El pueblo de Raven Woods era muy colorido, las personas vestían colores alegres y Day no supo si era una moda, una tradición o sólo fue una coincidencia ese viernes. Llegó a uno de los dos únicos hoteles que había en el lugar, el cual era estilo rústico. Dejó sus maletas sobre la cama y se dispuso a salir a conocer el lugar, a pesar de que se encontraba muy cerca de su ciudad, nunca había estado ahí y aunque fuera a trabajar ahí, nunca podría salir de la prisión.
Comió en un restaurante pequeño con comida casera hecha por la dueña. Todo le pareció exquisito, desde el pan horneado hasta la pasta con queso. Platicó un rato con la mujer que al no tener más trabajo había salido de la cocina para tomarse un café en una mesa; Day le contó que trabajaría en la prisión La roca y la mujer le contó cómo su hijo había terminado encerrado en ese lugar, había apuñalado a un hombre en defensa propia pero cuando el hombre moribundo le había confesado que él era el amante de su esposa, éste lo siguió apuñalando hasta dejarlo bien muerto. Ellos eran de otra ciudad pero la mujer se había mudado a Raven Woods para estar cerca de él cuando fuera día de visita. El restaurante era el único ingreso que obtenía y Day no se cansó de mencionarle que su comida era exquisita, que iría a comer cada vez que estuviera ahí, lo cual la mujer agradeció y le regaló una rebanada de pastel hecho por ella. Day la devoró y le compro otra para llevar.
Los dos días siguientes había recorrido las calles principales y había visitado tiendas y parques, todo le parecía mágico en ese lugar y empezaba a sospechar que la mayoría de la gente que tenía algún tipo de negocio era de otras partes y vivían ahí sólo para estar cerca de sus hijos o familiares.
Le gustaba mucho el lugar y era una lástima que ya tuviera que irse, pero prometió volver cuando su proyecto hubiera terminado. Estando ahí, la mayoría del tiempo se paseaba caminando, pues el lugar no era muy grande y cuando tenía que recorrer una larga distancia tomaba el tranvía que era muy famoso ahí o, simplemente, se iba en coche.
Había hecho la transferencia a la cuenta de Trent por una cantidad justa aunque aún no se lo había mencionado a él. Esperaba que ya estuviera instalada en La roca para mandarle un correo explicándole la situación en cuanto al auto y acerca del hecho que se había ido sin despedirse. No quería que él se fuera a España para estar con Summer pues se le hacía injusto, ¡ella lo había engañado a él! Pero tampoco le quería decir eso, eso podría causar cierta confusión y se podría mal interpretar.
El lunes se llegó muy rápido y Day tuvo que madrugar para poder presentarse temprano en la prisión La roca. Abandonó el hotel sonriente pese a la hora. Pasó por el restaurante donde había comido el viernes, había olvidado preguntarle a la dueña el nombre de su hijo para cuando lo viera dentro de la prisión poder distinguirlo, pero a esa hora aún estaba cerrado el lugar.
El sol había comenzado a salir cuando Day dejó atrás la zona poblada de la ciudad para avanzar por el camino que conducía a su destino; el lugar no estaba lejos pero por razones de seguridad no podía estar junto a la ciudad. El camino era viejo y de un solo carril muy estrecho; si venía un coche de frente, se tenía que buscar un lugar dónde orillarse para que cupieran ambos, cosa que casi nunca ocurría, podía pensar Day, pues cuando era día de visita en la prisión todos iban hacía allá a determinada hora y, después de un par de horas, todos regresaban a la ciudad. Casi nadie de los trabajadores salía de la prisión y casi nadie entraba.
Después de unos quince minutos de ir manejando por el camino estrecho y de pasar por una curva muy cerrada, pudo ver de frente su nuevo hogar: se alzaba imponente sobre una colina. De ahí salía su nombre, la colina sólo era como una gran roca y la prisión la ocupaba toda en lo alto, es decir, las bardas enormes que la rodeaban parecían ser parte de la misma colina. No había espacio para rodearla por fuera de ésta. El camino comenzó a ascender abruptamente, era un poco difícil subir en ese coche pequeño, mas no imposible. Al llegar a la cima, tuvo que detenerse y echar el freno manual pues le daba miedo que el coche, aunque fuera de transmisión automática, se fuera hacía atrás por sí solo. Se acercó al gran portón que debía medir más de cinco metros de alto y otros cinco de ancho, y buscó alguna bocina o timbre para poder pedir a los guardias que la dejaran entrar. Encontró del lado izquierdo del portón, en la gran muralla de piedra, un hueco dónde se encontraba un teléfono con varias cámaras y un lector de huella digital. Descolgó el teléfono e inmediatamente escuchó una voz de una mujer en la bocina.
—Buen día, nombre por favor —dijo casi con voz automática. Por un momento, Day creyó que era una grabación, o un robot.
—Day Lorens, estoy para…
—Señorita Lorens, —la interrumpió—, coloque su índice derecho en el lector de huella y déjelo ahí hasta que yo le indique.
Day, irritada por haber sido interrumpida, colocó su dedo y esperó… esperó y esperó un poco más.
—Señorita Lorens, por favor seque su dedo y vuélvalo a poner. Ahora presionando un poco más.
Hizo lo que le indicó la voz de robot y esperó.
—Perfecto. Day Lorens. Saldrán unos guardias por una puerta que está del otro lado de la verja, no se suba a su coche. Ellos le darán instrucciones.
En efecto, salieron dos hombres muy corpulentos por una puerta que estaba un poco escondida y ésta se cerró inmediatamente después de que ellos salieran. Llevaban detectores de metal manuales y la revisaron de arriba abajo. Day comenzaba a ruborizarse por esa escena, los hombres eran muy guapos y de muy buen cuerpo.
—Señorita, —la sacó un guardia de sus pensamientos— permítame las llaves de su coche, yo entraré con él por el portón y usted entrará con mi compañero por la puerta. Le rogamos nos disculpe pero así es el procedimiento, la seguridad aquí es muy rigurosa.