los ojos buscando dormirse y teniéndolo tanto en su mente, lo había conseguido, y ahora estaba soñando con él. Lo creyó tanto, que se entregó profundamente a la pasión sin sentir ni una pizca de vergüenza, cosa rara en ella.
Estando los dos acostados frente a frente, ella tomó su cabello con su mano y con la mano libre le tocó el estómago, se le acercó demasiado, pero no llegó a besarlo. Simplemente lo miró a los ojos profundamente y lo invitó a besarla, él sin dudarlo la besó con pasión, ahora sin ningún miedo, y ella se lo devolvió, con pasión también. En ese momento ella no pensó en que era la primera vez que le daban un beso así y ni tampoco se preocupó si estaba haciendo un buen trabajo al besar; solamente se dejó llevar y enredó su lengua con la de él mientras estiraba sin querer ese cabello rubio que adornaba la cabeza de su amado. No sabía si era un sueño, aunque su mente le dijera que sí debía serlo pues no era lógico lo que le estaba sucediendo.
En cambio él, con una mano le tocaba su cintura y el otro brazo lo había pasado por debajo de su cuello, acariciándole su hombro descubierto. Su tacto era cálido, pero no quemaba. De nuevo ella pudo sentir un choque de electricidad que le evocaban ciertos recuerdos de su vida; cosa que le resultaba muy extraña aunque de la misma manera lo sentía como algo totalmente placentero.
Los minutos pasaban mientras los dos seguían intercambiabdo caricias y besos, Day se sentía en el mismo cielo y la calidez de la piel blanca de Leonard en algún momento se había convertido en fuego que no abrasaba, pero sí la llenaba de deseo. Lentamente le quitó el nudo a la corbata y la dejó en alguna parte de la cama, enseguida le desabrochó el saco, seguido por los botones de la camisa, dejando a la vista un pecho demasiado perfecto, con la piel suave como la seda e incluso más blanca que su rostro.
Él seguía besándola y ella, sin soportar un minuto más, se incorporó un poco y se sacó la blusa de tirantes que llevaba puesta, tapándose de inmediato sus pechos desnudos, después de hacer esto se volvió a acostar a su lado pegando su piel desnuda a la de él.
Él de inmediato reaccionó y se incorporó un poco sin apartarse y sin dejar de mirarla ni un segundo.
—¿Por qué haces esto, Day? —preguntó sin apartar su mirada, pero enseguida se arrepintió por haberlo hecho.
—Leonard, yo… —se echó a llorar como una niña cubriendo su rostro con las sábanas.
—No, Day. No llores —la abrazó de nuevo con ternura—. No estás haciendo nada mal y no has hecho ninguna tontería, te deseo tanto como tú me deseas a mí. En serio, créeme por favor. Yo no sería capaz de mentirte nunca en la vida.
Day lloró aún más. En realidad, aunque al principio había pensado que todo era un sueño, ahora no estaba muy segura de eso y podía sentir en sus adentros que todo eso era tan real como el hecho de que sentía algo real por ese hombre que acababa de conocer.
—No… Yo… —dijo Day tratando de calmarse y Leonard la interrumpió con un gran beso.
Ambos se enredaron entre las sábanas y Day sintió por primera vez lo que ella creyó o supo que se sentía ser amada.
—Te amo —le susurró Leonard muy cerca del oído.
Day sintió una oleada de paz que hizo que se le erizaran los vellos del cuerpo y se estremeciera y contestó:
—¡Oh, Leonard! Yo también te amo —soltó sintiéndose demasiado bien.
Cerró los ojos, se acomodó entre el hueco del cuello y hombro de Leonard y después de suspirar un par de veces, cayó en un profundo sueño. Se sentía tan bien estar así, que si pudiera se quedaría en esa posición por siempre y para siempre.